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Tsunami en Navidad - por Carlos Dauro

Nadie se acordaba de él, ningún regalo, tarjeta de felicitación, ni tan siquiera un whatsapp en Navidad. La televisión encendida iluminaba el pequeño comedor desordenado, repleto de platos con restos de comida y botellas de alcohol vacías esparcidas por todo el suelo.
Dormitando su borrachera sin fin, así se compadecía Juanito de sí mismo, una buena persona al que la vida le arrebató todo lo que más quería.
Atrás quedaban esos días donde su sonrisa y su alegría contagiaban a todo el mundo, donde sus palabras consolaban a amigos desesperados y el dinero para el café y el croissant que daba cada día al primer mendigo con el que se cruzaba.
Su esposa le recriminaba sin acritud que mirara tanto por los demás y tan poco por él. Seis años duró su matrimonio, tantos, como los que tardó un borracho en arrollarlos con su coche. Ya hace un año que enterró a su mujer y a su hijo, tres meses desde que su jefe lo despidió del taller de joyería por su actitud y, otros tantos, olvidado por todos aquellos a los que Juanito ayudó.
Las noticias hablaban de un tsunami en Tailandia, de una devastación sin precedentes en la era moderna por causas naturales. Desperezó los párpados aleteándolos despacio, al tiempo que su cerebro asimilaba lo que decía el televisor.
Las imágenes le recordaban a él: su antes y ahora. La habitación, tristemente iluminada por las imágenes que acompañaban la noticia, parecía formar parte de ese desastre.
Se incorporó en su sillón y se quedó mirando ensimismado lo que iban transmitiendo. Un hombre apareció cojeando, lleno de barro y rasguños por todo el cuerpo. El periodista se le acercó:
—¿Se encuentra bien?- le preguntó.
—¡Estoy vivo! ¿Cómo no voy a estarlo?
Enfocaron su rostro. Juanito se fijó en su mirada, una mirada que delataba un infinito agradecimiento, sacudiéndole el corazón.
—¿Qué estoy haciendo conmigo?-se preguntó, absorto en el rostro de ese hombre.
Apagó la tele desde el mando a distancia y pulsó el interruptor de la lámpara de pie que decoraba la esquina del comedor.
—¡Dios!-exclamó-¡Yo también estoy vivo!
Se miró al espejo, estaba irreconocible, parecía un náufrago derrotado y abatido. Se estiraba el pelo, la barba descuidada y sucia, miró sus manos de orfebre que ahora parecían de un cuidador de cerdos. Subió la mirada otra vez al espejo. Y sonrió. Por primera vez en un año no se vio un derrotado sino un superviviente, como Robinson Crusoe. En su mirada amaneció el brillo de la esperanza.
Antes de pensar en nada más se metió en la ducha y estuvo más de media hora recuperando a su cuerpo olvidado, se afeitó y al final se perfumó con la colonia de su hijo.
Adecentó y ordenó el caos de su casa y para cuando hubo terminado, volvió a mirarse al espejo. Ese era el aspecto de Juanito que recordaba.
Se abatió de nuevo, no sabía a dónde ir ni que hacer. ¿Cómo empezar? No recordaba cómo se activaban los pensamientos positivos.
Abrió la puerta de la habitación de su hijo. Recogió del suelo el sombrero de cowboy que solía llevar puesto cuando jugaban a indios y vaqueros. Ordenó la cama deshecha de sollozos y rabia que lo consoló durante todo este tiempo.
Sacó de la jaula del circo de los playmobil los trozos de periódico que daban cuenta del accidente y liberó al león de plástico de tan ingrata compañía acariciándole el lomo.
Se sintió aliviado, abrió la ventana y el frío de la calle expiró el aire lúgubre de la habitación y notó como un escalofrío le recorría el cuerpo.
Marcó un número de teléfono
—¡Feliz Navidad don José!
—¿Juanito? ¿Eres tú?
—Sí don José. Perdón por todo lo que no hice como en mí era habitual. Estoy en condiciones si usted me necesita.
—Me alegra oírlo. Te tocará trabajar más horas para recuperar los retrasos. Te espero pasado mañana.
—Gracias don José.
Salió a la calle no sin antes comprobar que llevaba algo más que los dos euros de siempre. Hoy era Navidad. Fue hacia el parque que volverá a cruzar cada día para ir a trabajar y buscó a los mendigos que allí solían reunirse. Se acercó a ellos y les dio un sobre.
—¡Feliz Navidad! –les deseó.
—Gracias don Juan, me gustaría poder ser generoso como usted – le contestó uno de ellos.
Cogiéndolo del hombro le dijo:
—La vida está llena de subidas y bajadas. Y, ahora, toca escalar de nuevo.

