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La Noche del Planeta. - por mareny blau

LA NOCHE DEL PLANETA

Dejamos el pueblo atrás y cogimos la cuesta asfaltada que iba hacia la montaña. Pasaban de las diez de la noche.
Caminábamos charlando animadamente de nuestras cosas, pero a medida que ascendíamos, nuestra conversación languidecía. Nos paramos un momento a tomar aire.
-Qué raro que no suba nadie – comenté sorprendida de no encontrarnos con gente.
-Mira – dijo Luisa haciendo que me girara pensando que venía alguien. Me quedé sin aliento ante lo que vi. La oscuridad que nos rodeaba era tan densa y brillante como una mancha de petróleo en el mar.
Todo a nuestro alrededor había desaparecido, no existía el arriba, ni el abajo, ni la derecha, ni la izquierda. Solamente parecía quedar en todo el universo el pequeño círculo de asfalto que iluminaban las linternas debajo de nuestros pies.
Miré hacia el cielo, pero ni siquiera la luna brillaba esa noche, solo millones de estrellas y la banda lechosa de la Vía Láctea nos acompañaban.
Sentí tal estremecimiento que tuve que abrazarme.
-¿A que da miedo? – dijo mi amiga sonriendo.
Ni siquiera le contesté, seguí andando con toda la entereza de la que fui capaz.
-Creo que nos hemos perdido – comentó Luisa que se había adelantado, dirigiendo la luz de su linterna por todas partes – no hay ningún camino por aquí.
Era la primera vez que participábamos en La Noche del Planeta, no conocíamos el lugar, nos habían dicho que la entrada a la explanada donde se iba a celebrar la reunión de astrónomos aficionados, se encontraba pasando el hotel a la derecha. Pero el hotel hacía rato que lo habíamos dejado atrás y seguíamos sin encontrarla.
-Estará más arriba – dije intentando que no se me notara la inquietud que comenzaba a sentir, en la voz.
-Sí ¿pero dónde?¿HAY ALGUIEN AHÍ? ¡NOS HEMOS PERDIDO Y ESTAMOS SOLAS! – gritó de pronto Luisa dándome un susto de muerte.
-¿Estás loca? ¿Cómo dices que estamos perdidas y solas? ¿Y si aparece un psicópata y nos ataca?
Un ruido sordo entre los matorrales a nuestra izquierda hizo que ilumináramos la zona, algo enorme echó a correr hacia los campos perdiéndose de nuestra vista.
-¡AH! – gritamos las dos a la vez, corriendo la una hacia la otra y abrazándonos.
-¿Qué ha sido eso? – preguntó Luisa iluminando el lugar de donde había salido aquella cosa.
-No lo sé, solo he visto un bulto correr hacia allí – contesté con el corazón desbocado, señalando los matorrales con mi linterna.
-Puede que haya sido un jabalí, dicen que a veces bajan hasta el pueblo – dijo Luisa poniendo la voz lo más natural posible, aunque el temblor de su cuerpo desmentía esa calma que trataba de aparentar -¿Quieres que nos volvamos a casa? Podemos venir otro día – propuso.
-Otro día ¿Cuándo? -le pregunté – otro día va a ser imposible, ya sabes lo que nos ha costado estar hoy.
-Tienes razón – dijo después de pensarlo un momento – si no lo hacemos ahora seguramente no lo haremos nunca.
-¡Ten cuidado con eso! – oímos decir a un hombre.
La voz venía de detrás de un cañizo a nuestra derecha.
Luisa apuntó su linterna en esa dirección, un muchacho se tapó la cara con el brazo, y salió rápidamente del haz de luz.
Hacia un poco de fresco, pero notábamos como la ropa se nos pegaba al cuerpo.
-¡Oye! ¿Has venido a La Noche del Planeta? – pregunté esperando ansiosa que la respuesta fuera afirmativa.
-Si – contestó la voz masculina.
Nos miramos aliviadas.
-Ahí delante hay un camino que lleva a una finca con árboles ¿Es la entrada? – le preguntó Luisa.
-¡No! – contestó el hombre – por ahí acabareis en el cementerio.
Las dos nos giramos a mirar la oscura silueta del camposanto, los cipreses y las pequeñas luces que titilaban sobre la hierba que crecía pegada a su muro.
-Yo no sigo – dijo con voz temblorosa Luisa – ¿Y si se nos aparece algún muerto?
-Esos muertos no nos conocen de nada ¿Para qué se nos iban a aparecer?
Luisa dirigió la luz de su linterna a mi cara, mirándome estupefacta ante aquel comentario.
-¡Eh vosotras! Apagad las linternas y pasad de una vez – nos increpó la oscura figura de un hombre a dos metros a la derecha de nosotras, haciéndonos gritar de pavor mientras corríamos como alma que lleva el diablo hacía la densa y brillante oscuridad.

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