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Perdida para año nuevo - por G.E. Villalobos

Perdida para año nuevo.
—Mary Lynn, pasaría el año nuevo con su tía—decía una dama llorando en mi despacho aquél primer día del año—, pero jamás recibí su llamada.
Aurora Phillips era la dama: Una prestigiosa empresaria que a sus cuarenta años, era la dueña de una cadena de reposterías, famosa en todo Nueva York.
—Señora, ¿Cuándo fue la última vez que la vio? —pregunté fríamente mientras le daba un trago a mi cerveza, aún más fría que mi voz.
—No era una chica, señor. Se trata de mi hija Mary Lynn.
—¿Cuándo fue la última vez que la vio?
—Hace dos días—dijo cabizbaja—. Tomaba un taxi que la llevaría a casa de mi hermana Jane. Nos dimos un abrazo y la dejé que se fuera.
—¿Dónde vive su hermana exactamente? —pregunté con una voz tan firme que mi secretaría; la adorable, bajita y sexy Pamela Richmond, tuvo que carraspear para que me diera cuenta.
—En el Bronx, señor—dijo.
—Así que, ¿dejó que su hija fuera sola en un taxi hasta el Bronx?
—Es tradición, señor. Ella siempre va al Bronx para la víspera de año nuevo—dijo llorosa—, pero este año no llegó. Esperé su llamada hasta medianoche, pero nunca llamó.
—Entonces cogió el teléfono y fue usted quien llamó a su hermana, ¿no es cierto?
—En efecto, oficial.
—Llámeme detective, señora Phillips. Les reservo el apelativo “oficial” a los chicos del uniforme azul, ¿sabe?
—Sí, claro—dijo apenada—. Lo siento.
Y rompió a llorar de nuevo, por tercera vez en hora y media. Pamela se acercó con una caja de pañuelos.
—Pam, toma nota—le dije.
—Claro, Oswald—dijo la joven—. Dame un minuto.
Le ofreció un té caliente a mi clienta y volvió a su asiento de siempre.
—Señora, necesito que me ayude a ayudarla, ¿entiende? Nosotros, como detectives, nos basamos en pistas. ¿Mary tiene algún novio?, ¿frecuenta a alguna amiga?
—Estuvo saliendo con ese chico, Bobby Gallore, durante los últimos seis o siete meses. Nunca aprobé esa relación.
—¿Por qué no aprobar la relación, señora?, ¿confía usted en su hija?
—¡Con toda mi alma, detective! —Exclamó—¡en quien no confío es en ese muchacho!
—¿Alguna razón para desconfiar?
—Él no representaba a mi hija, bajo ningún concepto. Ella era demasiado para él y yo simplemente se lo decía cada que podía. El chico tenía una mirada que, sinceramente, me aterraba en lo más hondo.
—¿Se lo decía a en privado a su hija?
—No, señor. En público, siempre que mi hija y él estuvieran juntos.
—Entiendo. ¿Algo más que agregar?
—Ella terminó con él hace dos semanas—dijo la dama, forzando la voz entre lloriqueos—y yo, sinceramente, temo por mi hija. Temo que Bobby la haya…
No pudo continuar. Pamela me miró fijamente desde su escritorio.
—La entiendo perfectamente, señora Phillips.
—Encontré esto en su cuarto, la noche de ayer—dijo la dama sacando de su cartera un sombrero negro.
—¿Qué tenemos aquí?
—Era de él—dijo con suma seguridad—Ella, hace poco, me contó que él lo había comprado para usarlo con ella en la fiesta de año nuevo de la pastelería
—¿Y no fue invitado a la fiesta?
—No. Para la fecha, ella y él ya no se hablaban.
—¿Sabe dónde vive el chico?, ¿Qué aspecto tiene?
—¡Por supuesto, detective! Él es alto, flaco, de piel blanca, cabello liso y rubio. Vive en el 803 de Melbourne Street.
—¿Qué edad tiene?
—Dieciséis, igual que ella. Los cumpleaños de ambos son uno a un día del otro.
—¿Cuándo exactamente?
—Diciembre 13 y Diciembre 14 —dijo—. Ella primero, él después.
Iba a comenzar a llorar de nuevo.
—No pierda la calma, señora Phillips —le dije—¿algún otro dato sobre el chico o sobre su hija?
—Ella, tiene un tatuaje en el brazo derecho: Es una jaula abierta de la que salen volando un par de tórtolas.
Le di el último trago a mi cerveza y la señora Phillips me miró fijamente.
—Creo que ya es suficiente por una noche, señora Phillips. Su información nos servirá para ampliar el rango de búsqueda, le mantendremos informada si ocurre alguna novedad.
—¿Usted cree que pueda encontrarla?
—Está usted hablando con Oswald P. Winterwoods—dije—, a mí nada ni nadie se me escapa.
—Eso espero, detective—dijo ella—¡le juro por Dios que así es!
Se retiró con tanta elegancia como había llegado. Eran casi las cuatro de la mañana, pero ella aún así, se despidió diciendo “buenas noches”.

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1 comentario

  1. 1. Adella Brac dice:

    Una escena bien llevada. Parece el principio de algo más grande, desde luego, hay material.
    ¡Un saludo! 🙂

    Escrito el 4 febrero 2015 a las 07:46

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