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Vida circular - por Lidyfeliz

Web: http://www.escritosdemiuniverso.blogspot.com

VIDA CIRCULAR
Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro.
Encontré a alguien viviendo dentro de una choza de hojas de palmera.
Llegué aquí amarrado a un madero después de que el barco se hundiera. No pude salvar a mi mujer ni a mi hija. ¿Cuánto hace? Van a hacer dos años. Cada día que pasa pongo un coco en un claro entre los árboles. Hace dos días los conté: había setecientos veinte, más el de ayer y el de hoy, son setecientos veintidós.
Armé una caña de pescar con un tallo que parece de bambú, le afilé la punta con una roca afilada y de a poco me fue haciendo un experto para cazar peces sin red ni anzuelo. La isla es pequeña pero con mucha vegetación y sierras. No me canso de recorrerla.
Pero vuelvo al comienzo. Encontré a esta mujer, desnutrida y sin fuerzas, durmiendo. Piel aceituna, cabello negro que le llega muy por debajo de las rodillas y un ronroneo suave que acompaña su dormir. También tiene cocos desperdigados alrededor de la choza pero, según parece, únicamente los usa para comer y tomar el agua. Me quedé largo rato entre boquiabierto y asombrado, mirándola. Estaba casi desnuda. Yo también. No sé por qué pero surgió en mi un impulso: me acurruqué junto a su cuerpo para abrazarla: estaba temblando a pesar de que aquí en la isla hace calor, mucho mucho calor. Cuando pasé mis brazos, con tanta suavidad como podía, me di cuenta de que algo gris estaba bajo su pecho: ¡Oh sorpresa! Una liebre. ¡Un animal salvaje como ese, de pelo sedoso y orejas tan largas, no podía quedarse tan quieto! Y sin embargo lo hizo. Abrió los ojos. La mujer no; se movió con lentitud para acurrucarse.
Había encontrado una compañera de la que no sabía nada, solamente que tenía una mascota. ¿Sería por eso que no se convirtió en su alimento? Entendí que un compañero, de la especie que fuera, era para ella más importante que comer. Me generó un sentimiento de ternura y empecé a acariciarle la espalda, pero mis manos, ásperas, lastimadas de tanto romper cocos y pelar palmeras le produjeron un escalofrío. Abrió los ojos y se deshizo de mi abrazo. Emitía sonidos extraños, incomprensibles. ¿Cuánto hacía que no decía una palabra en algún idioma?
Pero no demostró temor, sino extrañeza. Ya sentada, me recorrió con lentitud la cara, el cabellos, los brazos el pecho con sus manos, más suaves que las mías. No fue más allá. Permaneció mirándome fijamente y luego buscó debajo de lo que era su litera y sacó un papel que alguna vez había sido blanco, plegado muchas veces. Me lo extendió.
Era una carta. Tenía fecha de muchos años atrás, según mis endebles cuentas y decía:
Hoy, en esta isla ha ocurrido un milagro: Encontré a alguien viviendo dentro de una choza de hojas de palmera. Ya no estoy solo. Ahora tengo mujer.
También tropecé con una botella. La usaré para mandar un mensaje, este que está leyendo quien la encontró. No me rescaten. Soy feliz aquí.

Sorprendido, pensé que yo también estoy contento en este lugar. Ya no estoy solo. Ahora tengo mujer.

(531 palabras)

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