Tiempos - por Gastón

– Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro
– ¿Pero de qué hablas mujer?, ¿Qué isla?, ¿Qué milagro?

El hastío se delineaba en un gesto intolerante, intrigado, lleno de amoroso desprecio. ¿Cómo podía ser tan obstinada?, cuestionar lo racional bajo la excusa de la felicidad, resquebrar la realidad bajo el peso etéreo de lo ilusorio. Capaz de saturar el vacío de lo tedioso e insignificante con colores de surreal candor, todo el tiempo, cual obstinada plaga que resiste los ataques de un entorno hostil y ruin.

Rendido ante su sonrisa, reitera sus preguntas. Complacida, abre bien los ojos y responde

– El milagro es este, y la isla es también esta.

Resurgimiento de lo inesperado.

Esa tarde, mientras miraba las primeras luces que encendían a la ciudad, por unos vagos instantes pudo divisar un resplandor en su mirar, tan similar como aquellos que -en otros tiempos- se le escabullían con frecuente soledad. Un milagro. Ahora él, se sumergía en una aureola de orgullo y falsa indiferencia, cadencia casi inevitable del transcurrir de los años, pérdida de las ilusiones juveniles. Una isla

La miro pensativo, y le pareció entender lo que le decía. Por un instante sintió que comprendía la insignificante profundidad de conceptos atrapados en su grandeza. Consiguió adivinar un tono de gravedad en sus palabras, de seguridad y raciocinio tales que invocaban los tiempos en que era una estudiante engreída, tiempo antes – ya bastante- de convertirse en una ilusa anciana que se mofa de sus canas. Una isla en el tiempo, un milagro que a pesar de los años pueda parecer una jovencita quinceañera, segura de si misma, insegura de su ser, ilusa y soñadora, pero de infantil prudencia.

– Vamos vieja, que ya empieza a hacer frio.