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La noche roja - por Ethel

“¡Esta vez voy a curarte!”
Con estas palabras, Carlos se retiró a nuestra habitación. No sabía que estaba haciendo, pero tampoco quería saberlo.
Recostada en el sofá, recordaba los últimos acontecimientos. Mi hijo Marcos había tenido un pequeño accidente con la bicicleta, mientras jugaba con sus amigos. Había frenado de repente y un amigo le había alcanzado por detrás tirándolo a la cuneta, el pie se había trizado con la cadena de la bici, una parte de su carne se había soltado del hueso y estaba colgando y sangrando. Yo había visto el accidente desde la ventana, pero había sido incapaz de moverme. Gracias a Dios mis vecinos habían contemplado el mismo accidente y al verlo salieron corriendo a socorrer a los niños, haciendo las primeras curas antes de llevarlos al hospital

Mi pavor, por la sangre, no era nada nuevo. Solo imaginarla ya me generaba síntomas físicos, imposibles de controlar. De hecho aún recordaba aquella vez, en un campamento infantil-juvenil, en el que, el día de la familia, me desmayé, únicamente porque había tratado de eliminar un chicle en la bata de mi madre, y creía haberme cortado, aunque los que me prestaron los primeros auxilios pegaron el adhesivo en la herida, porque eran incapaces de verla
Mi incapacidad por controlar cualquier cosa que tuviera que ver con el derramamiento de sangre, en cualquier circunstancia, me había hecho ser una persona aprensiva y miedosa.
No podía soportarlo, era capaz de dejar morir a alguien a quien quería, antes que socorrerlo en un accidente.
Las piernas me temblaban solo pensando en alguna circunstancia relacionada con la sangre.
Y ahora, Carlos, mi único apoyo, en cualquier momento, también se presentaba como un enemigo.
De repente apareció con un macuto, lleno de cosas
¡Vamos! –Dijo.
Lo seguí, como un autómata, y me subí al coche.
Yo seguía pegada al asiento del coche y mirando de reojo a Carlos, que en ese momento no me parecía la misma persona. Tan callado…, tan distante….
De hecho él siempre se había mostrado como alguien comprensivo, con capacidad para entender y ayudar, pero en ese momento era un extraño. Yo temblaba sentada en el asiento. No sabía dónde me llevaba. Llevábamos dos horas conduciendo desde que salimos de Madrid y en las cuales apenas habíamos hablado y ni siquiera sabía dónde nos dirigíamos.
Sentía un hormigueo detrás de las rodillas, como si algo terrible fuera a pasar. Recordaba alguna situación en la que mi pavor a la sangre me había bloqueado, seguía en el coche, pero sin apenas capacidad para mirar a Carlos,
Era una noche oscura y la carretera aparecía casi desierta
En ese momento, apenas reconocía lo reconocía, era como si se hubiera convertido en otra persona. Lejano, distante ¿Dónde me llevaba?. Ni siquiera me dirigía una palabra. Tenía miedo de él. De repente el coche paró
Habíamos llegado.
¡Voy a taparte los ojos y caminarás descalza!. Después harás lo que yo te pida– dijo
El miedo se apoderó de mi.
Dejé que me tapara los ojos, y empecé a caminar sobre un suelo húmedo y blando.
¡unos pasos más! –decía.
Yo sentía como bajo mis pies el suelo era cada vez más fangoso y el agua me cubría cada vez más.
–¿Lo sientes? – me decía.
Si – respondía yo.
–Voy a retirarte la venda de los ojos y podrás mirar a tu alrededor –dijo él.
Cuando retiré la venda, todo aparecía de un rojo espectacular pero a la vez, era bello. El agua parecía como si fuera sangre, roja. El paisaje era rojo también: el cauce, los ríos, los arboles…
Realmente no sabía dónde me encontraba, pero estaba sumergida en un rio de sangre y en un paraje rojo, aunque sin embargo no sentía nada, me sentía bien
De pronto Carlos empezó a reír. ¿Qué tal te sientes? –dijo.
¿Cómo te sienta el rojo?
Me di cuenta de que todo lo que me rodeaba parecía sangre diluida, era un paisaje rojo, de una belleza espectacular, denso, yo me sentía como si estuviera bañada en sangre, pero no lo era.
¿Dónde estoy? – dije
En Rio Tinto.
Una inmersión en rojo sangre para curarme de mi aprensión. Carlos volvía a ser el de siempre, divertido y genial
Y a mí el rojo me hacía sentir bien. Quizá había conseguido curarme, aunque el viaje había sido terrorifico

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