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Rubia y Esbelta - por Matilde

RUBIA Y ESBELTA

Con la melena rubia al viento, montada en unos zapatos con plataforma y tacones de diez centímetros, caminaba a paso rápido por la estrecha acera de la calle oscura. Una luz mortecina alumbraba la señal verde de un taxi. Se dirigió a él, tocó en la ventanilla del taxista. Este tenía los ojos del color de la sangre. Ella lo atribuyó al cansancio, dado la hora de la madrugada que era.
—¿Está libre? –le preguntó.
—¡Si usted llama estar libre a permanecer aquí encerrado con los pies transformados en pedales! —contestó de
forma malhumorada.
—Lo que le pregunto es si no está ocupado, si no tiene pasajeros -recalcó.

—¿Acaso puede usted ver a alguien? —dijo con retintín.
—No, no veo a nadie —dijo ella con voz vacilante—, pero usted podría estar esperando a alguna persona.
—Pero ¿a las personas se esperan? —rio con una carcajada que dejó ver una fila de dientes amarillos y diminutos.
—Si no tiene ningún pasajero ni lo espera, ¿Me podría llevar? —pidió ella.
—Si la llevo, ¿quién la traerá? —preguntó él.
—No voy a volver, solo ir —aclaró ella, perpleja ante tal interrogatorio.
—Suba, y que yo no oiga la puerta, si la oigo no la
llevaré —dijo él con desgana.
La joven, con gran sigilo, abrió la puerta; el ruido que hizo sonó como si una sirena cantarina atronara la ciudad.
En ese momento el taxi arrancó.
Parada en la acera, solo hizo el gesto de arrebujarse con su abrigo cuando el taxi estaba, otra vez, delante de ella.
Esta vez, abrió la puerta trasera y, sin mediar palabra, se introdujo en el taxi.
—Por favor, lléveme al número veinticinco de la calle La Dorada. —ordenó enérgicamente.
El taxista se volvió y ella pudo ver que donde antes tenía los ojos ensangrentados ahora solo había unos puntos rojos dentro de unas cuencas vacías.
—No conozco el lugar —dijo el taxista.
—No importa, yo le indicaré el camino —replicó ella.

Los taxistas tienen fama de poco habladores, pero este, nada más arrancar, empezó a contarle su vida. Le dijo que de pequeño él jugaba con tierra, piedras, carozos de piñas y otros objetos de la naturaleza ya que no tenía juguetes. En cambio, su hermana tenía una muñeca rubia y esbelta que él le cogía a escondidas. Que había llegado a esta ciudad como polizón en un barco. Con añoranza, le explicaba que en su tierra había dejado un novio de lo más viril, que su simple roce le producía gozo y a los demás asco. Que él no quería partir, pero su madre, una asquerosa gritona que limpiaba la cocina con sus pantalones, lo había obligado y le preparó una tortilla, exquisita, según ella. Que nada más llegar al muelle había saltado por la borda refugiándose en una casa abandonada. Cuando se sintió a salvo, las ganas de comer le arañaron las tripas y abrió la lata de la tortilla; al hacerlo, le saltaron a la cara miles de cucarachas que se esparcieron por la ciudad. Y en ese momento, él había comprendido las palabras que su madre le repetía a menudo: “¡Algún día serás un maldito insecto!”.

Terminada la frase el taxi empezó a dar tumbos a un lado y otro. La chica con susto agarrado en el cuerpo miraba sin comprender que pasaba. Se sentía en la cresta de una ola y quería que parara el vaivén. Ahora, delante de ella había una enorme cucaracha, le podía ver las alas abiertas tapando todo el parabrisas. La cucaracha giró la cabeza y sus antenas fueron directamente a los ojos de la chica que quedaron totalmente ciegos, manando sangre a borbotones. La cucaracha, sin tener una visión clara del color rojo de la sangre, aprisionó con sus patas el cuerpo de la chica. El taxi dejó de dar tumbos.

Muy de mañana, el panadero llegó con el pan y se encontró delante del número veinticinco de la calle La Dorada un abrigo con zapatos y el cuerpo de una cucaracha, panza arriba, sin cabeza.

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3 comentarios

  1. 1. julieta blanco dice:

    Hola! Veo que no hay comentarios aún por aquí, así que te dejaré el mío.
    Déjame decirte que, si bien la historia ha cumplido realmente la pauta de que sea de miedo (cosa que a mi me ha costado), de veras me ha causado mucha confusión. Cuando abre la puerta del taxi este se va? Y vuelve? Y.. por qué sucede eso?
    También me perdí un poco cuando habla de su historia, el novio, la madre… no creo haberlo seguido del todo aún.
    Lo mismo que el título, no me ha aportado mucho.
    De todas formas, es interesante y de veras aterrador, ¿a quién no le daría miedo ser atacado por un insecto?
    Sigue trabajando duro! Has participado en otras ediciones del taller? Me gustaría leee otros relatos tuyos, ya que a veces un género determinado no es el que mejor nos queda. Te invito a pasar por mi texto, es el 109! Saludossss

    Escrito el 11 diciembre 2014 a las 14:09
  2. 2. Matilde dice:

    Hola, Julieta. Hasta hoy no había leído tu comentario, te agradezco que lo hayas hecho. Siempre es agradable conocer la opinión de otras personas.
    Me enseñaba un escritor (hice un taller de narrativa con él) que al lector no se le puede mostrar todo resuelto que hay que dejarlo que se pregunte y, en este caso, con las preguntas que tu te haces creo haberlo conseguido.
    El texto me salió con diálogos surrealistas y como absurdos que son no se le pueden buscar lógica. Es difícil para mi hacer un texto que de terror, pero al menos creo que asqueaba.
    Iré aprendiendo. Voy asimilando aprendizajes con los comentarios y con los relatos que se envían al taller.
    Sigue comentándome. Gracias. Un afectuoso saludo.

    Escrito el 26 diciembre 2014 a las 23:23
  3. 3. julieta blanco dice:

    Me alegra que te sirva (: yo estoy aprendiendo mucho con el taller, y disfruto comentando los textos de los demás porque descubro cosas (buenas y malas) que tal vez nunca hubiera pensado yo sola. La mejor manera de aprender a escribir es leyendo, siendo críticos, y sobre todo, escribiendo. Mucha suerte!

    Escrito el 27 diciembre 2014 a las 03:51

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