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HIJO DEL MAR - por Brillo De Luna

“Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro…” exclamó Luisa con el rostro alborozado y los ojos iluminados. Hacía tiempo que no la veía así. Veinte años esperando a que el milagro se materializara en su vientre, y jamás sucedió.
Aquella mañana, como siempre, ella se levantó temprano. Agarró su balde y salió en busca de las caracolas. La marea se encargaba de extraer de las profundidades, las más raras, las más vistosas; y Luisa sabía como aprovecharlas. “A los turistas les encanta lo que el mar desecha” decía riéndose, pero sus artesanías nos habían sacado de apuros varias veces. Yo, como todo buen pescador, me hacía mar adentro durante días, llevaba lo suficiente y lo necesario, y luego, con mi canoa rebosando y al borde del naufragio, llegaba a tierra firme con la mercancía esperada. Pero no siempre el mar dejaba que llenara mis redes, y era en esos días cuando Luisa más se esforzaba por sustentarnos.
Entonces, aquel día Luisa no trajo el balde lleno de crustáceos; en su lugar cargaba un bulto, era una especie de maraña de redes y algas, húmedo y con olor a sal. Lo llevaba acunado entre sus brazos, como si fuera a deshacerse de pura fragilidad. “¡Mira lo que nos trajo la marea, Fermín!” dijo emocionada. Me acerqué a mirar, no supe qué hacer, estaba confundido. Era un niño hermoso, su piel casi traslúcida hacía juego con sus ojos azules. “Hay que buscar a sus dueños” atiné a decir. Luisa se rió de lo que dije. “¿Qué dueños Fermín, no ves que es un regalo del mar?”

Ese pequeño nos cambió la vida por completo; a Luisa la rejuveneció y a mi me envejeció más. No había ni un minuto en el que Luisa se despegara de él, lo mimaba demasiado. Mientras que yo, relegado a segundo plano, esperaba atento a que alguien viniera preguntando por él y se lo llevara. Claro que jamás se lo hice saber a mi mujer, porque le hubiera roto el corazón y eso, jamás me lo habría perdonado.
Para los vecinos de la isla, a Jerónimo, como mi mujer decidió llamarlo, lo adoptamos en un orfanato del continente. Esa fue la justificación que acabó con los rumores de la comunidad.
Jerónimo creció rápido; era muy inteligente pero callado, casi no había tema que pudiera tratar con él ya que nos faltaba la empatía necesaria para hacerlo. Pero con su madre charlaba de todo. No fue a la escuela porque Luisa pensó que en casa aprendería cosas más útiles para su vida, así que le enseñó a cocinar, a sumar y a restar, y a realizar artesanías con caracolas. De vez en cuando, dejaba que el niño se fuera de pesca conmigo; pero era en esos días cuando el mar parecía embravecer aún más y retornábamos a las pocas horas con las redes vacías.

Cuando Jerónimo fue muchacho, cierta noche tomó mi embarcación y se adentró a la mar. En un solo día trajo lo que yo conseguía en tres. Desde entonces, salía con frecuencia a pescar, pero siempre y cuando convenciera a su madre de que la economía apremiaba y que era necesario ir.
Pasó el tiempo y, cierta noche, Luisa cayó enferma; los años le empezaban a pasar la cuenta y las medicinas comenzaron a escasear. Jerónimo se instaló junto a su cama y no volvió a moverse de allí. La cuidaba día y noche, le colocaba compresas frías para bajar sus fiebres, la convencía como a niña para que comiera, le peinaba sus rizos alborotados y le susurraba las mismas canciones con las que Luisa lo solía acunar. Mi mujer no duró mucho, cada vez estaba peor, no podíamos llevarla a un médico del continente porque temíamos que no pudiera aguantar el viaje. Su tos sanguinolenta se hizo más frecuente y sus fiebres más difíciles de calmar. Entonces, Jerónimo se la llevó.
Esa noche llovía y el viento arreciaba; nuestra cabaña se mecía incontrolablemente. El muchacho levantó en brazos el cuerpo desmadejado de su madre y se dirigió al mar. Lo llamé varias veces, intenté detenerlo pero el viento parecía estar en mi contra y me arrastraba sobre la arena. Jerónimo caminó mar adentro, las olas no lo inmutaban y yo seguía gritando que no se llevara a mi Luisa, que regresara, pero no me escuchó. Hasta que ambos se perdieron en las profundidades y entonces, el viento calmó y la lluvia cesó.
Jerónimo retornó al mar.

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2 comentarios

  1. 1. Ángel Gabriel dice:

    Muy enternecedora la historia, los tres personajes estan bien presentados, hay una lucha entre el padre y el hijo por el cariño, o la atención de la mamá hacia el muchacho, esto es común en el hogar, donde algunas veces los padres verones nos sentimos un tanto relegados por los hijos, El mensaje del final no lo logre captar, cúal es su significado, al irse la madre y el hijo al mar. pero todo el relato ¡¡¡¡¡¡¡¡MUY BELLO!!!!!!!
    Lee el mio es el 106 los BALSEROS.

    Escrito el 6 enero 2015 a las 04:10
  2. 2. KMarce dice:

    Saludos, me ha gustado la historia transfondo, del ser único que era el joven.
    Analizando, el relato, te confieso que tuve que regresar a leer en las primeras líneas, porque utilizaste dos tiempos, presente y pasado, por lo que no sabía si estaba relatando un hecho ocurrido con anterioridad, o el hecho vivido en el momento; yo en particular, prefiero el primero.
    También, algunas frases están largas por no tener uso de comas, pero son detalles que son fácilmente corregibles. Lee en voz alta, pide a alguien que lo haga, o busca un lector de texto, podrás notar esos esfuerzos aún en una voz electrónica.
    Sin embargo, recuerda que todo es aprendido, menos una cosa, la imaginación es meramente una cualidad tuya, me ha agradado la historia, creo que es un cuento corto en su totalidad, con un tira y encoge, pero de originalidad sencilla y agradable.
    Quizá el hueco que ha quedado al final, en donde él decide regresar a su “hogar” con su “madre”, nos imaginamos que así es, pero quizá tenías otra idea, y esto quedo un poco en el aire, adicional que hay una controversia al tener un mar embravecido y luego que fuera su lugar de calma, me perdí del por qué se agitaba el mar con su presencia.
    Pero, repito, es original, es sencillo, de fácil lectura y tiene un bonito cierre, así tal cual está.

    Escrito el 16 enero 2015 a las 03:05

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