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La jaula de oro - por Ariadna

Toda mi vida he vivido en una burbuja rodeada de lujo y gente dispuesta a complacerme, una vida cómoda y lujosa de la que no sabía que era prisionera. Solo tenía que pensar en algo y siempre había alguien dispuesto a conseguírmelo, desde el capricho más simple como una caja de bombones hasta lo más extravagante como cuando quise un loro, cualquier cosa. Mi familia siempre me ha tratado como a alguien especial, única, y ciertamente lo era o eso creía yo. La única mujer de una gran familia de hombres. La única hija, hermana, sobrina y prima a la que todos querían mimar. Y yo me creía con derecho a ello. A cambio solo me pedían lo normal, buenas notas, ser simpática, no hacer preguntas, estar siempre impecable y ser obediente. ¿Y por qué no serlo? Realmente nunca tuve ningún motivo para ello.
Mi padre era el alcalde de la ciudad aunque eso es decir poco de él, en realidad él era el dueño de la ciudad y la dirigía con mano de hierro. Por su parte mis hermanos y tíos le ayudaban, lo que siempre provocó que mucha gente no apreciase a mi familia, por decirlo de forma amable, lo más correcto sería decir que nos odiaban. Las peleas entre las distintas familias que anhelaban el puesto que ocupábamos nosotros eran continuas y violentas y siempre había algún altercado que condicionaba la vida de prácticamente todo el mundo. Yo personalmente nunca me preocupé de ello, no había necesidad. La cómoda burbuja en la que vivía no se veía alterada ni por la violencia ni por las preocupaciones. Ellos me mantenían al margen y yo estaba feliz de que fuera así. Nunca quise saber más, nunca investigué más, me limitaba a ir de compras y a estudiar que era lo que me gustaba. Fue por eso que no me di cuenta de las dificultades que mi familia comenzó a pasar. Con el paso de los años mantener el control comenzó a ser más difícil, las familias rivales iban ganando fuerza, especialmente los McCallister que contaban con un nuevo líder el cual ganaba poder a medida que nosotros íbamos perdiéndolo, lo cual era una tragedia. Si caíamos caeríamos con todo, no tendrían piedad. Con suerte tendríamos que abandonar la ciudad, sin ella… bueno, si ella simplemente desapareceríamos.
De todo esto yo no me enteré hasta mucho después obviamente, hasta que todo empezó a afectarme a mi. Todo comenzó con una llamada de teléfono, una llamada de la que no me enteré hasta meses después. Mi padre, en su desesperación ante la muerte de cada vez más miembros de mi familia, había llegado a la conclusión de que debía llegar a una tregua con los McCallister, una tregua que significaría compartir el poder pero no perderlo. Mejor eso que acabar mal, porque a esas alturas estaba convencido de que ese sería el final para nosotros. Fue este el motivo por el que les llamó y ofreció lo único que sabía que iban a aceptar, un acuerdo irrompible. Una alianza. Una boda. Mi boda. No recuerdo su cara cuando entró en el cuarto a contármelo pero si su ropa, curiosa la memoria humana. Llevaba un traje gris claro de lana y su característico sombrero en la mano, nadie más en la ciudad usa sombrero, son su sello.
No hubo explicaciones ni palabras cariñosas. Iba a casarme e iba a hacerlo feliz y sonriendo, eso era lo que se esperaba de mi después de todo. De los dos meses siguientes no recuerdo prácticamente nada, estaba como en una nube de confusión. Todo fue un ir y venir de preparativos donde nadie me preguntó nada ni me dijo nada. Después de todo yo solo era la figura decorativa de todo aquello, la firma con la que se sellaba el contrato, el adorno bonito que pasaba de una mano a otra para garantizar que ambas familias conseguían lo que querían.
Ahora tengo una nueva vida, más o menos. Lo cierto es que tampoco puedo quejarme, las cosas no han cambiado demasiado. Se sigue esperando de mí que sea obediente, agradable, simpática, que no haga preguntas y esté siempre dispuesta. Mientras lo haga mi marido, un hombre bastante atractivo no voy a negarlo, se muestra amable, atento y cariñoso. Así que ¿por qué no hacerlo? Pues porque ahora, por primera vez, veo los barrotes que me envuelven. Ahora se que esto es una jaula, de oro pero una jaula. Ahora se que tengo que escapar.

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2 comentarios

  1. 2. Juana Medina dice:

    Muy buena descripción de una vida desde adentro del personaje mismo. Creo que habría preferido que se cortara lo discursivo en la última frase y hubiera aparecido algo más activo de parte del personaje. Le cuadran la pasividad y el autoanálisis pero con es última frase al lector, o al menos a mí, le queda la impresión de que puede resultar otro “saber” más sin resolución. Por lo demás, impecable.

    Escrito el 31 enero 2015 a las 21:21

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