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El Hundimiento - por Josu

"Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro inaudito, hermanos." anuncia Nomynyon con sarcasmo. "Hoy, nuestros belicosos reyes han declarado la guerra a otra nación más. Esta vez, a los atenienses, servidores de Atenea, que impera en las batallas."

"Hoy," continúa "se escribe el principio del fin de esta civilización que generaciones atrás fue la más hermosa y justa bajo las miradas envidiosas de los dioses caprichosos y omnipotentes."

"¿Cómo osas proclamar el fin de nuestra gran nación, protegida por nuestro padre, prepotente que cabalga los océanos, y referirte a ella como una simple isla?" ladra Gálato con la cara enrojecida por la cólera.
"Es un pedazo de tierra, y está rodeada de agua, ¿cierto, Gálato?" hace una pausa dramática, esperando una réplica que se atasca en la garganta de su oponente dialéctico. "Una isla, pues."
Un murmullo de susurros comienza a crecer entre los asistentes pero es atajado a tiempo por el presidente de la asamblea, Cato.
"Hermanos, la denominación de la tierra sobre la que descansa nuestra nación no es el tema de discusión de esta reunión. Ni tampoco lo es la política militar de nuestra confederación" le espeta a Nomynyon. "Hoy estamos aquí para decidir las actuaciones que se llevarán a cabo ante los abusos que nuestros reyes siguen llevando a cabo de forma despótica sobre los ciudadanos de esta confederación, y que han convertido nuestra justa sociedad en una tiranía de líderes vanagloriados."

"¿Y qué esperabais?" interrumpe Pumo con voz grave. "Incluso las columnas del Templo de Poseidón han sido asaltadas y despojadas del oricalco que las cubría. Columnas que, les recuerdo, contenían nuestras leyes y derechos, y que ahora yacen desnudas, desvalijadas. ¡Hasta nuestros derechos nos han robado!" la sala ruge.
"Por eso te digo, Nomynyon, de negros cabellos y lengua locuaz." añade. "No me importa a qué otras naciones le declaren la guerra estos reyes tiránicos nuestros que no rinden cuentas ya a los benevolentes dioses, padres de los padres de sus padres, y cuyo divino vínculo está perdido como una gota en el océano. Yo lo único que espero es que dejen ya de respirar y, así, nos dejen vivir con dignidad a los ciudadanos de la Atlántida."

El semicírculo de gradas, ocupado por representantes de las diferentes regiones de la nación, vibra con el estruendo de los asistentes. Cada centímetro del suelo circundante está abarrotado por la plebe, apretujados hasta la columnata exterior, donde se aglomera más gente aún, aplaudiendo a quien, por primera vez, clama los deseos de unos ciudadanos cansados y descontentos con las acciones de sus mandatarios.

Cuando los vítores y aplausos cesan, las docenas de pares de ojos se vuelven hacia el receptor de su declaración, Nomynyon, que espera de pie: "Cuidado, Pumo, hijo de Dhano. Yo que tú mediría mis palabras y me cuidaría de mantenerlas lejos de posibles interpretaciones tales como traición." el bullicio entre los asistentes se reanima con fuerza. "Recuerda que esos reyes despóticos son descendientes de Clito, e hijos de Poseidón, soberano que sacude la tierra. Y todos aquí asentirán cuando digo que ningún padre permitiría salir airosos a quienes amenazan o maldicen a sus hijos, o los hijos de sus hijos."

"Y yo te informo, Nomynyon, hijo de Páteo, que nuestro oráculo nos ha revelado que hoy tiene lugar una asamblea olímpica, y que, por tanto, los profundos ojos y amplios oídos de nuestro padre de cerúlea cabellera no estarán puestos en nosotros. Es por eso que nuestra reunión tiene lugar hoy, y no ayer ni mañana." comunica Cato desde el asiento en el centro del semicírculo.

"Oráculos… ¡parásitos embaucadores, más bien!"
La sala vuelve a estallar en un fragor de abucheos e insultos hacia Nomynyon, imposible, esta vez, de ser remediado por Cato.

En los meses siguientes, cientos de naves zarparán de la Atlántida hacia Grecia, cruzando los pilares de Hércules, para a las tropas ya en las costas del delta del Nilo tras sus campañas en los territorios del imperio egipcio. Docenas de miles de soldados atlantes se enfrentarán a los poderosos soldados griegos, confiando en su supremacía; demostrada contra los ejércitos tirrenos y egipcios. Tal arrogancia no les valdrá para vencer la superioridad técnica y militar ateniense, que aplastará las fuerzas atlantes, frenando así su avance a través de las regiones del Mediterráneo.

Poco tiempo después, el continente atlante sucumbirá a una catástrofe natural de proporciones sin igual en la historia del hombre, que sumergirá su civilización bajo las profundas aguas del océano Atlántico para toda eternidad.

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1 comentario

  1. 1. KMarce dice:

    Me he prometido leerlos a todos, aunque no a todos comento.
    Tu relato, me hizo evocar a mi memoria, la forma de escritura clásica griega, como La Odisea de Homero, en donde sus dialogos son detallistas, y el uso de las palabras elocuentes.
    Sin embargo, me he perdido con el termino “reyes”, ya que ellos eran gobernados por Emperadores, como lo usual en los antiguos imperios. Por lo demás, el uso de nombre vinculados con el mito, da credibilidad al relato.

    Escrito el 28 enero 2015 a las 22:22

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