Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Viento. - por Sullivan Greiner

Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. Hoy, mientras el sol se derramaba entre las nubes y acariciaba mi torso desnudo, ocurrió todo. Todo y nada, un torbellino de acontecimientos seguido de un silencio sepulcral de la nada más vacía y absoluta. Era tal esa nada que podías cortarla con un cuchillo, untarla en una rebanada de pan y comértela. Era abrumadora, asfixiante, mortífera y silenciosa. Un crepúsculo de acciones y decisiones, un naufragio de sentimientos y corazones. Hoy empieza todo.
La vida es frágil como la mirada de una doncella y yo, joven e insolente, lo ignoraba por completo. Los suspiros de mi mente no me dejaban descansar. La soledad de aquella isla me abrumaba, me aplastaba como un martillo gigantesco; era la mano de ese Dios cruel y despiadado que me presionaba para volver al polvo. Las fuentes de mis ojos quedaban expuestas a una sequía constante después de cada noche, fría como un témpano de hielo. Las mañanas no eran mucho mejores; me despertaba y salía a cazar, con la esperanza de encontrar vida más allá de mis pequeñas e inútiles fronteras. Me sorprendía volviendo a mi campamento con apenas un puñado de hierbas y con el aliento roto y desesperanzado por la promesa sin cumplir de encontrar un aliado en aquella feroz batalla contra la naturaleza. Era el mismísimo infierno.

Y ahora, llega. Es un milagro. No, el milagro. Dios, en un acto de misericordia y gracia sublimes, ha mandado a uno de sus ángeles a mi rescate. No me ha salvado exactamente, pero ha dado un giro a ese halo de luz intermitente que es mi vida. Es un día como otro cualquiera; me levanto recojo hierbas, cazo algún asustadizo conejo y vuelvo al campamento tras asegurarme bien de que la promesa sigue inalterable, rota. Las estrellas sonríen, amables, desde la lejanía del universo, mostrándome una dentadura luminosa, etérea y limpia como las carcajadas de un recién nacido. Pero este día no era como un día cualquiera; las estrellas susurran secretos las unas a las otras y me observan, expectantes. La llegada del milagro es inminente. Se apareció ante mí como una tormenta desatada de pura pasión y lujuria, como un jarrón de agua helada en un día infernal, como una hoja en un vendaval de dulces caricias y besos de madreselva. El milagro se llama Elle.

Ella lo es todo. Es el fuego que arde en mi interior. Es la tormenta que apaga todas mis dudas, todas mis penas. Es puro viento y su nombre reina en lo más profundo de mi corazón. Su dominio, dulce y firme como la misma naturaleza de su sonrisa, es cada vez más fuerte y más persistente en las profundidades cavernosas de mi destrozado espíritu. Cuando yo caía, ella, con un gesto aterciopelado, sencillo pero fluido y grácil, me levantaba sin ningún esfuerzo, con una sonrisa que mataba a todos y cada uno de mis demonios. Elle había llegado de un naufragio, en un pedazo de madera solitaria, y, sin embargo, era lo más fuerte que había visto en toda mi vida de mendigo abandonado en aquella isla maldita. La vida no podía ser más fácil con ella en mi camino.

Pero la vida es frágil. La vida no fluye como un río, la vida parpadea, tenue, como una luz remota, fría y distante. La vida no te sonríe durante mucho tiempo. La vida se apaga. La vida se esfuma. La vida.

Elle se moría. Carecía de esa chispa que a mí me sobraba; una enfermedad asolaba su cuerpo, destrozándola por completo, desde dentro hacia fuera. Era una batalla que no podía ganar. Sin medicinas, Elle empeoró a un ritmo desorbitado. Sus besos se marchitaban y el sabor a madreselva se me volvió agridulce; la veía sufrir e, impotente cómo me hallaba, no podía hacer nada más que mirar como mi vida se esfumaba con ella. Todo lo que me había dado se pudría con ella. Todo lo que Dios me había dado, con saña y malicia, me lo arrebataba llevándosela a ella.

Volvieron mis demonios, mis pesadillas, mi soledad. La tenía y no la tenía, se me escapaba de entre los dedos y me sentía como si intentase atrapar el humo con los dedos. Elle sufría más de lo que ningún humano ha sufrido jamás. Sus besos eran secos. Muertos. Sus latidos, con una cadencia sombría y de ultratumba, se apagaban poco a poco.

Con ellos, Dios, te llevaste la luz, me diste soledad y dolor.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

2 comentarios

  1. 1. Carlos dice:

    Muy sentido y profundo pero ameno. Frases complejas pero bien construidas: Muy buen trabajo.

    Solo me chirria, en mi opinion personal, el exceso de circunloquios y que algunos apuntes rompen el tono del relato.

    He disfrutado el relato. ¡Mi enhorabuena!

    Escrito el 30 diciembre 2014 a las 13:56
  2. 2. David Rubio dice:

    Escribes maravillosamente bien. Pero un relato, sobre todo, cuenta una historia y toda la capacidad escritora debe sucumbir a su servicio.
    En este texto realizas una exhibición de escritura pero como relato flaquea, se pierde en frases muy logradas pero que al no estar llevadas por una historia pierden la fuerza pretendida.
    Recuerda:lo primero es la historia.

    Escrito el 6 enero 2015 a las 20:33

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.