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Forma de vida - por Aran

Esa noche apenas durmió, como siempre le ocurría cuando aquellas dos ruedas sagradas recorrían "su templo" a la mañana siguiente.
-No puedo evitarlo, hay que vivirlo para saber lo que es- explicaba con su característica voz temblorosa por la emoción
El Circuito de Jerez lo llamaba, y Enrique con su Yamaha azul brillante no se hacían de rogar; en unas horas desayunaría y se dispondría a comenzar el ritual propio cada vez que llegaba uno de esos días tan especiales para él: limpieza de "su máquina", un vistazo a las gomas, las llantas, el escape…
Después de todo eso, suele apagar su teléfono, prepara una mochila con unos cuantos tentempiés, se enfunda su mono de pilotaje y, llave en mano, arranca motores.
Aquel día nada fue diferente; era temprano, le gustaba llegar pronto a sus rodadas, estar preparado, analizar a los demás compañeros de asfalto. En cuanto arrancó la moto, ésta le respondió con un sonoro y apabullante "buenos días" que le erizó la piel y le sacó una excitada sonrisa; a continuación se enfundó su particular sombrero, o sea, su casco, y luego los guantes.
Por la carretera, antes de llegar al circuito, sintió una placentera libertad. Llevaba una temporada algo estresado en el trabajo, sintiéndose como un pajarillo en una jaula; pero ahora había llegado su momento, un momento que disfrutaría a tope y que dispararía su adrenalina.
El día era perfecto, nada más cruzar la verja de entrada oyó el rugir de los demás motores y se le encogió el estómago de emoción. Por fin sentiría de nuevo, tras nueve meses de espera, las mismas sensaciones de aquellos motoristas profesionales a los que tanto admiraba. "Llevo un piloto encerrado dentro con gasolina en vez de sangre", bromeaba cada vez que los demás nos asombrábamos de tanta pasión
Tras las identificaciones correspondientes, todos en parrilla esperando la orden de salida, observando de reojo la moto del compañero, pero nunca con envidia, todo lo contrario, luego comentarían entre risas cómo había ido la tanda.
Enrique salió sin prisas, no se trataba de una carrera, aquello era para disfrutar, para desconectar de los días ordinarios y relajarse; porque, curiosamente, cuando vuelve a casa tras aquella experiencia, lo hace como quien vuelve de un masaje de lo más desestresante.
De esa manera comenzó su primer contacto con el asfalto aquella vez, y con la misma energía acabó una jornada para nunca olvidar, oyendo los ánimos de los familiares que fuimos a animarle y a verlo disfrutar como un niño pequeño.
-No es un hobby, es una forma de vida- decía con su casco en la mano y el pelo revuelto tras bajarse de la moto.
Una vez en casa, tumbado en la cama y con brillo en los ojos, yo besaba a mi héroe y me dormía a su lado.

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1 comentario

  1. 1. Adella Brac dice:

    El cambio de narrador al final me parece que no pega.
    Aunque me ha faltado conectar con esa pasión que siente el protagonista, es un relato correcto.
    ¡Un saludo! 🙂

    Escrito el 3 febrero 2015 a las 12:55

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