Sueño natural - por Eduardo

Justo cuando Gerardo subía las escaleras al segundo piso y miraba por el barandal, a sus compañeros de clases correr por el jardín del colegio bajo el tobogán, al compañero que se caía del pasa manos y lloraba, a los que se burlaban desde la torreta y los columpios, algo que veía todos los días, se fijó que a un lado de todo eso había un mundo completamente diferente, al ver una langosta de color amarillo con manchas negras y alas extendidas de un rosa vibrante, reposando a un lado del barandal donde estaba apoyado y de un brinco despego hacia los árboles y arbustos del jardín, la curiosidad infantil, esa que nunca desaparece lo invadió como una ola golpea los arrecifes de piedra en las costas y partiendo rápidamente a la planta baja se adentró en el bosque del jardín al que había entrado su nuevo descubrimiento.
Ese mundo en el que todo le parecía verde, hasta que sus ojos se acostumbraron a la majestuosidad de los colores ahí presentes de flores, arboles, insectos y aves que al principio no veía, tuvo la misma sensación que tiene uno al adentrarse a la oscuridad hasta que la mirada se acostumbra y se empiezan a diferenciar formas, perplejo, pero entusiasmado busco de nuevo a la langosta que había llamado su atención como si fuera el tesoro al final del arcoíris, aunque le resultaba difícil con tantas formas de vida puestas en un solo mundo capaz de distraerlo, veía los arboles sus formas, sus hendiduras en la corteza, las hojas caídas, sus formas características, el pasto crecido junto al sonido de las aves, el zumbido de abejas y sol entre las ramas.
No ceso de dar vueltas en busca de la única criatura que le interesaba, no sabía si por rareza, por miedo o capricho, pero tenía el presentimiento de que lo descubriría cuando la encontrara, las horas se le hacían eternas, buscaba entre los árboles, bajo las piedras, en toda la tierra pero no había tenido éxito y decidió recostarse a la orilla de un flamboyán entre las aberturas de sus raíces donde Jesús encajaba cómodamente como si la naturaleza lo hubiera diseñado para él y ahí mientras disfrutaba del sonido del viento entre las hojas, el crujir de la tierra bajo sus pies, los rayos cálidos del sol sobre su piel y el olor del pasto prensado, cerro sus ojos para disfrutarlo aún más, ahí fue cuando escucho un estruendo en sus oídos, solo era un ruido que no distinguió y en ese instante volvió a abrió sus ojos…
La vista era completamente diferente a lo que recordaba en su mente mientras parpadeaba veía una pared llena de dibujos realizados por sus compañeros y al volver a escuchar el ruido estruendoso se dio cuenta que era la puerta del salón que se había abierto y cerrado mientras la directora una mujer que parecía ser más grande que su mama de tez clara pero, menos llamativa que vestía elegantemente el uniforme del colegio se acercaba y preguntaba a la maestra sustituta: ¿Dónde están los niños?, Candy una mujer bastante joven de piel ligeramente quemada por el sol pero más delicada de sus facciones recién graduada de la universidad pedagógica y habiendo llegado a ese trabajo por recomendación de su asesor de tesis, contesto que todos se habían ausentado por enfermedad excepto Gerardo.
Mientras eso ocurría Gerardo comenzó a mirar por la ventana y desilusionado solo veía edificios de 3 y 5 pisos, coches que hacían sonar efusivamente sus claxons y todo en su mayoría de un color gris y opaco; cogiendo su mochila y dirigiéndose a la salida del colegio, esperando en las escalera de la entrada a su mama, vio la langosta parada a su lado con los mismos colores de su sueño y está volando sobre su cabeza y seguida por la mirada de Gerardo se dirigió hacia el jardín del colegio se detuvo un momento como si invitara a Gerardo a seguirla y continuo, entonces comprendió que su sueño no era imposible que aun podía descubrir ese otro mundo que no era gris y desalentador, uno más vivo tal y como había ocurrido en su sueño, sonriendo supo que solo debía observar, sentir y estudiar ese mundo que le había fascinado y tenía mucho por brindarle.