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Los Gigantes de la Isla de Pascua - por Auriga

Los Gigantes de la Isla de Pascua

Hoy en esta isla ha ocurrido un milagro. Rapa Nui, como nosotros la llamamos. Los sabios de la tribu cuentan que somos parte de un grupo de estos pedazos de tierra en un extremo del mundo. Todas formadas por arrecifes y piedras volcánicas. Yo no lo sé. Toda mi vida ha transcurrido aquí. No conozco otro viento que el que sopla desde el mar del norte sobre estas palmeras, ni otro horizonte pincelado de volcanes que mis ojos llamen casa.

Cuando era niño recuerdo que me gustaba recorrer las playas desiertas y recoger los caracoles que soltaba el mar. Sentir la arena mojada arremolinarse bajo mis pies me llenaba de una extraña sensación de libertad que se escapaba con el viento. Recuerdo claramente en mis oídos el ronco eco del caracol profiriendo su llamada matutina. Los hombres salían antes que los rayos del sol tocaran la arena, cargando de redes sus catamaranes y arrastrandolos hasta dónde rompían las olas. Las garras de espuma aperlada les lamían los costados, intentando arrastrarlos. Recuerdo también a mi padre despidiéndose desde las olas con los símbolos de nuestra cultura dibujados en sus brazos. Se marchaban con el llamado profundo aún reverberando en las sombras de la isla que amanecía. Partían a hacer lo que todos nuestros hombres antes que ellos. Pescar.

Esto fue en los días antiguos en que el mar aún nos daba de comer. Las mujeres cuidaban de los niños y atizaban el fuego esperando a que volvieran. Por la tarde escuchabamos sus balsas regresar sobre las olas, cargados con lo que nuestros antepasados nos enviaban en forma de alimento. Asi dabamos gracias a Make-Make el dios creador por unirnos en familia bajo un techo de nubes purpura y naranja.

Lo unico que se es que esos días llegaron a su fin. Los vientos cambiaron y nos convencimos de estar abandonados por los dioses que cuidaban de nosotros. El mar se tornó de otro color que ya no conocíamos. Oscuro y sin vida, como una maldicion sobre nuestras playas de arrecifes de coral. Los hombres regresaron entonces con las redes vacías. Buscaron durante días en mares ajenos donde las olas nos arrebataron tantos buenos hombres, entre ellos, a mi padre. Nada. Inútilmente buscaban la vida que se había ido de las aguas.

Fue entonces cuando aparecieron los moais. Grandes piedras esculpidas con lo que queríamos creer eran los rostros de nuestros antepasados. Nosotros las tallamos. Nosotros las cargamos. En lo más alto de los montes las colocamos también nosotros. Les pusimos ojos de perlas negras para que tuvieran un alma que llamamos Mana. Siempre mirando en dirección a nuestra aldea para cuidarnos con el poder del que los había dotado un mundo diferente el nuestro mortal. Al menos eso creíamos. Al menos eso nos consolaba cuando volteábamos a los montes y nos topábamos con miradas de piedra centellantes en la luz de las estrellas. Rodeandonos.

Los días pasaron y tal vez dejamos de creer. Tuvimos que buscar otras formas de vivir y de alimentar a nuestras familias. Encontramos en el mar que ya no conocíamos perlas plateadas que se volvieron moneda que cambiábamos en el trueque que llegaba de islas vecinas. Moríamos poco a poco, aunque creo que más de desesperanza que de hambre. Habíamos sido un pueblo que vivía del mar. Nos hicimos expertos en desafiarlo para ganarle los tesoros que nos daban de comer. Ahora nos lo habían quitado todo. Así, fui criado para ser pescador y termine por convertirme en buscador de perlas.

Hoy he despertado más temprano que otros días. Me sumerjo en la arena negra y fría de una cueva que encontre días antes. Dispuesto a desenterrar las conchas escondidas de pronto caigo en la cuenta. Algo frío se mueve entre mis pies descalzos. Sin poder creerlo lo veo alejarse como un rayo de luna y lo persigo fuera de la cueva tras el rugir del mar. La sal me empapa la cara y percibo el olor con el que crecí. A mi alrededor el mar ha recuperado el color con que lo conocíamos. Moana, el azul con que nosotros lo nombramos. Y debajo de aquel revolotear de agua salada; peces. Vida.

Vuelvo mi mirada a las montañas donde alcanzo a ver una fila de piedras negras y ojos resplandeciendo en el amanecer. Los moais nos escucharon, mi padre entre ellos y hoy, los peces han vuelto, no se cómo ni por que. Ha ocurrido un milagro.

Erika Gayon Lombardo

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4 comentarios

  1. 1. Cesar A. Martin dice:

    Buen trabajo y bien documentado. El lenguaje del narrador esta muy conseguido y las descripciones, muy acertadas por cierto, transmiten el amor del protagonista por su tierra. Parece que la frase inicial nos ha llevado a más de uno a islas del pacífico, ya sean reales o imaginarias. Me ha gustado mucho. Enhorabuena.
    Un saludo. Nos leemos

    Escrito el 29 diciembre 2014 a las 01:04
  2. 2. David Rubio dice:

    Es un relato impecable. El recargado lenguaje del narrador está justificado porque nos lleva a esa forma de hablar tan metafórica de la cultura que plasmas.
    Solo encontré un insignificante pero. Esta frase: Nosotros las tallamos. Nosotros las cargamos. En lo más alto de los montes las colocamos también nosotros. Creo que la última te quedaría más fluida así: ” Y, en lo más alto de los montes, las colocamos.”
    Muy buen relato, te felicito

    Escrito el 9 enero 2015 a las 18:11
  3. 3. Erika Gayón dice:

    Hola muchas gracias por sus comentarios! Los tomo mucho en cuenta. Saludos!

    Escrito el 13 enero 2015 a las 07:11
  4. 4. Wolfdux dice:

    Hola,

    primero el nombre del autor (autora) y luego el título son los que me han llevado a entrar a este relato. Y me alegro haberlo hecho. Siempre me ha llamado mucho la atención la Isla de Pascua. Por un momento he pensado que nos contarías como terminó, pero prefiero esta que me has contado.

    Un abrazo.

    Escrito el 16 enero 2015 a las 11:22

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