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Diary of a Shadow - por Beta Vera

El terror devoraba su tranquilidad cuando estaba sola. Sabía que existía la oscuridad, pero jamás esperó que estuviera tan cerca y tan fuera de su control. Siempre vio que su sombra sólo a veces la seguía y otras se perdía en penumbrosas esquinas, poniéndose peor al ir a descansar. Voces sin labios, siluetas en la oscuridad, presencias etéreas sin carne ni hueso, y ojos incrustados en los muros, custodiaban su petrificada vigilia en noches infestadas de horas sin dormir. Y más miedo tenía en aquellos ratos, donde apenas vestigios tenues del farol lunar alumbraban su cama. Es entonces cuando su compañera saqueaba existencias.

Temblando en manos de un sollozo mudo veía como la sombra que le pertenecía, la que siempre estaba con ella; se explayaba de tan terrorífica forma en las paredes, interpretando eternos momentos de un teatro de sombras donde arrebataba vidas sin piedad ni recatos. A medianoche despertaba de pesadillas donde huía de ella por infinitos laberintos sin final.

Nunca habló de lo que veía con nadie, ¡nadie!, porque temía que el pronunciárselo a alguien enfureciera a su sombra y la ultimara. Le aterraba la idea de un monstruo como aquel conviviendo con ella, ¿o dentro mío? -se preguntaba, rogando no haberse convertido en una asesina enclaustrada en su locura, como esos enfermos mentales que desmiembran e incluso saborean a sus pares sin perturbación alguna en estados de sonambulismo.

Al pertenecerle aquella sombra era acechada a todas horas, entonces prefirió callar. Soportó ver esa sed aniquiladora ser saciada con siluetas de inocentes. En muchas noches no dormidas, sentía una huérfana silueta amorfa desplazándose en la oscura pared del silencio y caminando sin pies, paseando junto a su cama. Todo este espanto terrible la convenció de que perdía la cordura en manos de aquel horror, y para probarse a sí misma que nada era una psicópata invención suya no tuvo mejor idea que registrarlo todo en una libreta guardada celosamente bajo la llave que siempre colgaba en su cuello.

«Noviembre 11. Hoy mientras cruzaba la calle, petrificada fingí disimular mi terror cuando vi en el muro las atroces escenas de decapitaciones y degollamientos que mi silueta cometía contra quienes me cruzaba al caminar. Fue lo más espantoso que jamás presencié. El escalofrío recorriéndome cerró mi garganta. Sentí como cortó las venas de mi corazón para matarme del susto. Cerré los ojos pero toda esa inmensa y tibia sangre se sigue escurriendo aún dentro de mi cráneo. ¿Me estaré volviendo loca? ». – cerró el baúl y quitó la llave.

«Noviembre 12: Hoy sobrevolo la ciudad como ave de gran envergadura con cuchillas de guillotina en vez de alas, y lanzó cabezas a diestra y siniestra extasiado en tan macabra misión. No pude contener el horror y rompí mis tímpanos con un grito que casi soltó mis cuerdas vocales, al tiempo de carcomer de un miedo absoluto cada fibra de mi cuerpo. Todos me miraban como salida del psiquiátrico así que corrí a casa. Sé que no estoy loca! ».

Aquella noche tocaron su puerta para cenar pero no contestó, entonces la Sra. Hill entró y encontró a su hija desmayada junto al desvencijado baúl. Había caído en una profunda afección de colapsos y alucinaciones febriles. Nadie supo decir porque Verónica resbaló a un abismo de perturbaciones y sueños de inconsciencia.

Un soplido frío ingresó por la ventana despertando a su madre junto a la cama, quién distinguió un diminuto rayo de luna reluciendo misteriosamente persistente en la llave que descansaba sobre la pálida piel de su Verónica. Tengo que saber que guarda allí – pensó al tiempo de sacarle cuidadosamente el collar. La llave giró en el cerrojo.

Ella descansaba tranquila, cuando abrió los ojos al sentir una pesada presencia respirándole encima. Estaba en su habitación, y su sombra la acechaba una noche más. Esta vez era diferente, pues sentía su furia clavándose como navajas en su frágil ser. Verónica comenzó a tiritar. Jamás su sombra le había mirado a los ojos. No sabía que pasaba.

El grito de la Sra. Hill cuarteó la superficie de la luna con un alarido, al tiempo que frente a su hija mil ojos molestos fulguraban en la euforia de sueños febriles. Verónica se sentía fallecer en vida, apagándose como cenizas agonizantes bajo los pies de una pesadilla. Debajo del hormigueo de mil dedos, se retuercen los músculos tensos de terror. Horribles presencias circundan los limites de su alma, muerta de miedo y aterrada
de morir. Verónica gritó pero las cien manos lograron estrujar su horrorizada voz.

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1 comentario

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Hola, Beta Vera.
    Me ha gustado mucho tu forma de escribir este relato sobre una sombra asesina y paraoica.
    Si bien los primeros y los últimos párrafos son geniales, me ha chocado cómo has escrito éste: “Al pertenecerle aquella sombra era acechada a todas horas, entonces prefirió callar. Soportó ver esa sed aniquiladora ser saciada con siluetas de inocentes. En muchas noches no dormidas, sentía una huérfana silueta amorfa desplazándose en la oscura pared del silencio y caminando sin pies, paseando junto a su cama. Todo este espanto terrible la convenció de que perdía la cordura en manos de aquel horror, y para probarse a sí misma que nada era una psicópata invención suya no tuvo mejor idea que registrarlo todo en una libreta guardada celosamente bajo la llave que siempre colgaba en su cuello.” Se vuelve confuso, creo que le faltan signos de puntuación o revisar su construcción.
    En cualquier caso, me ha llamado mucho la atención tu estilo.
    Enhorabuena.

    Escrito el 12 diciembre 2014 a las 10:46

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