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Mortaja castellana - por Álvarez Vainlla

Serían sólo dos semanas, pero al fin y al cabo era trabajo. Se trataba de una sustitución en un colegio de un pequeño pueblo de Castilla. Lo malo, es que nadie quería alquilarme una vivienda por tan corto espacio de tiempo, y lo único que encontré, fue un viejo caserón llenó de humedad. Me preguntaba, como había ido a parar a semejante y destartalado agujero. Yo era un joven urbanita con cierto apego a la comodidad y no dado a rusticidades.

El camastro era de hierro forjado con adornos de cerámica entre los barrotes, toda una antigualla. El colchón, mejor ni nombrarlo, las decenas de personas que habían dormido en él, a lo largo de su historia, parecía que habían dejado allí como grabadas, las formas de su anatomía, pues estaba lleno de incómodos hoyos. Por fin me decidí a sumergirme entre las sábanas. A pesar de lo incomodo que era el catre, la tensión del viaje, había hecho mella en mi agotado cuerpo, y casi, sin darme cuenta me quedé dormido.

—Las seis de la mañana —escuché tocar en el carillón del viejo reloj de pared que estaba colgado en la habitación contigua—, me quedan dos horas para levantarme —pensé antes de intentar volver a sentir el cálido abrazo de Morfeo.

Pero ya me había desvelado, y justo, al intentar darme la vuelta, vi una especie de destello al fondo del pasillo. Pensé que sería algún reflejo proveniente de la calle. Me incorporé hasta sentarme en la cama. Una sombra se advertía llegar por el pasillo, me froté los ojos con la intención de despejarme, de eliminar cualquier resto de somnolencia. Comencé a elucubrar razonando respuestas.

Accioné el interruptor que encendía la pequeña lámpara y, para mi sorpresa, descubrí escondido entre las sombras, la figura de un niño parado en la puerta. Algo me advertía que no se trataba de un niño normal. Calculé, rondaría los diez años. Permanecía cabizbajo, al fijarme, percibí que vestía con un uniforme pasado de moda, pero luego caí en la cuenta al ver que portaba un rosario de madera entre las manos, que iba vestido con un traje de primera comunión.

—¿Qué haces ahí? —pregunté aterrorizado—. ¿Qué quieres de mí?

Alzó el rostro, sus ojos no miraban hacia ningún sitió, estaban perdidos, como sin vida. Ahora caminaba por la estancia, justo a los pies de mi cama. No parecía verme, ni siquiera era consciente de mi presencia. De repente se detuvo, su semblante no varió, seguía serio, triste, desorientado; puede que tuviera miedo. Me miró fijamente y leí la palabra muerte en sus glaucas pupilas. Se dio la vuelta y salió por el pasillo camuflado entre las sombras.

Permanecí quieto, como escondido, hasta que los primero rayos del sol se colaron por los agujeros de la ventana. Salí disparado hasta la casa colindante; la de mi casera.
—¡Verá! Es que esta noche me ha parecido ver… —no era capaz de encontrar palabras.

—¿Qué te pasa zagal? Traes una cara que parece que acabas de ver un difunto —me interrumpió la anciana.

—Pues precisamente, quería preguntarle si ha muerto alguien recientemente en esa casa —apunté con el dedo.

—¿Recientemente? Nadie que yo sepa —contestó tajante— y eso que siempre ha sido mía la casona, y antes que mía de mis padres, y así, hasta mis abuelos. Los únicos difuntos que allí perecieron, fueron mis padres, ambos ancianos en cama. Allí velamos también a mi hermano Tomás, cuando murió siendo zagal, hace más de setenta años.

—¿Tiene alguna fotografía del hermano de usted, señora —pregunté nerviosamente.

—¡Anda el otro con lo que viene! ¡Pues claro que la tengo! ¿Quiere usted verla? —preguntó servilmente.

De un viejo baúl sacó una amarilla y arrugada fotografía. No podía creerlo, era el mismo niño que me había visitado esa noche, tenía la misma ropa, e incluso, sostenía el mismo rosario en las manos.

—¿Y de que murió? —Pregunté aterrado.

—Se ahogó en el pozo de ahí afuera —Señaló.

—Pobre niño… fallecer el día de su primera comunión —lamenté apenado.

—No sé confunda usted. Murió poco después. Tan cerca de esa fecha, que el traje con el que comulgó, le sirvió de mortaja —dijo la vieja mientras se santiguaba.

Salí de allí como alma que lleva al Diablo. Ni paré a recoger mis pertenencias. Renuncié al trabajo, por supuesto. Hasta hoy nunca me había atrevido a contar lo que me tocó vivir en un pequeñísimo pueblo serrano, en pleno corazón, de la meseta castellana.

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2 comentarios

  1. 1. Aradlith dice:

    Me encantan estos relatos, aunque todos sigan la misma fórmula: se ve un fantasma, y la persona a la que se le pregunta menciona a un familiar muerto hace años. Lo que hace especiales a estos relatos es que a pesar de seguir este esquema, todos tienen algo que hace que, aunque sepas cómo van a seguir, hacen que sigas leyendo, y que te guste. En mi opinión es una fórmula que funcionará siempre 🙂
    Pero una pequeña anotación: tengo entendido que hace 70 años se solía hacer la comunión con 5/6 años, que lo de hacerla cerca de los 10 es cosa de estos tiempos… pero no estoy muy segura.
    Sea lo que sea… ¡Buen relato!

    Escrito el 28 noviembre 2014 a las 19:41
  2. 2. José Torma dice:

    Este es un relato dificil de criticar ya que esta muy bien escrito, te va propocionando la informacion necesaria y solo un par de cosas del lenguaje hacen sombra, pero son poca cosa.

    Te comento un par que me hicieron detener la lectura:

    “Me preguntaba, como había ido a parar a semejante y destartalado agujero. Yo era un joven urbanita con cierto apego a la comodidad y no dado a rusticidades.”

    me parece que el dialogo interno, aun que sea en primera persona, deberia ser resaltado o de plano no notarlo, lo primero seria con un par de comillas «como había ido a parar a semejante y destartalado agujero» o lo segundo, seria eliminar la coma despues de preguntaba. Que buen lio me arme, espero haberme explicado.

    Lo segundo que me llamo la atencion fue el lenguaje:

    “—¿Tiene alguna fotografía del hermano de usted, señora —pregunté nerviosamente.” Se ta ah ido el cierre de la pregunta, y el hermano de usted me suena un poco redundante, pero tambien se que es manera de hablar. Aca en Mexico me ha tocado escucharlo como expresion de respeto o para marcar el trato de “usted”.

    Pero niñerias mias, el relato esta muy bien escrito, es agradable a la vista y me gusto mucho.

    Felicidades.

    Escrito el 2 diciembre 2014 a las 00:50

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