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Por la noche. - por Josu

-Creo que con esto ya está.
Termina de fregar el piso y se espera en la puerta de la casa a que se seque el suelo, fumándose un cigarrillo.
Hace una noche tranquila y cálida. Siempre le ha gustado aprovechar la soledad de una casa durante la noche para encontrar algo de tiempo para ella misma. Y desde que se casó, con apenas dieciocho años, las noches se han convertido en su refugio tras un día dedicada a su marido e hijo; su vía de desahogo.
Como cada día, tras caer la noche y haber acostado a su bebé, ha comenzado una rutina de limpieza que paradójicamente funciona como una terapia de relajación para ella. Primero, ha lavado la loza con su especial esmero, dejando el cristal transparente de los vasos, limpio y cristalino, goteando en el escurre vasos. Tras limpiar la encimera, y pasar un paño a los armarios de la cocina, se dirige a la mesa del comedor junto a la cocina y la limpia con un trapo con olor a limón. Luego sube las sillas, y dándoles la vuelta, las deja descansando sobre la mesa. Cuando ha recogido el salón, barre el suelo y, a continuación, friega todo el piso, dejando un aroma a lavanda en toda la casa.
Ahora intenta que el humo del cigarro no arruine la frescura de la casa, expulsando el humo del cigarrillo lejos de la entrada de la casa. El calor de la noche le hace pensar en su bebé, Gracias a Dios que la casa es fresca, piensa. Una ventaja de las casas-cueva es su capacidad para conservar el frescor del interior.
Hoy la noche es negra y sin luna, y el silencio abruma. Apoyada en el umbral de la puerta, escucha el sonido de sillas siendo arrastradas. Apaga el cigarro frotándolo en el suelo y entra con cuidado de dónde pisa.
Cuando llega al comedor, las sillas están colocadas de nuevo en el suelo, dispuestas como si hubiera habido una reunión durante la noche. Su corazón se dispara, sin embargo, no es la primera vez que ocurre.
Se sienta en el sofá e intenta tranquilizarse, restándole importancia al hecho de que dejó las sillas sobre la mesa antes de salir a la calle y ahora están colocadas en el suelo. Sólo se encuentran en la casa esa noche, su bebé y ella. Respira hondo mirando hacia la cocina, justo enfrente.
De pronto, una mujer con un niño en brazos surge de la nada en el interior de la cocina y salta la barra, corriendo hacia el interior del dormitorio donde duerme su bebé.
Paralizada, en shock, permanece sentada, intentando comprender lo que acaba de presenciar. Tras unos segundos, asimila donde se ha dirigido la mujer, y se levanta corriendo a comprobar cómo está su bebé. Sigue durmiendo plácidamente. La habitación es una estancia labrada en la roca viva y pintada de blanco, sin ventanas.
Se sienta en un taburete de la cocina y con una entereza inesperada para ella, repasa en su mente lo que acaba de suceder. ¿Ha sido real? ¿Acaba de pasar?, se pregunta.
Es una chica joven de veintiún años, que hasta ese momento no ha creído de una forma particular en supersticiones o creencias sobrenaturales. Aún así, decide no contarlo a nadie. Sencillamente, no cree que a nadie le interese.
Tres días después, se declara un incendio en la casa. Todos corren a comprobar que no se encuentra nadie en la casa. Cuando se consigue extinguir el incendio, se determina que el fuego se ha iniciado en el dormitorio del bebé.

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1 comentario

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Hola, Josu. Fui uno de tus comentaristas anónimos y a mi me gustó el relato, entonces y ahora. Te apunté lo precipitado del incendio y la falta de congruencia de las últimas frases, explicando algo que intenta dar sentido a la historia pero que no la remata.
    Por lo demás, vuelvo a destacar la primera parte, con esa descripción de una cotidianeidad muy bien reflejada.

    Escrito el 10 diciembre 2014 a las 12:20

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