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El Castigo - por fantasmavikingo

El Castigo.
— ¿Dónde están los niños?— gritaba aquella vocecilla desde de la ventana al interior de la casa; mientras al otro lado de la calle, en el patio del colegio un columpio se meneaba solo a la luz incipiente del sol, como si fueran fantasmas que se mecían y le jugaban una treta a la niña.
— Debes terminar tu castigo— gritó alguien desde la cocina de la casa— si no terminas no podrás salir a jugar—, era la voz de la madre que le reprendía.
La niña se limpió las lágrimas que bajaban por sus pómulos y regresó a la mesa donde un cuaderno y un lápiz la esperaban. Se sentó tomó el lápiz y empezó a escribir.
“No debo maltratar a los niños que entren a mi patio”
“No debo maltratar a los niños que entren a mi patio”
Ese era el castigo que su madre le había puesto y aunque no sabía cuánto tiempo llevaba en aquella mesa, ni cuantas líneas de lo mismo había escrito, sabía que si no cumplía con el castigo, vendría su mamá y la castigaría con algo más insoportable, como por ejemplo, tener que barrer el vómito que su padre había dejado en la madrugada al entrar borracho o tener que cambiar el pañal a su hermano menor; considerando eso las planas eran un castigo leve comparado con esas cosas.
Continuó.
“No debo maltratar a los niños que entren a mi patio”
En ese momento escuchó la risa de los niños que habían llegado de nuevo al patio del colegio a mecerse al columpio.
Volvió su mirada hacia la ventana y los vio, felices y contentos de tener sólo para ellos el juego.
La niña se levantó y los niños la observaron, se dirigió a la ventana nuevamente y los niños salieron corriendo.
— ¿Quiero jugar con ustedes?— gritó, pero nadie la escuchó.
Siempre era lo mismo, cuando ella llegaba a la ventana ellos desaparecían. No los entendía, ella era una niña y necesitaba jugar con alguien.
— ¿A quién le gritas? — gritó la madre desde la cocina.
— A nadie, sigue cocinando.
La niña volvió a la mesa y escribió otra línea.
“No debo maltratar a los niños que entren a mi patio”
Luego se miró las manos, las mismas manos que había tenido siempre, pero esta vez algo en su memoria le hizo recordar que esas no eran sus manos. Se tocó la cara y la sintió lisa y tersa como la de una niña; ahora estaba segura no era su cara.
Se levantó de la mesa y se dirigió a un espejo que estaba en una pared cercana.
Se vio y no se asustó, observó lo que en verdad era, un puñado de piel arrugada, una anciana de manos callosas, cabello y blanco y un semblante de pocos amigos. En ese momento se acordó quien era.
Era la anciana amargada del pueblo, la bruja de la cuadra la que cocía gatos para comer y tiraba las tripas a los niños que se acercaban a su patio; la que siempre estaba sentada en su silla mecedora esperando que algún niño cruzara la calle del colegio hacia su casa.
Se tocó la cara con sus arrugadas manos y lloró, luego regresó a la mesa a continuar sus líneas.
“No debo maltratar a los niños que entren a mi patio”
Luego escuchó a los niños de afuera reír de nuevo, le dieron ganas de jugar y olvido su rostro del espejo.
— ¿Cuándo dejaras de verte en el espejo? — gritó la vos de la madre.
— ¿Cual espejo? — dijo la niña
— Olvídalo — gritó la voz de la mujer mientras recogía su cola para no aplastarla en la silla mecedora
La niña siguió escribiendo.
“No debo maltratar a los niños que entren a mi patio”

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