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La Sabandija Artera - por Tavi Oyarce

La sabandija artera
Cesáreo no dudó en recoger sus libros. Lanzar un escupitajo sobre el linóleo y abandonar el liceo esa mañana. Camilo quedó tendido en el patio, unos cuantos dientes sueltos y sangrando profusamente por la nariz rota.
─¡Te voy a matar, desgraciado! ¬─Gritó─ intentando detener el chorro de sangre.
Cesáreo no era de aceptar injurias que dañaran el honor de su madre; menos con la cizaña descarnada de Camilo. La sabandija, parapetada en la cima de su voluntad le obligaba a ejercitar la violencia; después, consumado los hechos, el arrepentimiento era un lamento en el vacío. Mañana tendré dificultades, pensó; lo sabía de antemano. A sus quince años no era la primera vez que le conducían a la oficina del director. Le suspenderían, incluso, podrían expulsarle; pero estaba equivocado.
Fue Eduardo Barrales, profesor de lenguaje, el que lo enfrentó al día siguiente en la sala de profesores. Eduardo bebía un café y Cesáreo se mantenía de pie junto a él. Después de unos minutos, como enfrentados en un juego de ajedrez; ambos, desde su perspectiva, estudiaban las debilidades del adversario.
Cesáreo fue el primero en mover su peón:
─¡Y!… ─dijo desafiante.
─Y qué. ─Respondió Barrales─ sabiendo que Cesáreo no era fácil de dominar. Sin embargo, él conocía la causa de su rebeldía y eso le daba una ventaja.
─Si te dijera que Camilo está en la clínica de urgencia. ¿Qué dirías?
─Diría que es mentira. ─Respondió el muchacho sin inmutarse.
Barrales advirtió el descontrol de sus manos y decidió deslizar la reina en una movida estratégica:
─Cesáreo, ─dijo─, haciendo una pausa en su destreza:
─¿Sabes la verdad sobre tu padre?
─¿Qué pasa con mi padre?
─Lleva diez años en la prisión estatal.
Cesáreo sintió el remezón. Desvió la vista. Intentó retomar su altanería y le resultó un gesto grotesco:
─Mi madre me lo habría dicho, señor Barrales.
─Teme tu reacción, Cesáreo.
─Y usted, ¿cómo lo sabe?
─Fue mi alumno en la prisión. Tengo un lindo recuerdo de su actitud; buen alumno, un ejemplo para los internos. Hablaba de ti como si su corazón desangrara.
Si Barrales esperaba un gesto de contrición, estaba equivocado. Cesáreo dio un puntapié a la mesa; en sus ojos relumbró un sol asesino; para evitar romperle la cara de un puñetazo como lo exigía la sabandija artera, huyó hacia al patio que a esa hora de la mañana se mostraba vacío.
Barrales no movió un músculo de la cara, sentía que había dado un primer paso.
Desde la ventana vio a Cesáreo rumiar su impotencia; patear las columnas que sostenían los amplios corredores y, antes de emprender una loca carrera por las callejuelas adyacentes, hizo un gesto furibundo y desapareció en la fría mañana. Después no volvió a saber de él.
Cesáreo no supo cuántas horas huyó de sí mismo. Se detuvo en los basurales que bordeaban el río. De espalda, sobre la arena, teniendo el cielo como testigo, maldijo los dichos de Barrales. Pensó en su madre. ¿Por qué ocultar la verdad? Él dominaba el arte de enfrascarse en riñas callejeras; buscar refugio en las alcantarillas si el peligro era evidente; pero no sabía lidiar con su madre. Contrariado, despanzurró unas cuantas cajas de lácteo descompuesto; una nube nauseabunda remontó asquerosa la diáfana mañana, le provocó repugnancia. Quiso llorar, como lloran los cobardes; pero el llanto se negaba porfiadamente a fluir. Entonces recordó a la Flaca. “Nada es imposible para unos cuantos pitillos de marihuana y sus zalamerías”, pensó. Y sin titubear corrió a buscarla.
Tres semanas después Eduardo Barrales se dirigía a tomar las pruebas trimestrales. Se encontró con una sala de clases, vacía.
¿─Qué ocurre? –Preguntó al auxiliar de aseo─. ¿Dónde están los niños?
El muchacho se encogió de hombros y no supo qué decir.
El ruido vino desde la portería y se acrecentó en un griterío al cruzar los patios. Eran los niños del quinto básico que arremetían consientes de haber quebrantado las reglas del establecimiento. Entraron en tropel cariacontecidos. Barrales se disponía a constatar la indisciplina en el libro de novedades, cuando percibió entre ellos la presencia de Cesáreo. Era un desastre: la chaqueta polvorienta; el pantalón hilachento sujeto a la cintura con una estopa pingosa. Unos cuantos magullones moreteaban su cara:
Los niños observaban en silencio. Cesáreo bajó la cabeza, observó a sus compañeros, luego al profesor:
─Perdón, señor, ─dijo en un susurro─. Y extrajo una calibre 28.
─¿Qué sucede, muchacho? -Inquirió Barrales.
─Camilo me atacó, señor ─contestó Cesáreo─ y se puso a llorar como lo que era; un niño.

