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El primer desafío - por Gladys Ruibal

El primer desafío

El colegio quedaba a pocas cuadras de su nueva casa, de manera que no tardó en llegar. Alan que estaba impaciente e ilusionado con el hecho de conocer nuevos amigos, quería llegar rápido a la escuela.
Las baldosas negras y blancas le daban al patio del colegio la apariencia de un tablero de ajedrez. Hacia una de las altas paredes que lo cercaban, se hallaba un enorme árbol que dejaba caer su sombra sobre uno de los laterales del patio. El que venía de una ciudad donde las plantas solo se cultivaban en macetas y lo más alto que se podía ver eran grandes edificios de departamentos, se emocionó ante su gran tamaño. Amaba la naturaleza desde muy pequeño, le gustaban los animales y a partir de ese momento supo que su próxima aventura seria treparse al árbol.
Una vez terminada la primera etapa de la clase sonó el timbre del recreo y todos los alumnos se apresuraron a salir de manera atropellada al patio. Lo cierto es que a nadie se percató de su presencia, ni se interesó por ninguno de sus comentarios, así que decidió emprender su aventura del día. Tenía la certeza de que cuando lograra mostrarle a sus nuevos compañeros de que era capaz estos querrían ser sus amigos. El árbol era su meta. Cuando se acercó a la basa del tronco le pareció que este había crecido un poco más.
De todas maneras no permitió que ese pequeño detalle frustrara su proyecto, pues con sus siete, casi ocho años no podía echarse atrás. Y fue así que emprendió el ascenso a la frondosa copa del árbol. Algunos de sus compañeros al verlo se fueron acercando y observaban como trataba fallidamente de agarrarse de las primeras ramas y viendo que no llegaba, los chicos más grandes se burlaban de él.
Trató de que las burlas no lo afectaran, pero las lágrimas brotaban sin poder controlarlas. Y fue entonces que sucedió lo inesperado, uno de sus compañeros entrelazo sus manos y lo ayudo a subir a la primer rama y una vez logrado ese primer paso pudo alcanzar una rama más alta desde donde se veía todo mucho mejor. Varios de sus compañeros lo siguieron internándose entre las ramas, las cuales se convirtieron en el escondite perfecto debido a la frondosa copa del árbol.
De pronto sonó el timbre que indicaba el final del recreo y la orden de volver a las aulas. Todo había sido perfecto, tenía nuevos amigos y además habían hecho un buen trabajo de equipo, pero se les había escapado un gran detalle, no podían bajar solos del árbol. La maestra que los vigilaba de lejos, al ver que solos no podrían bajar se hizo cómplice obligada del juego y fue en su rescate. Siguiéndoles el juego a medida que se acercaba al árbol repetía una y otra vez: ¿Dónde están los niños? Qué pena que se hayan ido, justo cuando que les iba a dar los caramelos de chocolate que traje para festejar el primer día de clases. Fue entonces el momento en que asomando sus cabezas le pidieron a su maestra que los ayudara a bajar y ella con paciencia los bajo uno por uno bajo la promesa de que no volverían a subir estando solos. Ella sería su cómplice obligado la próxima vez.

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