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Desinflando el pecho - por Juan Pablo López G

Ya no podía aguantar más la sensación del dedo quemándose, no le venía a la cabeza otro método para hacer desaparecer la tinta de la mesa. En cualquier momento podría pasar aquellas hormiguitas bibliotecarias que supervisan todo con la mayor exactitud, a estos no se les escapaba ni un mínimo detalle sobre cómo se encontraba todo el edificio. Arturo sabía que por más que frotara su dedo contra la madera, a ese tipo de robots que procuraban por el orden no se les pasaría aquel manchón por desapercibido.

Pasos con exacta reiteración se acercaban desde el la profundidad de las estanterías de su izquierda. De la derecha, Arturo cogió un libro, que a pesar de su volumen logró apoyarlo y abrirlo con suficiente cautela. Cuando el esqueleto animado que rondaba la biblioteca asomó su cabeza, miró fijamente al pequeño durante cinco segundos, hizo cara de aprobación y siguió su ronda de inspección. Apenas se superaba una primera etapa.

Arturo alzó los ojos, descargó todo el aire que retenía en los pulmones, cerró el libro y montó su bolso al hombro. Intentó terminar de borrar la mancha negra. No consiguió aminorar el dañó, mas contaba con suerte: el celador se cruzaba al otro extremo del edificio.

Mirando entre los libros, esperó a que aquel sujeto desapareciera. Una vez sin algún problema a la vista salió al pasillo que hace de espina dorsal en la biblioteca y empezó a avanzar lentamente, con las rodillas flexionadas, casi de cuclillas. Estando a ocho metros de la entrada, esperó que terminaran de verificar las maletas de las personas que salían. Una vez el último en ser inspeccionado empezó a caminar, se acercó y, metiendo las manos al bolsillo, dio la espalda. Viendo de reojo, recibió la comprobación y siguió su camino. Su pecho empezaba a desanchar, sentía que todo había terminado.

La distancia entre la biblioteca y el patio donde estaban sus cómplices constaba sólo de dos minutos a buen paso. Estando allá, todo se encontraba vacío, ni un alma mostraba su sombra. Empezó a caminar a un paso más veloz, casi corriendo y expandiendo sus costillas, hacia la cafetería, donde se encontraba el mayor cúmulo de estudiantes en hora de recreo. Sin detenerse, gritó a las chicas que preparaban los refrescos “¿Dónde está todos?”. Con tono burlón, se dijeron entre ellas, “¿Oigan, que dónde están los niños?”. Arturo no esperó más, se fue de inmediato a las cachas. Todas se encontraban igual que el resto del colegio, llenas de basuras y sin alma escolar que la habite. La biblioteca era el último lugar donde había visto a algún estudiante, pero no se atrevía a regresar.

No le provocaba ni un bocado de la comida que había dejado a medias antes de entrar a la biblioteca. No alcanzaba a imaginar dónde se habían metido todos los estudiantes, en especial sus amigos, en concreto alguien con quien desocupar su pecho lleno de palabras.

Mientras sentía que aquellos pensamientos se bajaban a su pecho en forma de lombriz y que se enhebraban entre sus costillas, trató de identificar unos pasos que se acercaban hacia su espalda. No se atrevió a girar la vista. Sabía a quién pertenecía la escuálida mano que se posaba en su hombro derecho.

Sin soltarlo, el bibliotecario lo dirigió hasta donde los encargados de sancionar las conductas que atentan contra el bienestar del colegio. Una vez allí, sin mencionar mayor número de palabras, el coordinador del colegio el teléfono. Intercambió palabras por treinta segundos, colgó y dijo dirigiendo su mirada a la hormiguita de biblioteca dijo con satisfacción:

-Ya te puedes marchar. Recomendará lo que hizo.

– ¡Pero entonces el libro! –respondió el bibliotecario mientras extendía los brazos en aspaviento y descargaba con las palmas abiertas sobre los muslos

El delgado hombre volteó su cabeza y luego el resto de su cuerpo apoyado en un talón, dio tres pasos y abrió la puerta, entró el murmullo de una multitud de jóvenes y sólo se alcanzó a asomar un par de cabezas pues inmediatamente entró una señora con una edad media ajustó la puerta y anunció:

-Aquí me tiene, señor. ¿Este es el chico al que debo entregar la esponja y el jabón?

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1 comentario

  1. 1. Ángel Gabriel dice:

    En verdad es dificil de entender cual es el conflicto que presenta tu historia, creo que se refiere a la mancha en la mesa de la biblioteca, aparte de eso el niño se fuga como un buscado por asesinato, considero que el relato en cuanto a oraciones tiene fluidez, si lo engancha a uno como lector, con la intriga de saber que pasará al final, aunque el final, tampoco es impresionante, o fatal, quizas porque la causa que provoca el nudo en la historia no es del todo trascendental. Al igual que me sucedió a mi tienes algunas palabras que no encajan en el relato, como “debe el la Profundidad”, debio decir debe la profundidad, o “las cachas” debio decir las canchas, y una redundancia en “colgo y dijo…” “la bibliotecaria dijo con satisfacción”. Solo te lo hago mensión porque eso mismo me sucedio a mi en mi relato, tuve faltas ortográficas, y faltaron o sobraron puntos y comas, me imagino que te pasó lo mismo los dos escribimos muy aprisa el texto, quizas para la proxima nos vaya mejor. Pero el esfuerzo que hiciste fue bueno, ¡¡¡¡Te felicito!!!.
    Si tienes tiempo lee el mio es el número 16 EL COLEGIO Y LAS MUÑECAS. coméntalo

    Escrito el 7 noviembre 2014 a las 01:58

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