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Volver a empezar - por Mayca Nasan

21 de octubre de 1998. La hojarasca crujió bajo sus pies justo cuando franquearon el umbral del patio. Era un día soleado pese a las fechas, y podría decirse que incluso hacia calor. Pero Marcos sentía todo el peso del frío dentro de su pequeño cuerpecito.

Alzó la cabeza despacio, y sus ojos asustados se encontraron con un edificio feo, desgastado e imponente según la perspectiva de un chaval de seis años. Durante un instante imaginó horrorizado que esa sería su cárcel durante los próximos años. Toda una vida.

Al fondo del patio descubrió una zona de columpios rodeada de árboles y algunas plantas, y a su derecha unas pistas deportivas, pero ni siquiera eso le consoló.

Había algo inquietante en ese patio. El silencio todo lo llenaba, acrecentando sin compasión su desasosiego. Se aferró con más ímpetu a la mano de su padre; normalmente con eso bastaba. Siempre que tenía miedo apretaba todo lo que sus fuerzas le permitían aquella mano firme, cálida y tan querida y al instante, se sentía seguro. Pero esta vez, no funcionó.

Notaba que le faltaba la voz y estaba a punto de echarse a llorar cuando en un arrebato de valor al fín se atrevió a preguntar: "Papá, ¿dónde están los niños?"
Su padre le miró, muy serio, durante unos segundos y después agachó la cabeza, quebrado quizás su ánimo de otras nostalgias y pesares.

Marcos sabía que desde hacía tiempo papá estaba triste y ya apenas jugaba con él. Además casi siempre estaba de mal humor. Hacía tiempo, también, que había vendido su coche y algunos cachivaches de casa. Y hacia más tiempo aún, que no pasaban una tarde en el cine, o en el centro comercial, o conociendo sitios nuevos. En realidad, hacía mucho tiempo de todo.

A Marcos nunca le contaban nada, cosas de mayores, solían decirle. Sólo una vez mamá le explicó que papá estaba en paro, y él no sabía muy bien que significaba eso, pero sí que sabía que desde entonces todo iba mal,y que a partir de ahora, todo sería mucho peor, porque el mes pasado, un día cuando llegó de la calle de jugar con su amigo Ñete, su padre le dijo que iba a cambiar de colegio, que al que iba ya no se lo podían permitir. Y aunque a sus seis años eso era lo más horrible que le podía pasar a Marcos, o eso pensaba él, apretó los dientes y decidió que no protestaría y mucho menos lloraría, porque ya había aprendido que estar en paro traía esas y otras consecuencias, y sobre todo, porque no quería apenar aún más a su padre.

Y ahora aquí estaban los dos, en mitad de un de un patio vacío, hombre y muchacho arrastrando cada uno sus temores sincronizados con el lento avanzar de sus pasos.

A punto de abordar la entrada principal ambos se quedaron quietos. El padre abrazó al hijo y al fin habló: "Marcos, hijo, tranquilo. Los niños estarán ya en clase. Hemos llegado un poco tarde, pero no te preocupes, es tu primer día y primero hemos de ir a ver al director. Después te acompañará a tu nueva clase y conocerás a tus compañeros. No tengas miedo. Es normal lo que sientes, pero ya verás como aquí vas a ser muy feliz. Estoy muy orgulloso de ti, hijo".

El crío, alentado por las palabras de su padre, tomó la delantera y, muy digno, cruzó la puerta del edificio grande.

Por aquel entonces Marcos no tenía ni idea, aún tardaría años en descubrirlo, pero en aquel preciso momento comenzaba la etapa más feliz de su vida.

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3 comentarios

  1. 1. Yeyo dice:

    Extraordinario relato, a pesar de la brevedad es capaz de conseguir mantenerte en tensión para tener un final sorprendente. Excelente narración.

    Escrito el 29 octubre 2014 a las 11:37
  2. 2. Ana Olivera dice:

    Me ha gustado la manera de dar forma a una gran historia, tan bonita, siendo tan breve, me has impresionado mucho, espero que sigas escribiendo mucho mas y poder asi leer mas cosas tuyas.

    Escrito el 5 noviembre 2014 a las 23:28
  3. 3. Mayca Nasan dice:

    Muchas gracias a los dos por vuestros comentarios!

    Escrito el 6 noviembre 2014 a las 21:04

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