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8 comentarios

  1. 2. tavi oyarce dice:

    El año pasado era “Peneca” Ahora uso mi nombre. Una suerte que por segunda vez seas mi critico anónimo. Manejas muy bien la redacción. Te felicito
    saludos

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 15:59
  2. 3. José Torma dice:

    Mira que gusto, cual fue el otro que te comente?

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 16:02
  3. 4. Chiripa dice:

    Hola Tavi,
    Que bueno tu relato! lo he leído de un tirón, desde el comienzo, ya de una vez emocionante, hasta el final, con “broche de oro”

    Te ha quedado estupendo el intercalado de diálogos, que le dan agilidad a la lectura.

    Felicitaciones , espero seguir leyéndote.

    Aprovecho para invitarte a pasearte por mi relato, el # 111, “El Grito” @
    https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-19/1969

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 19:33
  4. 5. Aldo Brov dice:

    Hola Tavi, respecto al contenido me gusto que te enfocaste en lo interior de los personajes, en como el niño, ya con problemas de actitud, se desbarranca totalmente al escuchar sobre su padre, y como el profesor, intentando dar una lección al niño al decirle la verdad, podría sentir que metio la pata al ver lo que sucede al final, seguramente eso lo haga cambiar en un futuro.

    Aunque tengo mucho mas para decir, pero no me gustaria decirlo por aqui, si me pasas tu email te envio mi comentario completo, de esos que siempre suelo hacer con la gente que me toca revisar.

    Me gustaria saber cual de mis comentaristas fuiste, el que me dijo que revise la ortografia y le de fluidez, el que se confundio con el inicio a la mitad, o el unico complaciente que dijo que fue magnifico? 🙂

    Saludos

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 20:32
  5. 6. Aldo Brov dice:

    Tal vez podrias enviar tu mail de esta forma: adobrovo@hotmail.com
    Ese es el mio, escribime que te envio el comentario.

    Saludos

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 20:56
  6. 7. Netogonzo dice:

    Hola Tavi,

    Muy buena tu historia, yo la encuentro muy fluida y bien estructurada. Ya me imagino que pasó por la cabeza del profesor después de ver lo que provocó.

    Felicidades, un gusto leerte.

    Escrito el 30 octubre 2014 a las 04:42
  7. Hola, Tavi.

    He sacado un poco de tiempo y aquí tienes mi comentario.

    A mi entender hay algunas cosas (sobre todo de puntuación) que creo que se podrían mejorar:

    “sus libros. Lanzar” -> “sus libros, lanzar”
    “¬─Gritó─ intentando” -> “─Gritó intentando”. Y entiendo que quien grito fue Camilo, ¿no? Respecto al uso del guion te recomiendo leer, por instructivo y divertido, esta entrada de LnaXIII: http://nihilomnisveritasest.wordpress.com/2014/10/03/el-guion-o-guion-de-la-discordia/
    “consumado los hechos” -> “consumado los hechos”
    “pensó; lo sabía de antemano.” -> “pensó. Lo sabía de antemano.”

    A mi entender (siempre desde mi opinión no catedrática 😉 ) hay que darle un repaso serio a la puntuación.

    Otro defecto que veo es el abuso del verbo ‘ser’. Yo intento no usarlo jamás, de igual manera huyo como la quema de los adverbios modales acabados en ‘-mente’.

    Una cosa más. Este párrafo:

    “Tres semanas después Eduardo Barrales se dirigía a tomar las pruebas trimestrales. Se encontró con una sala de clases, vacía.
    ¿─Qué ocurre? –Preguntó al auxiliar de aseo─. ¿Dónde están los niños?
    El muchacho se encogió de hombros y no supo qué decir.”

    Si está vacía ¿a quién le habla? ¿Quién es ese muchacho que se encoje de hombros?

    Para acabar: al final se dice que Cesáreo era un niño, pero por la manera de actuar, por ‘su voz’ no lo parece en ningún momento. A mí me ha dado la impresión de tener entre 15 y 18 años. ¿Eso es lo que tú dices ‘niño’? Entiendo que para un adulto una persona incluso de 25 años pueda merecer el calificativo de ‘crío’, pero esa manera describir a los jóvenes entra dentro de lo subjetivo, de la manera de verles el personaje, y como tal debe aparecer en el cuento.

    Bueno, no te doy más la tabarra.

    Un saludo.

    Escrito el 31 octubre 2014 a las 08:55

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