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La Laguna Negra - por Diana

La Laguna Negra

Llegamos felices al lugar, papá, mamá y yo, era nuestro día de camping.
Los primeros en recibirnos fueron dos perros cruza ovejero alemán, lo hicieron amigablemente.A la zaga Pedro y su esposa Antonia, a paso lento con signos de cansancio un dejo de tristeza enmarcaba las profundas arrugas calcinadas por el sol.La espalda encorvada de don Pedro llevaba una pesada mochila, su tono de voz lo delataba. Antonia, vestida de negro con melena recogida, profundas ojeras y mirada esquiva, denotaba un rictus de melancolía.
Al fondo el rancho, recordé la obra de Acevedo Díaz "La Tapera", tal cual, era lo que quedaba de una vivienda confortable. Profundas hendiduras en sus paredes, las aberturas caídas, los vientos del sur habían despeinado la paja del rancho, el pastizal se había hecho dueño del entorno, su estado derruido acompañaba el de los moradores.Cuánta apatía, misterio, todo era lúgubre.
La situación me despertó desconfianza, intriga, miedo, si miedo. Se me vino a la mente la fecha, era primero de noviembre.En mi pueblo se decía que, en las noches de plenilunio con luna llena, ese día gente malvada hacía brujerías, gualichos, muy difíciles de revertir.
-Hola. Bienvenidos, hace mucho tiempo nadie nos ha visitado, tomemos unos mates, Antonia hizo empanadas, el tono de Pedro sonaba afectuoso.
-Probaremos las empanadas.Bajaremos temprano a la laguna, ahí siempre hubo buena pesca, la chica está ilusionada,- dijo mi padre-
-Pero digo yo, ¿ustedes saben de las versiones que corren en el pueblo sobre la laguna? Pedro demostraba preocupación.
Mi padre, hombre serio y racional, le contestó: mire Pedro, la gente de nuestro pueblo es de hacer correr esas historias, pero yo no las creo.
-Conoce el camino pero tenga cuidado, después del cementerio familiar está muy feo, no andamos por ahí desde lo que pasó, dijo Pedro tristemente.
Yo, cada vez más intrigada seguía atenta a los gestos y las miradas. ¿A qué historias se referían?, ¿cuál era el secreto de la laguna?
Nos hicimos al andar. No había sendero, se notaba que nadie transitaba por allí. Mi padre, muy baqueano, a machetazos iba cortando chilcas, tunas y espineras para poder avanzar.
Tropezones con las piedras, resbaladas en la gramilla
y algún grito de sorpresa ante el salto de una liebre o los hurones que se metían en sus cuevas, pintaba nuestra, a esa altura odisea.
Luego de repetidos avatares, llegamos. La tarde tendía el mantón del crepúsculo.
Sorteamos los barrancos resbaladizos, ahí, sobre los camalotes, estaba lo que había sido el puerto de pesca de la laguna enmarcado por árboles nativos, que entre sus ramas filtraban tenues hilos de luz plateados los que cual filosos cuchillos penetraban las entrañas de la laguna.
El silencio se quebraba ante el graznido de las aves que volvían a sus nidos, el mugido de las vacas y una caída de agua que dejaba oír su lamento a la lejanía.
Pronto habíamos tirado nuestros anzuelos al agua con la maestría de mi padre. Una pequeña lumbre con hojarascas y raíces secas alumbraba. Así se hizo la noche, se quebró la serenidad del agua con el coletazo de alguna tararira que merodeaba la carnada. Ya instalados, se promovía la charla familiar, mientras esperábamos el pique de alguna tararira. Afloró entonces la interrogante: ¿qué historias se comentaban en el pueblo? por qué la soledad del matrimonio y su decadencia al igual que la del rancho? ¿qué se escondía detrás del cuidado del cementerio familiar?
-Por favor Tito, solo de pensarlo ya tengo los pelos de punta. No fue de mi agrado venir a este lugar, lo hice por tu insistencia, la historia es macabra, aquí no la cuentes, -suplicó mamá.-
Mi cabeza por explotar se contorneaba cual calesita. Mil historias afloraron a mi mente, la luz mala, el lobizón, las almas en pena, pero ¿aquí qué?. Estaba en ello cuando me sentí tocada, frente a mis ojos, la laguna negra era pura espuma, se había formado un gran círculo, a borbotones se encrespaba, parecían capas de puntilla blanca, la piola de papá danzaba en el centro.
Recuerdo que recibí un manotazo, luego nada más. El susto y el miedo me atolondraron Estaba lejos de la costa cuando oí"… sí, dicen que en luna llena, la fallecida deja el sepulcro y se zambulle en la laguna, como lo hacía antes de tomar la decisión que destrozó la vida de sus padres".

No sé lo que pasó, pero sí que nunca más volví

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1 comentario

  1. 1. julieta blanco dice:

    Hola! Tu historia me ha parecido original en cuanto al contenido. Pude imaginarme el lugar a la perfección, has creado una atmósfera acorde.
    Sí debo decirte que has tenido algunos problemas de puntuación, principalmente en el uso de las comas y en los diálogos. Creo que abusaste de la seguidilla de comas en algunas partes y no las colocaste en sitios donde eran necesarias.
    Por lo demás, muy bueno.
    Te pasas por el mio? Es el 109, “La selección de la bruja”.
    Nos leemos!

    Escrito el 28 noviembre 2014 a las 14:48

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