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Carne - por Expósito

Después de una larga jornada de trabajo, recibió la recompensa de un majestuoso banquete. Había pasado todo el día al teléfono, moviendo altas sumas de dinero de un lugar a otro, apropiándose por el camino de cantidades que iban más allá de lo legal. Pero no se sentía culpable, pues reinvertía ese dinero en ayudar a los más necesitados. Todos los días le entregaba una moneda al mendigo que paraba en la esquina, y en navidades donaba una generosa cesta con conservas al comedor social. Era un buen cristiano.

Aún se estremecía cuando recordaba ciertos pasajes de la Biblia, como el que narraba Juan 1:14.

“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

Se sentó con dificultad a la mesa, pues su prominente barriga no le dejaba movilidad y se desabrochó el botón del pantalón. Con las manos sudorosas agarró los cubiertos, y probó un generoso pedazo del bistec que presidía el plato. En compañía habría bendecido aquellos alimentos, pero en su soledad, el hambre era más fuerte que la fe. Apartó toda guarnición y se centró en la enorme pieza de carne roja. Se llevó dos nuevos trozos de sabroso placer a la boca. Una vez los tragó, empujó otro más sin apenas masticarlo.

Los jugos le corrían por la comisura de los labios hasta caer en goterones por su blanda papada. Se teñía del rojo característico de la sangre. Odiaba a aquellos que carbonizaban un género tan exquisito, echándolo a perder. La carne se debía servir poco hecha.

Su textura era chiclosa, mas conservaba todo su sabor. Degustar aquel corte era como devorar el cuerpo desnudo de una mujer en un estallido de lujuria. El corazón le bombeaba con fuerza y apenas si podía respirar, pero lejos de parar, seguía engullendo cuanto alcanzaba su tenedor. Ni siquiera había reparado en la copa de vino o en la cesta de pan. Solo quería carne. Jugosa y sanguinolenta carne.

Y así pasaron los minutos, introduciendo por su garganta cantidades que cada vez costaba más ingerir. El gozo se convertía en tortura, mas no podía parar. Aunque se ahogase y su pecho pareciese que fuese a explotar, no podía parar. Comía por inercia, como si se tratase de su última cena particular. El pecado se había sentado a la mesa. La gula lo envolvía todo.

Los horrores traspasaron el plato, la mesa y su propio cuerpo. Se encontraban en cada partícula que constituían aquella habitación. Habitaban en las paredes, en el suelo, en el techo, en cada uno de los muebles. Atrancaban puertas y ventanas, aislando aquel rincón del resto del mundo. Y lejos de tomar la forma de las sombras, tomaron la forma de la carne.

“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”.

Todo se había transformado en una masa amorfa y grotesca que crecía con pausa, engulléndolo todo a su paso. Desprendía el aroma dulzón de la sangre, mezclado con la podredumbre de la muerte.

El hombre quedó prisionero en una celda palpitante y viscosa que crecía entre coágulos y fluidos nauseabundos. El calor era tan sofocante que se vio obligado ha desabrocharse la camisa con una mano, mientras con la otra seguía llevando porciones a su boca. El exquisito y crudo manjar había traspasado los límites de lo racional y ahora era una obsesión con la que llenar el estómago hasta reventar. Parecía que aquel festín de pesadilla carmesí no terminaría nunca.

Y la ansiedad llevo a la confusión, donde era incapaz de distinguir lo que era real y lo que eran aberraciones enfermas. Era incapaz de distinguir lo que era real y lo que era carne. Y el hombre se alimento del mundo que le rodeaba, llenándose de gracia y verdad. Sin embargo, su ominoso apetito no le dejó percibir los nuevos matices de sabores que la brutalidad reinante poseía. La carne ya no sabía a carne; la sangre ya no sabía a sangre. Llegado a ese punto solo paladeaba el dolor, el desgarro y el suicidio.

“Y el Verbo se hizo carne, y el hombre se sació de la carne. De su propia carne”.

Ni siquiera sabía qué parte de su cuerpo estaba devorando. No sabía qué parte permanecía en su lugar y cual estaba en su interior. No sabía si engordaba o desaparecía. Solo sabía que un buen cristiano no se levanta de la mesa hasta que ha terminado con toda la comida servida.

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6 comentarios

  1. 1. Marazul dice:

    Expósito, me has impactado con tu relato. Si quieres saber qué sensaciones me ha provocado tu historia de gula y autodestrucción te enumero: espanto, asco, repugnancia, nausea…..Lo que no he sentido es miedo, pero está tan bien escrito que es lo que menos importa. Es un relato excelente, dentro de su género.
    Enhorabuena y te sigo leyendo. Saludos. Marazul

    Escrito el 29 noviembre 2014 a las 21:48
  2. 2. Sergio Mesa dice:

    espectacular Expósito!
    hay partes muy logradas. es verdad que puede provocar las sensaciones que comenta Marazul, pero también tiene un subtexto bastante interesante. puede que perfilando mejor al personaje al principio se le pudiera sacar aún más partido al relato.
    y en aras de “mostrar más y explicar menos” yo eliminaría los adjetivos y las referencias negativas de la parte final. que sea el lector el que decida que la escena es nauseabunda y bizarra. y qué papel juega el protagonista en todo el asunto.
    un cuento muy interesante, felicidades! nos leemos!
    Sergio Mesa / forvetor
    http://miesquinadelring.com/

    Escrito el 1 diciembre 2014 a las 19:06
  3. 3. Job Peró dice:

    Enhorabuena por el relato. Muy inquietante. Aunque a priori pueda no parecer que no tiene nada que ver con el miedo, la presencia de la fe, el pecado, el bien y el mal, los profetas y sus profecías, tienen siempre connotaciones de terror. Quizás un punto de angustia por parte del protagonista, de saberse consumido por las consecuencias de sus actos, que creía bondadosos, le daría más sentido al relato.
    Seguro que el relato podría encajar en una historia más elaborada sobre una justicia divina inexplicable

    Escrito el 2 diciembre 2014 a las 18:18
  4. 4. juanjohigadillo dice:

    Un inquietante relato de autocanibalismo. A mí jamás se me hubiera ocurrido.

    Escrito el 3 diciembre 2014 a las 09:42
  5. 5. beba dice:

    Hola: Tu cuento es muy bueno: original, fuerte,atrapante.Me impactó lo de “El Verbo” tal vez porque el significado del texto de Juan es que Dios vino a vivir entre nosotros (paz, dignidad, amor); y vive si lo dejamos; si decidimos no destruirnos. Y vos mostrás esa destrucción, que es una cara del infierno, con trazos maestros. Y sí, da miedo.¿Acaso no es también un caníbal el que trepa por encima de la vida, la salud, la inocencia?
    Muy bueno.

    Escrito el 3 diciembre 2014 a las 20:25
  6. 6. Aurora Losa dice:

    Un enorme trabajo, jugando con el significado de frases bíblicas y los pecados capitales, con la conciencia satisfecha de una alegoría del primer mundo. Y ese castigo final.
    No sólo has desarrollado una gran idea, sino que también lo has hecho con un vocabulario que acompaña a su significado.
    De 10.
    Enhorabuena.

    Escrito el 10 diciembre 2014 a las 11:56

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