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¡Vaya sorpresa! - por Magalí Arbiza

Ring ring, sonaba el teléfono una y otra vez pero en la casa nadie lograba encontrar su paradero, al quinto pitido la niña Carolina finalmente encontró el teléfono bajo un sombrero playero, de esos grandes y de paja que su mama solía usar para salir a tomar sol.
-Hola- dice Carolina muy efusiva
-Mi pequeña, ¿Cómo te encuentras? –pregunta entusiasmo su padre
-Mucho mejor ahora que escucho tu voz papi, estoy tan feliz- replico ella
-Bueno, entonces camina hasta la puerta, sácale la tranca y abre la puerta.
Carolina hizo lo que su padre le pidió, y se llevo una gran sorpresa. Allí estaba su padre, que alegría sintió la niña, pero lo que más la sorprendió es que su padre se encontraba dentro de una jaula, grande como una casita del árbol, decorada con un color crema para los barrotes y entrelazadas entre ellos habían miles y miles de hermosas flores. Esta jaula estaba cerrada por dentro, como con paredes transparentes, que debían prohibir la entrada de la lluvia dentro de la jaula pero a su vez permitían que los barrotes y sus flores se lucieran por fuera.
Al ver la cara de sorpresa de Caro, su padre corrió a los brazos de su pequeña y la abrazo con todo el amor del mundo y beso dulcemente su frente -¿Te ha gustado la sorpresa? Es tu nueva casita del árbol- comentó eufórico esperando la respuesta de su nena.
-¿En serio? ¿Es mía? ¿Dónde la van a poner?- preguntaba Caro sorprendida, sus ojos eran como platos llenos de diamantes, brillaban de ilusión.
-Obvio que es tuya princesa, y creo que tenemos demasiado lugar en el jardín como para poder colgarla de algún árbol y colocarle una bella escalera pero tienes que prometerme que vas a cuidar sus flores, regándolas y dándoles amor, como tu mama y yo te criamos a ti- respondió él.
Carolina y su padre hicieron un pacto, ella siempre cuidaría de sus flores, si su papa aceptaba ir a tomar el té una vez a la semana con ella, y así fue.
La casita parecía enorme por dentro, tenía una mesita de té de color turquesa junto a cuatro sillas que le hacían juego, también había un armario y una cocinita. Y estaba llena de juguetes que Carolina había llevado desde su habitación.
A medida que Carolina iba creciendo iba renovando las cosas que había allí dentro, sus padres siempre la complacían a la hora de comprar alguna mesa nueva o algún mueble nuevo. Pero llego el momento en el que la niña creció y cumplió sus dieciocho años, y tenía que irse a la capital a comenzar sus estudios universitarios. ¿Qué pasaría con su casita, con la que cuido por tantos años, con sus flores que cada día parecían más hermosas?
La ahora mujercita no sabía qué hacer, ella había prometido cuidar esas flores, y se había encariñado demasiado con su pequeño hogar.
-Necesito encontrar una solución pronto ya que se acercan las fiestas y luego tendré que irme, sin más -decía Carolina a su mejor amiga Florencia
-¡Creo que se que puedes hacer con ella, amiga!-exclamó Florencia- hay hogares donde viven niños sin hogar, son niños que cuidan y valoran mucho las cosas que les brindan y como se acercan las fiestas podrías llevársela de regalo, ¿Qué opinas?
Carolina estuvo de acuerdo y así sucedió, averiguo el paradero de uno de esos hogares y el día antes de navidad llevo su casita a su nuevo hogar. Y como su padre y ella hicieron un pacto, ella hizo un pacto con los niños del hogar que prometieron cuidar la casita y cuidar sus flores.
Además de haber encontrado un lugar digno para su pequeño hogar, se sintió complacida al ver a todos esos niños felices y agradecidos.

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1 comentario

  1. 1. Luis Ponce dice:

    Muy dulce el tema, bien escrito dentro de un estilo naif, con un mensaje de valores necesarios en estos tiempos.
    Quizá un poco de cuidado en la separación de los párrafos y en la puntuación de los diálogos, pero eso da la práctica.
    Felicitaciones

    Escrito el 31 enero 2015 a las 16:47

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