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Tío Carlos - por Guillermo Cédola

Alto, marcadamente delgado, parcialmente calvo y barba rala. Lo que le quedaba de pelo y barba estaban totalmente canosos. Ojos chicos pero penetrantes, nariz puntiaguda y grande. Siempre lo veía con camisa de mangas cortas y en el bolsillo el paquete de cigarrillos “L&M”, pantalón de trabajo que alguna vez fue nuevo y siempre pantuflas. Hablaba poco, le alcanzaba con mirar. Se llamaba Carlos, era el panadero del pueblo y sobre todo: mi tío.
La panadería “La esperanza” estaba sobre la calle principal pero no en el centro. El frente tenía una vidriera grande y otra muy chica, en el medio de ambas estaba la entrada que era de una sola puerta y había sido reemplazada por una cortina de tiras plásticas multicolor que se mantenía tanto en invierno como en verano, adentro, en el salón, había un mostrador muy largo todo de vidrio con un delgado marco de madera y una vitrina para caramelos con las mismas características. El salón estaba gobernado por un retrato de la Virgen. Siempre atendía mi tía Elvira, “la gorda”, y mi prima Lily. Mi tío hacía el pan junto a mi primo Rubén y un par de vecinos que oficiaban de obreros.
Mi casa estaba a poco más de cinco cuadras, viniendo del centro por la calle principal, dos cuadras antes que la panadería y tres hacia un lado.
Cuando regresaba de la escuela siempre caminaba esas dos cuadras de mas, me encontraba inexorablemente con mi tío Carlos en la puerta de su comercio, sentado en una silla que me resultaba extraña por que era innaturalmente baja (se había roto una pata y cortaron las otras tres a la misma altura de la rota). Después de saludarlo entraba a darle un beso a mi tía, que siempre tenía preparado un paquete con las facturas que hubiesen sobrado o me habían guardado, ya que yo tenía asistencia perfecta y por nada dejaba de pasar a buscarlas.
El domingo me levanté a media mañana dispuesto a comer algo y veo a mi papá entrar apurado y que sin mirarme me cierra la puerta de su cuarto en la cara. Me quedo quieto, extrañado y escucho a papá decirle a mi mamá:
– Murió Carlos.
– ¿Que?- fue la respuesta asombrada de mamá – ¿qué pasó?
– No sé, la Gorda estaba desesperada, me contó la nena (Lily) que la madre lo quiso despertar y Carlos no respondía, llamaron a la ambulancia y estaba muerto. Un infarto.
Yo nunca había ido a un velorio, ni sabía cómo era un muerto. Pero mi padre, a modo de única e irrevocable invitación, me dijo: “Vestite, vamos a despedir al tío”.
El mostrador de vidrio y la vitrina estaban arrumbados contra una de las paredes y contra otras dos había sillas, reconocí las del comedor y las que tenían en la cocina, un par más eran las que usaban en los dormitorios para apoyar la ropa del día y las otras, supuse, las habían prestado los vecinos. En la pared restante estaban los trípodes con las coronas. Leí las inscripciones que tenían en las bandas de color lila como para dilatar el momento de ver a mi tío muerto. Sabía que el cajón que lo contenía estaba en la habitación contigua y no me animaba a ir. Muy cautelosamente me fui acercando y escuchaba los gritos desgarrados de mi tía mezclados con desconocidos llantos. Había un fuerte olor a flores marchitas, perfume y tabaco que se me hizo era el aroma de la muerte y sin querer vi la madera lustrosa del cajón y los pies de mi tío. Retrocedí y me quedé con esa imagen, me transpiraban las manos, me quemaban las orejas y sentía un temblequeo, pero no tenía ganas de llorar. ¿Sería porque sólo vi los pies? ¿Vi los pies? Avancé nuevamente hacia el cuarto que oficiaba de sala mortuoria y sigilosamente fui tratando de ver nuevamente los pies de mi tío. ¡Tenían zapatos! Él no usaba zapatos. Por un momento quise pensar que no era él, que todo era un error, qué sé yo, que la muerte nos estaba jugando una broma pesada. Pero los semblantes de toda mi familia, la pena que se respiraba, esa sensación de un espacio vacío, de una ventana abierta en invierno, de buscar y no encontrar, me confirmaron que la muerte había llegado, y que mi tío se había puesto zapatos porque tenía que viajar fuera de sus confines.
Los ojos se me llenaron de lágrimas.

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2 comentarios

  1. 1. Diego Manresa Bilbao dice:

    Hola Guillermo,
    Esta muy bien narrado los sentimientos que se tienen a perder un ser querido. Buen trabajo, sin embargo, creo que la historia le falta un poco de conflicto, a la mitad muere y estamos esperando a que pase algo, que no pasa…
    Por lo demas, muy bien escrito
    Nos leemos!

    Escrito el 1 diciembre 2014 a las 23:58
  2. 2. Ángel Gabriel dice:

    Siento que al inicio la descripción de la calle, la distancia entre las casas, los otro negocios que rodean la panadería para mi fue sobre detallado, yo esperaba que entre la distancia de las casas, la calle y los negocios sucediera algo, un tiroteo, un robo, como mínimo que el personaje central fuera a traer pan todos los días no las facturas lo cual no entenddí. POR otro lado falto nudo a la historia, o sea después de la muerte del tío por ejemplo investigar la causa, o quizas que el tío muerto visita al personaje central en la noche y le dice algo.
    Lo que si esta logrado es la tristeza en la perdida del ser querido. Al final cuando dice que verlo con zapatos le confirmo que su tío se preparaba para un viaje a los confines, me da la sensación que el narrador puede ser un niño de cuatro o cinco años que no entiende el paso de vida a muerte.
    Pero si tiene intriga, la atmosfera esta bien lograda, si nos muestra la historia en lugar de contarla, uno se imagina la calle, las casas, y luego el muerto, el velorio y el dolor de los deudos. Total que en terminos generales la historia esta bien lograda, y el dolor bien expresado. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡FELICITACIONES!!!!!!!!!!!

    Escrito el 23 diciembre 2014 a las 02:33

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