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Patio nocturno - por Eilean

―¿Dónde están los niños? ―preguntó él.
―Déjate de tonterías, por favor ―respondió ella―. Dónde van a estar: en sus casas, durmiendo. Son las doce pasadas.
Estaban frente a la puerta del colegio. Las nubes incrementaban la opacidad nocturna. No había luna. Él era joven, frisando la treintena, con barba de varios días y ropas anodinas un tanto desgastadas y no demasiado a la moda. Ella por su parte podría, por edad, ser su madre, sin embargo el vestido morado de corte ejecutivo y el maquillaje muy estudiado le daban un aire juvenil de tal modo que aparentaba tener solo un puñado de años más que él, cuando en realidad se llevaban casi veinticinco. La esbelta y atractiva figura de ella contrastaba con la de él, de similar estatura pero más grueso y de andares menos resueltos, como de derrotado.
Ella metió la llave en la verja que hacía de puerta principal del colegio. Cada uno miró hacia un lado de la calle para asegurarse de que nadie les veía. Luego, se coordinaron para mirar hacia el otro lado, sin que ninguno de los dos sintiera remordimiento alguno al cruzar la mirada con el otro; eran conscientes de que no lo hacían por desconfianza entre ellos sino por redoblar la seguridad. Entraron.
El patio, sin niños y a oscuras, era un sitio que, pese a que ambos lo conocían bien, parecía ahora distinto, desconocido. Aunque la energía que desprenden los pequeños en la hora de recreo, estaba allí, de algún modo difícil de explicar. Ambos percibían eso cada vez que entraban por la noche. Era justo lo contrario a adentrarse en un mausoleo, o en la cripta bajo una iglesia gótica.
―Me gustaría fumar un cigarrillo antes… ―pidió él.
―No, ya fumarás luego ―interrumpió ella―. Primero… lo primero.
Avanzaron por el patio. Ella con su paso regio, apoyando el peso en los dedos de los pies, para evitar hacer demasiado ruido; él tratando de acompasar su caminar al de ella, admitiendo con ello que la mujer ostentaba el mando.
Entraron en el edificio. En la puerta, de nuevo extremaron las precauciones y, pese a que ambos sabían que nadie podía estar vigilándolos, escrutaron la oscuridad exterior.
Apenas unos pocos minutos después, puede que menos de diez, ambos salieron por la misma puerta y también al cerrar repitieron la ceremonia de observación.
Caminaban de nuevo por el patio cuando él sacó un paquete de cigarrillos. Uno fue a parar, directo, a su boca y luego, con rapidez porque de pronto le parecía una descortesía por su parte no hacerlo, le ofreció tabaco a ella. Sabía que no lo aceptaría porque nunca la había visto fumar, aun así creyó apropiado hacerlo
―No, gracias ―se apresuró a decir ella―. Hace años que lo he dejado. ―Y añadió tras una breve pausa―: ¿No deberías esperar a que saliésemos a la calle? Alguien podría ver el humo, o incluso la punta del cigarrillo ardiendo.
A modo de respuesta, él señaló el pitillo ya encendido.
―Será mejor que nos sentemos allí; desde ese punto no nos podrán ver ―dijo ella, resignada a tener que compartir unos minutos más con él.
Ella era la directora del colegio en el que estaban; él trabajaba también allí, como conserje.
―Es curioso lo diferente que es el colegio de día ―sentenció él una vez se encontraban en el lugar apartado sugerido por ella―. Sin ir más lejos, de día no me permiten fumar, ni siquiera aquí, al aire libre, ni aunque los niños estén todos dentro de las aulas. Y míreme ahora… ―Dio una bocanada más ostentosa que las anteriores y miraba cómo el humo se perdía en la negrura.
La directora no respondió. Poco después, cambio de tema y le preguntó:
―¿Sabe tu mujer, o tu novia, lo que hacemos aquí? ¿Estás casado?
―No, no lo estoy. Y no, mi compañero no lo sabe. Aún no tenemos tanta confianza para ello. Ni siquiera vivimos juntos; aún no ha terminado de asumir su “salida del armario” ―respondió él.
―Mi marido sí lo sabe ―replicó la directora.
No hablaron más. El conserje terminó el cigarrillo, aplastó la colilla con el pie y, usando un pañuelo, la recogió para deshacerse de ella fuera del colegio. Salieron con la misma precaución que entraron y, sin despedirse, cada uno se fue por su lado, con calma, metido en sus propios pensamientos.

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3 comentarios

  1. 1. José Torma dice:

    Hola Eilean.

    Me lei tu relato de un tiron y me parecio que algo me habia faltado? lo relei y sigo con la misma sensacion. Tal vez el hecho de que en un inicio parece un encuentro romantico, el hecho de que el se asuma homosexual “Y no, mi compañero no lo sabe” si que me despista entonces el hecho de lo que pudieran haber hecho “Apenas unos pocos minutos después, puede que menos de diez” mi mente loca busca rellenar los huecos y no encuentro una solucion que satisfaga mi inquietud.

    Te felicito.

    Saludos

    Escrito el 30 octubre 2014 a las 17:56
  2. 2. Angel Gabriel. dice:

    Yo me quede con las preguntas ¿a que fueron?, a traer un documento secreto, ¿a hacer el amor por diez minutos? ¿solo a fumar? ¿que estabam haciendo allí? no lo supe, no lo entendí, el relato es sencillo, sin sobresaltos, no encuentro las descripciones necesarias para situarnos en el colegio, porque llegaron allí, y que hacía la directora con el conserje, porque no pudo ser la directora con un profesor, o el conserje con la de la cocina, no encontre estructura porque a pesar que si hay presentación no existe nudo y desenlace, pero en términos generales, por lo menos lo mantiene al lector pegado a los sucesos esperando que suceda algo, hasta que en esa espera llegamos al final, si no has leído PEDRO PARAMO de JUAN RULFO, de la recomiendo, para mi es un relato confuso, pero los críticos dicen que es la mejor novela mexicana, se parece a tu relato. ¡Felicitaciones!
    Si tienes tiempo lee el mío y has un comentario, es el número 16 EL COLEGIO Y LAS MUÑECAS.

    Escrito el 6 noviembre 2014 a las 02:39
  3. 3. Eilean dice:

    Saludos. No vi esto, ni siquiera sabía que se hacían públicos los relatos.

    En mi defensa, descargo o… descaro, diré que tampoco yo sé qué hacen en el interior del colegio.

    ¿Por qué tenemos que responder a todas las preguntas que nos suscita la vida cuando las básicas (quiénes somos…) permanecen como incógnitas y así lo estarán siempre.

    Quizás sea una apuesta arriesgada, controvertida y que no tiene por qué gustar a todos; fue mi elección y al menos tengo la tranquilidad de que no ha sido por mi impericia el que no se haya entendido.

    Gracias por comentar y espero haberme explicado con mi no explicación, jejeje…

    Y Juan Rulfo es maravilloso, “El llano en llamas” es mi libro de relatos favorito junto a “Catedral” de Carver.

    Escrito el 28 noviembre 2014 a las 21:22

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