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Dónde están los niños - por Jorge

Los niños hacían cola esperando su turno para ser el mejor del día. Los curiosos se acercaban y los valientes aguardaban su hora. Un chico moreno era el siguiente en la fila. Miraba a un lado y a otro calculando el público que observaría su segura hazaña. Él conseguiría subir primero a la cima, alcanzaría el éxito y contemplaría a los demás niños embelesados desde la altura del gran tobogán verde. En el tobogán otro muchacho perdió velocidad y se agarró a los bordes metálicos tras visualizarse a sí mismo con las palas rotas y la nariz ensangrentada. Mientras algunos se lamentaban y otros reían el chico de la fila permaneció serio, observando su meta en silencio como si de ella dependiese su vida.

Todo el patio aguardaba en susurros a que lo intentase y cayese como todos los demás. Él lo sabía. Sabía que si no lo conseguía sería un fracasado más y no podía olvidarlo. Las expectativas puestas en él se grabaron en su mente como la obligación de lavarse los dientes.

Da unos pasos hacia atrás. Los demás niños, respetuosos, le hacen hueco. Tierra dentro de sus zapatillas, le da igual. En los límites de su visión la multitud se concentra acusadora. Fija su vista en la rampa. No ve nada más, no ve el tobogán. Solo percibe su objetivo, su meta, su propósito. Empieza a moverse, gana velocidad, sus pies lo envuelven en polvo. Salta contra el metal, siente su dureza. Lo pisa una vez más y sus brazos le dan impulso. Asciende como un rayo pegándose a la superficie brillante. Un paso, otro, uno más. Se acerca a la cima. Alcanzará el éxito. El silencio se hace en el patio, algunos incluso dejan de respirar. Él no piensa en ello, solo piensa en seguir subiendo. Está cerca. Le respetarán por su victoria. Alarga la mano hacia la barra de lo alto del tobogán. Está tan cerca. Sus pies pierden adherencia, pero sigue avanzando. Su cuerpo se estira, los dedos rozan la barra, los pies resbalan, avanza un poco más. Empieza a caer.

– ¿Dónde están los niños?

– Estarán al fondo del patio como siempre, ya voy a ver yo.

Incomprensiblemente su mano se aleja de la barra, sus dedos dejan de sentir su fría superficie. Ha fracasado. Intentó luchar contra el gran tobogán verde, contra la gravedad, contra las expectativas del resto y fracasó. Ahora una caída eterna le aguarda. Es demasiada altura para salir airoso de la situación. Siente sus dientes rotos contra el metal y sus huesos crujir contra el suelo. Probablemente se rompa las piernas y la nariz, su cara se cubrirá de la sangre del perdedor. Sus ojos se anegarán de lágrimas y no podrá evitar caer en el llanto. No, no debe llorar. Sabe que no ha ganado, pero no puede permitirse la debilidad. No usará sus lágrimas para hacer crecer la compasión en los demás. Ojalá su madre estuviese para curarle, ojalá nadie le pudiese ver.

– ¡Trae el botiquín! ¡Corre!

– ¿Por qué? ¡Oh!

El impacto le vacía los pulmones. Sus ojos se vuelven acuosos. Siente las piedrecitas contra su espalda. Cuando intenta coger aire su cuerpo no le responde, siente un tapón en la garganta. Es el fin, la caída no le mató pero morirá ahogado igualmente. Hace mucho calor, todo a su alrededor tiene un halo que le da luz propia a las cosas. En la lejanía se oyen las voces amortiguadas de los niños, los sonidos de juego del patio. Debe estar gravemente herido. El dolor comienza a aflorar al plano sensorial. Todos estarán riéndose de él, aunque eso ya no importa, dentro de poco ya no habrá nadie de quién reírse. Ojala estuviesen sus padres con él, seguro que le habrían cogido antes de caerse.

– Ya está, ya está. Respira hondo. Tranquilo, sí que puedes, solo respira hondo.

Los dos profesores llegaron, habían corrido hasta el niño que habían visto caer. Uno de ellos se acercó al chico moreno. Vio unos ojos llorosos muy abiertos que miraban a todas partes sin llegar a ver nada. Su boca estaba entreabierta, buscando el aire que no encontraba. El niño respiró, el profesor le calmó y lo levantó.

– ¿Está bien?

– Si claro. Ha sido una caída tonta. En un minuto estará bien. Déjame una tirita, que se ha arañado el dedo.

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3 comentarios

  1. 1. isabel pérez dice:

    Hola Jorge!
    Me encanta tu relato.

    La descripción de los sentimientos del protagonista es real,pues es así como en la infancia se viven los problemas,enormes desde el punto de vista del niño,pero ínfimos desde la posición del adulto.Leo autenticidad en este relato.

    En cuanto a técnica,desde mi humilde punto de vista,creo que tienes soltura y dominio.Me ha gustado leerte,un saludo!

    Escrito el 2 noviembre 2014 a las 00:31
  2. 2. carla lopez dice:

    Hola Jorge, me ha parecido un relato muy bueno y con un final divertido. Creo que has sabido reflejar muy bien el miedo del niño, y como lo afronta. Espero seguir leyendote!

    Escrito el 5 noviembre 2014 a las 00:11
  3. 3. Jorge dice:

    Muchas gracias a las dos por vuestros comentarios, me animan mucho.

    Escrito el 7 noviembre 2014 a las 00:55

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