Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Acechos de Locura - por Dav

Web: http://www.scrutinizze.wordpress.com

Como si acabase de despertarme habiendo estado más de doce horas durmiendo, de repente me di cuenta de que estaba caminando. Mi vista nubla, como lo es el cielo al medio día en este nórdico país, me impedía ver dónde me encontraba. Tan sólo el sonido de la suela de los zapatos contra la gravilla húmeda del asfalto quiso ayudarme a, al menos, saber qué clase de lugar pisaba. Encontrarse a sí mismo es un nivel superior.

Podía notar el impacto de la suela de mi zapato contra los restos de agua que había dejado la lluvia, como el peso de mi cuerpo recaía atrozmente contra el suelo, dejando sin piedad la silueta de mi calzado con cada pisada. De repente, esa sensación que provoca la gravedad impactando contra el suelo se trasladó de escenario y mi mente dibujó sin permiso la imagen de un rostro ensangrentado que estaba siendo golpeado con violencia por un teléfono móvil. Aturdido, no podía vislumbrar con claridad el aspecto de la víctima y, quizá así, reconocer su identidad. Golpeé mi cabeza con mis propias manos en un intento absurdo de iluminar la pesadilla que sobrecogía mi mente en ese instante. Fue entonces cuando me percaté de que mis manos estaban mojadas y habían dejado un líquido caliente que caía desde el final de mi patilla en forma de gota y ahora recorría mi mandíbula aproximándose a mi cuello con rapidez. Reconocí el aroma de aquella substancia, ya la había olido antes en varias ocasiones. Mi trabajo como auxiliar de enfermería por fin me había brindado alguna utilidad y sabía perfectamente que era sangre.

Sentí entonces cómo el pánico se colaba por mis retinas, podía notar como viajaba lentamente por mi interior hasta estrangularme el pecho. Empecé a recuperar mi vista gracias a la adrenalina que mi cuerpo comenzó a desprender. La niebla fue esfumándose hasta dejar ver las copas de los árboles que adornaban un paisaje oscuro, iluminado artificialmente por la hilera de altos farolillos que recorría el Kadriorg Park. Saber dónde estaba logró que me tranquilizase por un momento, pero dicha calma se desvaneció vertiginosamente cuando introduje la mano en mi mochila sin intención clara, quizá en busca de alguna explicación, y hallé con las palmas de las manos dos objetos cuando sólo tenía que haber un artilugio de ese tipo. Saqué aquel móvil que no debía estar allí y las abolladuras teñidas de un tono rojo renegrido me confirmaron sin cautela ni tacto que era el arma que hizo posible el crimen de mi reciente pesadilla en vivo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas e irrumpí en sollozos que parecían llenar todo el espacio de ruido. Qué está pasando me pregunté a mí mismo con la angustia bañándome los poros. Vacié con agresividad mi mochila, volcando todo lo que guardaba dentro hacia fuera. Mis llaves impactaron contra el suelo, así como un arrugado paquete de pañuelos y un par de monedas sueltas, mi vieja cartera de piel y mi agenda. Desesperado ante la ausencia de respuestas, ante la incertidumbre vacilante de la situación, descargué mi ira a patadas contra todos aquellos objetos. De pronto, lo que pareció ser la esquina de un sobre sobresalió de mi agenda y su blancura impecable desafinaba con aquella sucia escena lo suficiente como para captar absortamente mi atención. Con movimientos apresurados abrí aquella esperanza y saqué el documento que me acechaba el interior, sin saber que iba a ser a costa de perder el resto de las que mi alma podría cultivar a partir de aquel momento.

Por el encabezado reconocí que se trataba de un informe neuropsicológico donde yo era el protagonista de la línea de puntos que aguardaba el título de paciente. Debido al temblor de mis manos titubeantes sosteniendo aquel papel, apenas podía leer correctamente las palabras que le constituían valor y que darían sentido a la situación, pero dos únicas palabras fueron lo suficientemente aterradoras para hacer que mi capacidad de lectura se sobrepusiese a los obstáculos de mi fisiología corporal: esquizofrenia paranoide.

Inesperadamente, oí con cercana claridad el sonido de unos pasos que se dirigían hacia mí hasta dejar de sonar para transformarse en el sonido de una voz áspera y grave:

—¡Alto! —Dijo un Policía de Seguridad estonia apuntándome con una pistola—. Ponga las manos donde pueda verlas, por favor. –

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.