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FINI - por CARMEN

La fiebre había remitido después de pasarse el fin de semana en cama. Tres años esquivándola pero, esta vez, la gripe le había cogido desprevenido. Desprevenido y solo.
Clara estaba en Londres preparando la exposición de Goya en la National Gallery, supervisando que todos los cuadros prestados vuelvan al Prado intactos, por lo que no había tenido público para sus teatrales lamentos y su egoísmo de convaleciente exagerado. Su madre vino el viernes por la tarde camino de la sierra y le dejó su caldo de pollo y algo de jamón york “para que comas algo”. ¡Mala madre!, prefería los paseos por el campo, los chismorreos y las partidas de trivial con sus amigas que quedarse a cuidar de su hijo enfermo.
Ahí estaba él un lunes por la mañana con el cuerpo dolorido, atiborrado de paracetamol e ibuprofeno y abandonado por sus seres queridos. ¡Triste!
El reloj-despertador marcaba las nueve y cinco, en unos segundos Ortigueira llamaría para preguntar si le había pillado un atasco o algo por el estilo. Se arrebozó entre las mantas a esperar la llamada y volvió a dormirse.
A las dos horas se despertó: “¡Qué extraño!, era la primera vez en quince años que Ortigueira no mostraba su falsa preocupación por un compañero que no acudía al trabajo. El sueñecito había sido reparador y se levantó con ganas de zampar un reconfortante café caliente acompañado de una gran tostada de pan con tomate. Sólo pensarlo se le hizo la boca agua. Tres días sin comer nada sólido era suficiente. Mientras preparaba el desayuno algo le llamó la atención, la ausencia total de ruido.
A esa hora siempre se escuchaba, como si de hilo musical se tratara, el griterío de los niños jugando durante el recreo en el patio de un colegio cercano. Se asomó al tendedero con curiosidad para comprobar cómo estaba desierto. “¿Dónde están los niños?” La verdad es que no se oía nada: los pájaros, coches, la radio de la vecina, la motosierra del jardinero… No se oía nada porque no había nada ni nadie.
Alarmado fue hacia el salón para encender la TV. Los segundos que tardó en iluminarse la pantalla le parecieron eternos, sólo para descubrir NADA. El corazón se aceleró y fue a encender la radio, NADA. Cogió el móvil para llamar a Clara, no hubo respuesta. En su delirio bajó a la calle, NADA. Gritó, gritó hasta caer sin fuerzas pero NADA le respondió. ¿Qué había ocurrido en su convalecencia? Esta vez el sentimiento de abandono fue real y absoluto. ¡Estaba solo, completamente solo!

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2 comentarios

  1. 1. José Torma dice:

    Que tal Carmen?

    Un relato con tintes cotidianos que de pronto se torna paranoico. Es un momento Walking Dead que persigue mis pesadillas, que yo despierte y me encuentre, frente a frente con la nada.

    Me has entretenido, felicidades.

    Escrito el 30 octubre 2014 a las 17:25
  2. 2. Chiripa dice:

    ¡Hola Carmen!
    Me gusta! Retrataste a la perfección el terrible miedo masculino a la soledad. “De esa cabuya tengo yo un rollo”, como dicen por ahí jajajaja.
    Bien estructurado, con buen ritmo y un final abierto, que adoro.

    ¡Enhorabuena! Y espero seguir leyéndote.

    Te invito a pasar por mi relato El Grito (# 111) @
    https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-19/1969

    Escrito el 30 octubre 2014 a las 18:05

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