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"Rajan Abut" o la tradición exterminada - por Saray Perez

Web: http://quelocuenterita.com

Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. Aun no soy capaz de determinar con exactitud qué fue lo que lo produjo, ni si fue obra del azar caprichoso; solo puedo decir que hoy, en este pedazo de tierra flotante, ha tenido lugar un suceso extraordinario. Tal vez fuera por la mirada desesperada que me lanzó Hincoan cuando me hice un hueco entre la muchedumbre arremolinada al borde del acantilado, tal vez fuera por el calor que irritaba las papadas de los miembros del Consejo. Tal vez fuera por cualquier cosa. Pero hoy, en este absurdo cosmos envuelto de agua salada, ha sucedido algo que será recordado durante siglos.
Hoy, en el último día del mes de septiembre, cuando la brisa trae reflejos de estaciones más frías, hemos celebrado la “Rajan Abut”. Cuando el sol alcanzara el cenit, bajo la atenta expectación de toda la comunidad, el anciano más longevo de la aldea iba a ser sacrificado en el Acantilado de Totemhepech. Así lo dictaba la tradición. Amarrado a una soga, sobre un artefacto tambaleante de madera a modo de primitivo trampolín, sería lanzado al vacío. Así se simbolizaba la eterna regeneración de la Naturaleza, siempre ávida de eternos comienzos.
El viejo era bien conocido por todos. Al fin y al cabo, había asistido como curandero en los partos de todas las mujeres que allí se encontraban. Mientras le observaban allá en lo alto, eran conscientes de que tarde o temprano, les tocaría a ellas el mismo destino. Hasta Hincoan, el joven verdugo encargado de soltar las clavijas del artefacto letal, lo recordaba bien.
– Ey, Hincoan, parece que tiempo va a cambiar. Los albatros están zigzagueando sobre el mar, ya no saben cómo esquivar las corrientes que vienen del norte – el viejo levantó la barbilla y siguió – vamos, Hincoan, anímate pues, quítame esa cara de muerto.
El pobre Hincoan tenía los ojos bañados en lágrimas y los músculos rígidos como el hielo. Había sido elegido entre cientos de jóvenes por el solemne Consejo para ejecutar con honor el principal acto de la ceremonia. Sin embargo, desde que se lo comunicaron, no había podido pegar ojo. Recordaba al viejo desde chico, cuando le regañaba por encaramarse a las peñas volcánicas con sus pies desnudos y por espiar a las niñas que se bañaban en la laguna subterránea de Poltetch.
Llegó el momento. Los timbales comenzaron a retumbar marcando el ritmo del macabro ritual. El joven Hincoan se acercó al anciano y le soltó con delicadeza la soga que apresaba sus manos. Tam-Tam-Tam. Los miembros del Consejo se abanicaban con plumas de faisán. Hincoan alzó la mirada al cielo. El viejo comenzó a temblar. Su fin, símbolo de la conclusión de lo antiguo, estaba cerca. Hincoan se agachó, agarró las clavijas e intentó proceder con su misión. Pero no fue capaz, los dedos no le obedecían. Las tuercas que amarraban las clavijas estaban demasiado secas y no respondían ante la presión del joven. La gente comenzó a impacientarse mientras sus voces se elevaban en el aire como un zumbido grotesco.
– Hincoan – le susurró el viejo – usa grasa de la suela de tu zapato. Recuerdo como las fabricábamos y usábamos grasa de pez para pegarlas al cuero. Te ayudará a ablandar las tuercas.
– Gracias – respondió Hincoan – estoy muy nervioso. El sudor se está metiendo en mis parpados y no consigo ver nada.
– Mira hacia el norte. La brisa secará tu piel y limpiará tus pestañas.
– Gracias, lamento no poder matarte.
– Animo Hincoan. Recuerdo cuando íbamos a la guerra sobre nuestros caballos salvajes. Sabíamos que luchábamos contra nuestros hermanos, pero lo asumíamos como el sagrado destino que nos unía.
De repente, Hincoan dejó lo que estaba haciendo y se irguió frente al viejo. Al observar los ojos de aquel hombre sabio, se dio cuenta de su infinita experiencia, de la profundidad de sus conocimientos y la templanza que desprendía, aun en los momentos más trágicos. Hincoan miró hacia el fondo del acantilado. Lanzar toda la belleza que representaba aquel anciano era sencillamente una aberración.
Entonces, se volvió hacia donde estábamos todos y con una mirada desafiante al Consejo les dijo:
– Antes de arrojar nuestro Pasado y nuestra Identidad a las fauces del abismo, mátenme a mí primero – y sentenció – Ustedes no mantienen las tradiciones, las están exterminando.
Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. Los viejos ya no son empujados al Acantilado de Totemhepech, mueren contando historias a los jóvenes y los niños, en lechos cómodos de cáñamo.

