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POR SIEMPRE JAMAS - por MARIA JOSE GARCIA VALENZUELA

Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. Aunque la paz continúa y parece que por bastante tiempo, no habrá más tormentas ahogadas. No, no se trata de la estación de las lluvias ni una tormenta de verano. Os lo explico.
Comenzaba a amanecer. En las tres hectáreas de isla sólo se percibían los sonidos suaves que confundimos con el silencio, porque nos envuelven en tranquilidad: El paso del tiempo que pierde importancia, el rumor de suaves olas que acariciaban la orilla, el coco que caía sobre la arena, la brisa que susurraba cálida, el guacamayo y la cacatúa que se regocijaban con su canto matutino,… Cuando una pareja de tortolitos nadaba hacia la orilla. Al llegar, el uno ayudaba al otro y viceversa, entre besos y muestras de mutua preocupación y cuidado.
—Ay, Job —gimoteaba Paz—, ya es mala suerte que en nuestro segundo día a bordo se hunda el barco. Qué razón tenía mi madre que me decía que para qué hacer un crucero en el viaje de novios, si vivimos en la costa. Para qué tanta agua, me repetía. Además, dicen que en martes ni te cases ni te embarques. Y míranos. Seguro que esto significa algo.
—Princesa, respira y serénate.
—Uy, mira el pajarito. ¡Qué colores! No picará, ¿no?

Tres días estuvieron serenándose e investigando la tranquila isla, con su brisa, sus cocoteros, sus aguas cristalinas y sus aves exóticas.
—Ay, Job, que quizá sea una suerte que nos despertemos los dos juntitos cada día, sin importar la hora ni el día de la semana. Por siempre jamás.
—Claro, princesa.
—Dame un beso antes de que vayas a pescar, con lo que te gusta. Y escríbele a tu princesa un mensaje romántico en la arena, como haces cada mañana.

Pero dos palmos de isla no dan para mucho. Así que durante los tres días siguientes pudieron disfrutar intensamente de su nueva vida en común. Conociéndose. Conviviendo.
—¿Dónde vas, Job? No te vayas muy lejos. No dejes sola a tu princesa
—Voy a pescar algo.
—¡Qué aburrimiento! No vayas. El sol está demasiado fuerte y no quiero quemarme. Llevo una semana comiendo pescado y coco y estoy harta. ¿No crees que ya es hora de que intentes cazar algún pajarraco de esos? Cocinado quizá sepa a pollo. Además, son tan ruidosos… pero no me dejes.
—En cuanto traiga la comida me pondré a trabajar en la balsa. Es posible que mañana la termine y podamos salir de aquí.
—Pero qué clase de marido dejaría a su mujercita solita, ahí, para que venga cualquiera y la rapte.
—Acompáñame.
— Pero que tonterías dices. Ya te he dicho que no quiero que me dé el sol y necesito descansar, estoy muy estresada.

Pasado un rato…
—Job —gritó Paz—, ¿dónde estás? Tráeme un coco, que tengo sed.
—Un segundo, que estoy tensando esta cuerda de la balsa.
—Me recuerdas a MacGyver, el de esa serie que con un chicle y un clip te hacía una bomba. Pero, no la tenses mucho no vaya a ser que se rompa mientras estamos en el agua. Anda, déjalo y tráeme el coco.

Miércoles. Casi bendito. Amanecer. Paz se despierta.
—Job, ¿dónde estás? ¿Y mi beso de buenos días? ¿No contestas? Espero que me hayas escrito mi mensajito antes de ponerte a pescar. Voy a ver.

En la arena, como cada mañana, garabateada con trazo firme había unas palabras: "El pescado está en el fuego. La balsa es perfecta. Cuidado con el sol."

Y la paz vivirá en la isla, por siempre jamás.

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1 comentario

  1. 1. David Rubio dice:

    Inmenso relato. Me has arrancado un sonrisa de oreja a oreja. De verdad, no entiendo como no hay comentarios hasta ahora. Es un relato divertido, simpático, ligero y con su punto de mala leche. Bien redactado, con ritmo, con una idea clara hacia dónde se va y un final rotundo. Sin duda, un muy buen ejercicio y muy bien elegidos los nombres.
    Enhorabuena y sigue así.

    Escrito el 13 enero 2015 a las 01:02

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