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EL MILAGRO DE LA LIBERTAD - por Ferminangel

Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. Ahora, cuando el día termina y estamos charlando con mis hermanos de sangre, puedo, sin lugar a dudas, afirmarlo: los milagros sí existen y conviven con nosotros. Algunas veces los traen los vientos, los dioses o los propios hombres que bajaron de la Sierra Maestra, como en este caso.
Me levanté cuando el despertador me iluminó con sus rayos de fuego, había mucho para hacer en la plantación del patrón: abrir surcos, inundar canales, fertilizar la tierra, envenenar mis pulmones, esquivar alguna mordida fatal, en fin, tareas propias de los cañaverales. Besé en la frente a mi máma, tomé el azadón y me puse en la fila; apuro no tenía pues trabajo era lo que sobraba en esta tierra de extranjeros.
La fila de trabajadores era desprolijamente ordenada: altos y bajos, gordos y flacos, jóvenes y viejos, negros y negros; se aceptaban todo tipo de trabajadores en el ingenio azucarero, siempre y cuando fueran del mismo color de piel, el negro. Cuando pasamos frente a la mansión de los patrones, el señor ya estaba levantado, parado frente al portal, con su traje de color crema y sombrero haciendo juego, aunque justo es decirlo, lo que menos importaba era el color de su ropa: el veneno que despedía por sus ojos al mirarnos pasar, dolía más que picadura de serpiente.
Recién después de pasar la residencia de los dueños, podíamos comenzar a hablar entre nosotros:
—¿Cuánto tiempo más vamos a seguir así? —pregunté apretando los dientes, al viejo Tiago, que caminaba unos pasos delante mío.
—Creo que no mucho —contestó en voz baja el viejo—. Anoche tuve un sueño donde un enorme caballo negro, esbelto y arisco, pegaba un gran brinco y su jinete rodaba por el suelo y su traje color crema se embarraba hasta la solapa. —Apartó unas malezas del camino y secó su frente, que ya sudaba copiosamente—. El caballo corrió desbocado por toda la isla, durante tres días seguidos.
—¿Y eso qué tiene que ver con toda esta miseria que estamos pasando? ¡Somos seres humanos, no bestias! —dije con la voz un poco subida. Algunos de los de la fila miraron sin mucho interés—. Aparte, creo que ningún caballo pueda cabalgar tres días seguidos, a menos que ocurra un milagro.
—¡Hay muchacho!, ¡hombre de poca fe! Si nuestros ancestros sabían leer el cielo y escuchar la tierra, ¿por qué nosotros no podemos creer en los sueños? —Tiago ya doblaba su espalda en el surco y me miraba con algo de picardía—. ¿Quién te dice que algún día, nosotros peguemos el brinco?
—Esperanzas no me faltan, viejito. Pero si usted ya lleva esperando esa voltereta del destino por más de cincuenta años, ¿qué le hace pensar que pueda ocurrir algo en estos tiempos? —Golpeé el surco con tanta fuerza, que saltó barro en todas direcciones—.Nadie se acuerda de esta isla perdida en el Mar Caribe. ¡Estamos malditos! Moriremos trabajando para el extranjero.
—Atiende, muchacho: anoche escuchamos con mi esposa, en la vieja radio que tenemos escondida desde hace tiempo, que en la zona de la Sierra Maestra, allá en el sur de la isla, un grupo de hombres de todos los colores y nacionalidades, está preparando una revolución. Hablan de echar al extranjero, de repartir la tierra entre los que la trabajan, de terminar con la tortura y la opresión, y muchas cosas más… —el viejo Tiago me hablaba en voz baja, temiendo la represalia del capataz, pero en sus arrugados ojos se notaba una extraña luz que contagiaba.
El diálogo con el viejo se cortó bruscamente, cuando sonaron tiros de fusil y morteros a lo lejos. Por encima de la vegetación, sobresalía un humo negro y espeso: venía, sin lugar a dudas, de la zona de la mansión de los patrones. En medio de la confusión y el eco de las balas, alcancé a ver a Tiago, que revoleaba su azadón por encima de la cabeza del capataz, el cual ya había martillado su fusil y giraba nerviosamente en todas direcciones, para acertarle un golpe certero y mortal. Luego, alguien empujó con el pié el cuerpo inerte del capataz hasta hacerlo rodar dentro del surco, y comenzamos a caminar, sin formar fila, hacia nuestras barracas.
Ahora podrán entender, lo que les dije acerca de los milagros. Y eso que yo era uno de los que no creía en los sueños

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2 comentarios

  1. 1. Ferminangel dice:

    Agradezco las correcciones hechas en mi relato por los compañeros del taller. Nunca me cansaré de hacerlo, ya que de esa forma puedo ir mejorando mi escritura. Quedan algunas cosas por aclarar, como el hecho de que mi español no es muy neutro, está plagado de términos locales que desconciertan a los españoles de España, pero juro que estoy trabajando en ello. Gracias y feliz año.

    Escrito el 30 diciembre 2014 a las 22:42
  2. 2. David Rubio dice:

    En cuanto a la redacción, es clara y comprensible. No rehuyas de tus localismos, eso puede ser tu sello. Piensa que si están bien empleados en el contexto adecuado la dificultad de comprensión desaparece y enriqueces al lector.
    La historia está bien, una revuelta de esclavos. Quizás le falta un pelín de alma, de épica. Los diálogos son pelín forzados, no me los imagino hablando así y creo que por eso el texto pasa por ese momento crucial de una manera un tanto lejana. Al ser una revuelta reduciría esos diálogos y describiría un hecho concreto del protagonista.
    Es un buen trabajo

    Escrito el 8 enero 2015 a las 21:18

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