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8 comentarios

  1. 1. Emmeline Punkhurst dice:

    Hola Saray:
    Leyendo tu relato estaba visualizando perfectamente al pobre anciano y su rostro triste por su inminente destino. En esta ocasión, sin embargo, esperaba no sé por qué que Hincoan se tirara por el acantilado para evitar la muerte de un inocente.
    De cualquier modo me ha encantado. ¡Enhorabuena!

    Escrito el 29 diciembre 2014 a las 17:25
  2. 2. Job Peró dice:

    Enhorabuena, Saray. Me ha encantado. No he podido dejar de leerlo. Me gustaría conocer más de esta coumnidad, sus costumbres, sus tradiciones. Parece mentira que haya “comunidades” con tradiciones tan, digamos, anti natura, pero existen. Y no hay demasiada gente con el arrojo y la valentia para enfrentarse a ellos.

    Escrito el 29 diciembre 2014 a las 20:15
  3. 3. Saray dice:

    Muchas gracias por vuestros comentarios sobre este relato, que bien que os haya gustado. Pobre Hincoan Emmeline, pobrecito si se lanza al vacio, por hoy no mataremos a nadie 🙂 Algunos me recomendaron que Hincoan fuese malvado o que se fuera conmoviendo más lentamente.
    Voy a darle una mayor extensión y aplicaré algunos consejos que me dieron. Lo publicaré en mi blog próximamente. Un abrazo

    Escrito el 29 diciembre 2014 a las 22:40
  4. 4. Ana dice:

    Saray, me alegro mucho de haber entrado a leer tu relato. Me ha encantado. A mí me parece que el ritmo es perfecto. Yo también pensé que Hincoan iba a tirarse por el acantilado. Menos mal que en vez de eso, consigue abolir una tradición horrible.

    El relato está muy bien ambientado y el anciano es un personaje con mucha fuerza.

    Espero leerte de nuevo muy pronto!

    Escrito el 31 diciembre 2014 a las 12:50
  5. 5. Marcelo Kisi dice:

