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Casa de verano - por María

CASA DE VERANO

Desde que en 1930 el Doctor Lafora abandonara Madrid, su casa de la sierra se llenaba de niños durante los meses de verano. Su dilatada experiencia tratando enfermedades psiquiátricas le había llevado a establecer excelentes relaciones con los principales hospitales. A pesar de sus investigaciones y ensayos clínicos colaborando con centros psiquiátricos de todo el mundo, era muy consciente que la mayoría de los niños ingresados con enfermedades de este tipo tenían difícil cura y debían aprender a sobrellevar su enfermedad con el sufrimiento que eso conllevaba para su familia. Poniendo su casa a disposición de estos niños, conseguía que durante unos meses al año salieran del asfixiante entorno del hospital.

No solo eran niños con enfermedades psiquiátricas los que disfrutaban de este respiro, sino también jóvenes con otras dolencias difícilmente curables, a los que el aire de la sierra mitigaba su sufrimiento en los que quizás serían sus últimos meses de vida.

Fue en 2013 cuando alquilé la casa del Doctor Lafora, para disfrutar con amigos de unos días en la sierra. En aquel momento, solo supe tras hablar con el propietario que durante muchos años había estado cerrada y era la primera vez que la alquilaban después de hacerle pequeñas reformas y limpiarla en profundidad.

Levantada con muros de enormes piedras, tenían muchas ventanas. Quedaba claro que quien la ideó, deseaba aprovechar la luz y el aire que durante todo el año se respira en la sierra. Había algo que me estaba atrayendo mucho de aquella casa. A diferencia de las residencias de alrededor mucho más ostentosas, pretendiendo mostrar el poder económico de sus propietarios, ésta parecía perseguir el objetivo contrario, ocultar, esconder.
Al llegar a la casa, apenas tuvimos tiempo de verla al completo. Aproveché después de la cena mientras todos estaban en el jardín para conocerla mejor. Dudé si sería una buena idea no tanto por lo que vería, sino por lo que mi mente extremadamente curiosa pero muy miedosa ante lo desconocido, iba a interpretar de ello.

En la planta baja había varias estancias con muebles y decoración sobria, nada interesante. Sin embargo a la izquierda de una de las salas, una pequeña puerta llamó mi atención. Sentí escalofríos. Me encontré con una habitación repleta de juegos de niños antiguos, caballos y trenes de madera, cientos de canicas, ábacos, soldaditos de metal. “¿Quién había vivido ahí? ¿Por qué tantos juegos?”, pensé. Percibí esta sala como un indicio claro de que esa casa guardaba una historia de la que no se había deshecho del todo y que empezaba a asustarme.

Caminando por el pasillo llegué a la cocina. Aún sin ser muy grande, contaba con ocho fogones, dos hornos de gas tamaño industrial y cientos de ollas enormes de latón que sin duda, habían dado de comer a muchísima gente. “¿Cuánto tiempo lleva esto aquí?” pensé, “¡esos utensilios de cocina hace años que no se utilizan!”.

Subía las escaleras y no dejaba de imaginar. Habían dado un lavado de cara a esa casa, pero seguía conteniendo historias imposibles de esconder. Conté seis dormitorios, con dos camas en cada uno. Yo dormiría en el último del pasillo y nada más entrar me estremecí, viendo tres fotos enmarcadas en la pared encima de la cama. Cada foto mostraba a unos diez niños y un año diferente en el marco inferior, 1930, 1931 y 1932. Perdí la noción del tiempo observando aquellas fotos. En ninguna aparecían los mismos niños pero todos tenían algo en común, la mirada triste, perdida, apagada. Mi imaginación empezaba a descontrolarse. Cerré los ojos y por un momento escuché a esos niños corriendo por las habitaciones, por el pasillo, quizás llorando, “¿¡Por qué estaban tan tristes!?” pensé.

-¡Elena! ¿Dónde estás? Venga, vente al jardín que sin ti somos impares, te necesitamos para jugar a las cartas.

Los gritos de uno de mis amigos me devolvieron a la realidad. Disfruté de ese fin semana y logré controlar mi imaginación, mis miedos, aunque no del todo. Durante el día estaba distraída y apenas pensaba en los niños, pero por las noches antes de acostarme volvía a observar las fotos, sentía que los niños me miraban y me estremecía. Solo quería cerrar los ojos, dormir y no oír a los niños en mis sueños.

Nunca olvidaré las sensaciones que allí viví y que me llevaron a todo un año después de este fin de semana, investigar qué había ocurrido y llegar a conocer a aquellos niños enfermos. No pararé hasta saberlo todo.

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1 comentario

  1. 1. Ángel Gabriel dice:

    La historia tiene suspence, intriga, no existe el conflicto, no tiene nudo, el final se queda abierto, por lo que no tiene desenlace, si crea expectativas, porque se espera que suceda algo de terror o de pánico lo cual no se da en toda la historia, solo se deja sentir una pequeña sensación de miedo, pero que no se palpa, no se expresa del todo, la descripción del personaje central y del lugar de los hechos esta bien lograda. ¡¡¡¡¡¡¡¡FELICITACIONES!!!!!!!!!!

    Escrito el 23 diciembre 2014 a las 05:04

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