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8 comentarios

  1. 1. Roger/NHICAP dice:

    Hola Carlos,
    Me alegro de verte por aquí de nuevo. Buen relato para exponer una oportuna reflexión, que es bueno recordarla a menudo: la vida es esfuerzo, lucha, saber padecer y levantarse tras la caída. Por la sencilla razón de que en la vida hay más ocasiones de tristeza que de alegría.
    La historia es atractiva y consigues mostrar muy bien el mensaje con una narración sencilla y fluida.
    Estupenda la idea de activar a Juan para que recupere su actitud anterior a la desgracia familiar, mediante la visión de un reportaje sobre un tremendo desastre. Y el superviviente que agradece estar vivo.
    Me ha gustado por el mensaje de esperanza que trasmites y logras que el lector se identifique con el resurgir de Juan.
    Buen trabajo Carlos.
    Un abrazo

    Escrito el 31 enero 2015 a las 09:57
  2. 2. Carlos Dauro dice:

    Me alegro de reencontrarte de nuevo NHICAP. Gracias por tu comentario y , sí, hay que ser positivo a pesar de todo lo negativo que nos rodea.

    Escrito el 31 enero 2015 a las 14:43
  3. 3. marazul dice:

    Hola Carlos. He pinchado tu relato por el título y me ha gustado mucho haberlo leído. Es triste y duro pero con un mensaje de esperanza y una actitud de superación que se agradece. Lo has narrado con tanto realismo que parece has pasado tú o algún conocido por ese trance. Siempre hay un hecho que nos hace reaccionar.
    Escribes muy bien y transmites así que espero leerte más veces
    Un saludo
    Marazul

    Escrito el 31 enero 2015 a las 19:01
  4. 4. lunaclara dice:

    Hola Carlos: no es el primer relato de superación que leo. Esta genial!! Me ha gustado mucho eso del tsunami. Todos los padecemos. Su forma de resurgir es muy bella.
    Felicidades.

    Escrito el 31 enero 2015 a las 23:43
  5. 5. Emmeline Punkhurst dice:

    Hola Carlos:
    Me ha gustado mucho tu propuesta. Aparte de tocar un concepto como el de la resiliencia o superación de hechos traumáticos, que personalmente me parece muy interesante, desarrollas el relato con facilidad y soltura. Tiene una importante carga de emotividad sin caer en el empalago. Te felicito.

    Escrito el 1 febrero 2015 a las 00:21
  6. 6. Carlo Dauro dice:

    Hola marazul, me halaga haberte sorprendido gratamente y pillado con el título. La situación no está basado en un hecho real en primera persona. Cuando tuve clara la historia me imaginé que era Juanito, como estaría, que sentiría y en ese momento empecé a escribir el relato.

    Hola lunaclara, Juanito necesitaba otra oportunidad y las imágenes del tsunami, que nos encogieron el corazón a todos cuando las vimos, fue el resorte que le puso en marcha de nuevo.
    Hola Emmeline, gracias por hacerme buscar en el diccionario “resiliencia” y aprender una palabra nueva. El no caer en el empalago cuando creas una atmosfera muy emotiva es algo que he ido aprendiendo con el tiempo.

    Gracias a todos por pasaros a leer mi relato y vuestros generosos comentarios.

    Escrito el 1 febrero 2015 a las 08:58
  7. 7. Carlos Dauro dice:

    Hola marazul, me alegra haberte pillado con el título y atrapado con el relato. No es una vivencia personal ni cercana, pero sí decirte que cuando escribo intento meterme en la piel del protagonista y dejar que sus emociones me lleven.
    Lunaclara, gracias por tu comentario, a veces hace falta un drama muy grande para darnos cuenta que estamos vivos.
    Emmeline: Agradecerte la palabra nueva que he añadido a mi vocabulario y sí, cuando llenas de emotividad una historia es difícil no complacerse en demasía, eso lo he conseguido con el tiempo.
    Gracias por leerme y sobre todo por escribir vuestros comentarios.

    Escrito el 1 febrero 2015 a las 09:41
  8. 8. Luis Ponce dice:

    Hola Carlos: el tema es duro de tratar, pero es la única manera de levantarse. Me parece que manejas la propuesta con mucha soltura, daría la impresión de que eres el protagonista. Bien por las ganas que le pones y el lenguaje llano para expresarlo.
    Luis Ponce

    Escrito el 2 febrero 2015 a las 21:13

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