    Saray, qué bien escribes! Primero eso, calidad en la escritura, y un estilo llevable y disfrutable. Tu relato es sencillamente delicioso, y el debate que despierta es apasionante. A mí se me ocurrió otro final, pues como espectadores del siglo 21 que observamos tradiciones de otras eras, no tenemos más remedio que aplicar nuestros valores, pues así somos. Pero yo no considero el sacrificio humano como contra-natura, sino anacrónico, que no es lo mismo. Después de todo, el ser humano ha pasado más tiempo sacrificando gente que no haciéndolo. El relato fundacional del fin de los sacrificios humanos para Occidente fue nada menos que el relato del sacrifricio de Isaac en el Antiguo Testamento. Es importante, porque hasta ese momento todos los pueblos de la antigüedad conocida sacrificaban seres humanos con fines rituales, especialmente bebés. Abraham sería tu Hincoan, sólo que para darle imagen de autoridad a la ruptura de la costumbre, se pone esa ruptura en la boca de un ángel de Dios. Y ese suceso habría ocurrido hace “apenas” unos 4.000 años. Es poco tiempo en términos de la larga historia del hombre, y todavía pasarían varios siglos hasta que no hubiera sacrificios en ninguna cultura. Con lo cual, la idea de no sacrificar humanos y sólo animales, relatada en la Biblia, era una idea sumamente progresista para la época. Una casualidad nada más: la esposa de Abraham se llamaba Sara, pero su nombre anterior era Saray 🙂 En fin, que el final que se me ocurrió a mí es que el anciano grita “¡Hincoan, no!”, y se lanza él mismo al vacío. Pues las tradiciones son a veces más fuertes, y no es precisamente al más anciano de la tribu, que le toca el honor de dejar paso a lo nuevo, al que se le va a ocurrir rebelarse, justo en su hora de gloria y honor, para la cual se había preparado durante tanto tiempo. Eso sí, sería la última vez, pues Hincoan había logrado conmocionar al pueblo y sembrar la semilla del cambio. Pero es una idea más, nada más. De nuevo te repito, un relato conmovedor, deliciosamente escrito. Un placer leerte! Feliz año!!

    Escrito el 2 enero 2015 a las 19:39
  6. 6. Saray dice:

    Muchas Gracias de nuevo!
    Ana, me alegra que te haya gustado el relato. Me hubiera gustado tener mayor extensión en el cuento pero el ejercicio es de 750 palabras así que tenemos que ajustarnos a ellas para crear una atmósfera, una trama y un buen final, nada más y nada menos!
    Marcelo Kisi, me has dejado impactada con tu extraordinarias palabras, he aprendido mucho!
    Sí, mi nombre es el nombre antiguo de Sara, la esposa de Abraham, pero nunca le había dado esa lectura a este personaje bíblico. Repito, me halaga muchísimo todo lo que dices, y el final que propones es muy interesante, al fin y al cabo, el anciano es consciente de su destino todo el tiempo y lo está acatando con mucha dignidad. Pero pobrecito, quiero que muera en un lecho de cáñamo, dejando constancia de su memoria y no despeñado 🙂

    Escrito el 11 enero 2015 a las 17:49
  7. 7. KMarce dice:

    Saludos Saray, que me alegra decidir que hoy no leería otro más, y el tuyo es el que me llevo a mis horas de sueño.
    Estamos aquí para hablar de los relatos y poner los puntos en las íes, y no tengo queja del tuyo, solo que se acabó.
    Me gustó también ese final, yo tampoco quería que muriera ninguno, y estoy en contra de cualquier derramamiento de sangre, aún animal. (De hecho no como carne, mas por estómago que conciencia, pero bueno…) Así que disfruté la idea de saber que los ancianos contaran sus días, y que no les serán cortados. Sobre todo, porque las palabras fueron concisas para que el despertar de esa tribu, hiciera lo que en el fondo todos querían hacer, no temer envejecer.
    En cuanto a tu escritura, me pareció muy acertada, de párrafos correctamente cortados, que le dieron fluídez a la lectura. Me encantan los párrafos largos, y aunque los tuyos no eran meramente extensos, si tenían el ritmo adecuado. Te felicito por ello.

    Escrito el 12 enero 2015 a las 07:08
  8. 8. Saray dice:

    Muchas gracias KMarce! me alegra que te gustara y que al final leyeras el relato. Siempre son bienvenidas las opiniones, relativas tanto al contenido como a la forma. Un relato, y a mí me ocurre, siempre vuelve a reescribirse, a reescribirse una y otra vez hasta el infinito, por muy breve que sea. Los cuentos cortos tienen esa dificultad, encontrar el ritmo justo, las palabras adecuadas para que todo esté en su “lugar”. A ver si algún día lo consigo….
    Gracias a vuestro ojo crítico!!Saludos

    Escrito el 14 enero 2015 a las 21:01

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