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Ni verdad ni mentira - por José Rodríguez

Ni verdad ni mentira
“Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro”; en la misa de doce, con la iglesia abarrotada de gente, eso ha dicho el cura. En una esquina del templo, con una sonrisa irónica, el sacristán lo mira, él no se lo cree.
Y todo porque a no sé qué hora de la madrugada el continuo maullar de un gato le despertó; eso no es extraño, lo sorprendente es que en nuestra isla no hay gatos, y claro, nuestro buen hombre pensó que estaría soñando; se dio media vuelta en su cama y esperó a que le viniera de nuevo el sueño, pero he aquí que cuando ya parecía a punto de volverse a dormir, de nuevo volvió a oir otros maullidos, esta vez mucho más prolongados y fuertes, como arrastrando la consonante “a” del centro del vocablo: “miaaaaaaaaaaaaaaaaaau”.
-Por San Judas, aquí pasa algo, ahora no estoy soñando-, pensó acertadamente.
Se incorporó de la cama, se envolvió con la colcha que la cubría y calzándose las zapatillas empezó a bajar un pequeño tramo de escalera que le llevaba a la sacristía de la iglesia donde ejercía, pues de allí parecía que partía el extraño ruido. Nuestro cura no es un hombre que se asuste por cualquier cosa, sus años y su trabajo le han curado de espanto; le dio al interruptor de la luz y observó que, aparentemente, todo estaba en orden; decidió entonces entrar en la iglesia, abrió la puerta que comunicaba la sacristía con ella; era un templo de tamaño mediano, la lamparilla que ardía ante una pequeña capilla hacía que el lugar estuviera impregnado de un toque, sino siniestro, sí algo inquietante; hacia allí dirigió la mirada. Era la capilla de San Roque, el santo patrón de la localidad, venerado por todo el pueblo y a cuyas fiestas en el mes de agosto acudían gentes de toda la comarca. Miró al santo, sin notar nada de particular, y bajando la vista se fijó en el perro, que casi siempre se representa a sus pies con un pan en la boca; parecía que quería hablarle, como queriendo decirle algo… Lo miró atentamente… pero pronto él mismo se asustó de lo que estaba haciendo.
-¿Pero qué me pasa, es que me estoy volviendo lelo?, yo lo que he oído ha sido maullar, y que yo sepa los perros ladran.
Entonces ocurrió algo que lo dejó pasmado, el perro abrió la boca dejando caer el pan que sujetaba; ésto y el ruído que produjo al caer al suelo le hizo dar un respingo, pero lo peor vino cuando el can empezó a hablar:
-Vamos a ver, si yo hubiera ladrado tu no estarías ahora aquí, no te hubieras molestado en venir a ver qué pasaba, podría haber sido cualquier perro callejero.
-¡Carajo! Tienes razón… tonto no eres, ¿qué quieres?; dijo el desconcertado cura.
-Presta atención, te hablo como si fuera mí señor; lo que te pido es muy simple y tendrá muchos beneficios para ti y tu comunidad; quiero que todos los lunes de cada semana, desde ahora hasta el día de mi romería –estamos en marzo, y la fiesta es en agosto- todos los que confían en mí, se acerquen hasta esta capilla, recen un padrenuestro y tres avemarías, y me invoquen con la siguiente oración: Roque santísimo/ que en el cielo estás/ acepta esta limosna/ por caridad. Sólo eso; ojo con la tacañería, yo sé lo que cada uno puede dar. Y el dinero recaudado se reparta de la siguiente forma: una parte para los más pobres de la isla, otra para arreglar las goteras de esta iglesia y otra para que el día de San Roque se pueda traer una banda de música decente y fuegos artificiales que amenicen los actos que en justicia me merezco. Nada más, y nada menos.
Acto seguido, el perro agachó la cabeza, agarró el trozo de pan con la boca y volvió a la posición en la que siempre había estado.
Durante esta breve actuación el buen párroco no paraba de tiritar; de frío, de miedo, o todo a la vez. Se volvió rápidamente por donde había venido y se metió velozmente en su cama, pero ya no se pudo dormir y esperó pacientemente la hora de misa mayor, donde ya no pudo aguantar más y soltó lo que acabamos de leer.
Nuestro sacristán, en su esquina, pensaba para sus adentros:
-Qué bien le ha quedado, pero no dice ni pío de la curda que cogió cenando.

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1 comentario

  1. 1. David Rubio dice:

    Un relato muy simpático. Bien escrito y desarrollado. Me encantó cuando el perro dice que si hubiera ladrado no le habría tomado en cuenta. Creo que es una imagen para pensar. El final, que redondea el toque cómico y deja en el aire la existencia del milagro (como ocurre siempre: no hay certezas) está bien traído:
    Como pega más relevante he encontrado que cuando el sacristán piensa, al final, su idea debe ir entre comillas, sin guión (…para sus adentros:”Qué bien le ha quedado, pero no dice ni pío de la curda que cogió cenando.”
    Un relato muy agradable de leer, Feliz 2.015

    Escrito el 1 enero 2015 a las 12:06

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