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El Puente Negro - por Trébol Dorado

El puente negro
La luna parecía un enorme hoyo plateado ocasionado por un descomunal balazo de cañón, brillaba con gran intensidad contrastando el negrísimo cielo a tal punto de dar al camino una tenebrosa claridad. La noche irradiaba una extraña belleza; el croar de las ranas, el inquieto murmullo de los pájaros en sus nidos y el traqueteo de las patas de los insectos acompañaban la misteriosamente escena; quizás para muchos habría sido de inspiración para crear lindos poemas o plasmar pinturas hermosas; pero no para el encorvado personaje que contemplaba absorto la escena.
El vetusto puente de madera chirriaba castigado por el fuerte viento, mientras que Julián temblaba de frio y de miedo. La borrachera se le había pasado y el camino estaba expedito para franquearlo; pero sin saber por qué, no se atrevió a cruzar el puente a pesar de que lo había cruzado miles de veces antes, en sus cincuenta y tres años de vivir en el bosque.
Era inexplicable lo que sucedía con el viejo leñador. Osado como él, nadie; por su intrepidez y valentía le apodaron “el hijo del demonio”. Se le atribuyeron hechos y hazañas que rebasaban el límite de lo creíble, y sin embargo, aquella noche temblaba como una hoja y no por el licor que había ingerido, sino más bien, por esa extraña sensación de miedo que lo paralizaba. Nunca antes había experimentado semejante sensación; era como promulgar una macabra premonición.
Sacó un frasco de licor de su bolsillo y en un solo envión lo bebió hasta vaciarlo. Influenciado por el peculiar “reconstituyente”, se encaminó hacia el puente de madera negra en el que nunca se usó pintura, pues su color era a causa de las innumerables presencias de fuego que devoraron sus maderas viejas, pero sin consumirla, cosa que los vecinos habrían presenciado ocasionalmente. Era éste el único medio para atravesar el camino.
Al primer intento de abordar el interior del puente, el viento arreció bruscamente ante el asombrado Julián, y cuando el hombre retrocedió unos pasos, la calma volvió. Y a cada intento de entrar en el puente, el viento soplaba con ferocidad macabra. El hombre, quizás empujado por la borrachera o fastidiado por el inconveniente, se armó de valor y decidido aunque tambaleante, se introdujo en el puente que estaba cubierto por una alta estructura de eucalipto.
El viejo armatoste literalmente corcoveaba, las duelas del piso se quejaron aguda y lastimeramente al rozarse entre sí. Las tejas de la cubierta comenzaron a volar por los aires hasta caer a las nauseabundas aguas del rio a tres metros por debajo del vientre del puente. Sin poder mantenerse en pie, el hombre perdió el equilibrio y se resbaló hasta que providencialmente, logró asirse del borde del puente. Ante el asombro del infeliz, el viejo puente se quedó quieto, el viento amainó y pareció que la luna brillaba aún más. La posición era totalmente incómoda y peligrosa; hasta con las uñas se aferraba a la vieja madera, mientras que asustado pensaba en voz alta: “te juro Jesusito que ésta vez sí cumplo mi promesa, dejaré todos mis vicios”.
De pronto, una voz grave como de ultratumba se dejó escuchar en medio del fúnebre ambiente, aunque nadie excepto Julián, pudo entender aquellas palabras expresadas en una lengua desconocida. «Lo que tú quieras señor del mal» replicó el infortunado y con voz casi inaudible continuó: «toma todo lo que quieras de mí, pero no toques a mi hija, tú sabes que sólo tiene cinco años de edad; tú mismo te llevaste a su madre, cuando le parió». Como respuesta sólo se escuchó un: “la próxima fíjate a quien te encomiendas” al son de un agudo silbido en medio de una retumbante y tétrica risotada. A partir de ahí, nadie jamás escuchó hablar a Julián, desaparecido como devorado por la tierra.
Diez años más tarde, entre la espesa neblina, la delgada figura femenina se balanceaba sobre la baranda del viejo puente. Una chiquilla de inquietante belleza y completamente desnuda, celebraba su cumpleaños número quince. Nunca fue vista de día y nadie sabe dónde vive; muchos la vieron en sus diferentes etapas de crecimiento, pero no la relacionaron con la misma persona, porque jamás se le vio acompañada de ser humano alguno. Solamente un viejo lobo que cojea le protege celosamente con la atenta mirada de su único ojo.
Aquella noche, por primera vez y de manera fugaz, se le vio jugando y bailando al son de una lastimera melodía sobre el puente negro.

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1 comentario

  1. 1. José Torma dice:

    Que tal?

    Me he pasado por tu relato, no creo haberte leido antes. Aqui algunas cosas con respecto al texto:

    Pienso que si lo separas en parragos mas espaciados, le darias libertad de respirar. El narrador es confuso, tenemos un solo protagonista sin embargo el narrador va de decir:

    “Era inexplicable lo que sucedía con el viejo leñador. Osado como él, nadie; por su intrepidez y valentía le apodaron “el hijo del demonio”. “.

    Aqui el narrador es muy claro, sin embargo mas tarde escribes:

    “Al primer intento de abordar el interior del puente, el viento arreció bruscamente ante el asombrado Julián, y cuando el hombre retrocedió unos pasos, la calma volvió.”

    Me descoloco un poco pasas de Julian al hombre y no se, me sono raruno.

    El detalle surrealista de la hija de 15 años desnuda sentada en el puente es perturbador, aun con el lobo cuidandola jaja

    Felicidades por tu relato.

    Saludos

    Escrito el 3 diciembre 2014 a las 00:19

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