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El visitante - por Javier Melchor

Un aire frío que entraba por la ranura inferior de la puerta, fue lo que sintió al despertar.
Arregostado en su cama; recorrió la habitación con su mirada, buscó aquello que le despertó. Solo encontró la oscuridad, el frío y la luz que se escurría debajo de la puerta, una luz tenue, que casi llegaba ante él.
-¿¡Moisés!? – Llamó, esperando que fuese su hijo. El viento como si un dedo tuviese, recorrió su espalda llegando a su nuca, el frío se elevó golpeando su rostro. Sujetó su almohada.
-Tranquilo. – Escucho la voz seca y áspera. De un movimiento seco, se levantó sentándose en su cama, supo que no podía correr, trató de gritar a las enfermeras pero el hombre levantando el dedo, dejándolo mudo.
–No hagas eso. – Le pidió el hombre, la tenue luz desde la ventana en la cual estaba apoyado dejaba ver un rostro algo malogrado debajo de aquel sombrero negro, y ni siquiera él, que posiblemente era mayor estaba tan maltrecho: De nariz larga, cejas prominentes, una piel blanca como el papel y un ligero temblor en su labio inferior que le daba un aire de fragilidad, fragilidad que perdió al hablar. -Conozco la sensación, el recuerdo. Y aunque no me agrada ver como alguien la siente he aprendido que es necesaria. – Dijo bajando el dedo, y sintió como su voz pudo regresar.
-¿Quién eres? – Preguntó atragantándose por la estupidez de la pregunta. –Mi hijo llamó esta tarde, viene a visitarme. – Dijo recobrando la confianza, sentándose en su cama, el visitante perdía la mirada en una tenue luz en la ventana. –Llegará en cualquier momento, así que mi consejo es que salga.
– Lo siento, no funciona de esa forma. – Fue la respuesta del visitante, sin perder la visión fuera de la ventana. –Su hijo no llegará, no importa si se encuentra en este momento en recepción, ya he llegado.
– Así que… ¿He muerto?
Con aparente sorpresa, el visitante dejo de distraerse, centrándose en él. – Si, eso es lo que ocurrió. – Dijo con una ligera sonrisa de satisfacción.
Un escalofrió que nunca abandonó su cuerpo. -¿Entonces, eres la…
-¡Mi nombre es Sebastián!– Interrumpió con una mirada que le atravesó el cuerpo.
-Pero mi hijo, llamó esta tarde, vendrá a verme. –dijo en un tono de súplica. – Ya he hecho las paces hace mucho con mis decisiones, pero no puedo dejar que llegue tarde.
-Tu imposibilidad, es mi deber. – Dijo en un tono más calmo. –Tu viaje, mi ilusión.
-Es solo un minuto, un último minuto con mi muchacho. No tardará. – Suplicó, absorbido por la realidad del asunto. El frío de la habitación acentuándose sobre él, le dejó sin aliento. ¿Cómo podría sentir que se moría, si ya estaba muerto? – Ni siquiera he podido ver el nacimiento de sus hijos. – Mencionó para sí.
-Un minuto no te dará eso. – Dijo de nuevo en tono seco, recorriendo la habitación se acercó a la puerta en un movimiento ágil que no iba con su apariencia, puso su oído en la puerta. – Tu hijo está en el pasillo. – Abrió la puerta, la luz invadió la habitación y allí estaba. Un cuerpo congelado en el tiempo, un chico de unos 20 años, de cabello negro y un rostro que por algún motivo, le recordaba a su esposa.
-Una última mirada. – dijo cerrando la puerta. –Ahora vayámonos, ya no aguanto esto.
– ni siquiera se ha movido. – dijo, y lo supo, ya era tarde, el recuerdo del teléfono sonando, y la voz de su hijo diciéndole que le visitaría invadió su mente. Ese último regalo no era más que una jugarreta cruel, mostrarle lo que nunca volverá a ver.
Vio los ojos del hombre; profundos y tristes, comprendió –Dijiste, ilusión. – Mencionó – Mí viaje es tu deseo, este “trabajo” no es más que una horrible jaula que te mantiene cautivo.
El visitante sonrió. – Correcto.
– ¿Podemos…?
– Sí
– ¿Podré verle?
–Todo día, en cualquier momento, a él, a sus hijos, a los hijos de estos, hasta que ya no quede nadie consanguíneo, siempre presente trabajando para la familia.
Se levantó y extendió su mano, no lo pensó más, el visitante, quitándose el sombrero con una fragilidad, se lo entregó con una sonrisa. –Espero volver a verte sobrino. – la tenue luz en la ventana incrementó inundando la habitación, y a la distancia, se escuchó el sonido de las pisadas de su hijo. Y aunque al entrar solo viera un cadáver, el estaría con su familia.

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