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Malas compañías - por José Rodríguez

El empujón fue brutal. Dando tumbos cayó por la pronunciada pendiente. Pequeños pedruscos que sobresalían hacían más dolorosa la caída. Unos chaparros lo frenaron un poco, antes de llegar al fondo del barranco.
Se aferró con todas sus fuerzas al ramaje. Le dolía todo el cuerpo, la sangre le corría desde la cabeza a los pies.
–¡Hijo de puta! Soy un imbécil, un jodido imbécil.
–Lo primero será salir de aquí, pensó. Sus ojos, poco a poco, se fueron haciendo a la oscuridad; pequeños arbustos sobresalían. Supuso que, agarrándose con cuidado, volvería al camino. Y así empezó su penosa ascensión. Intentó incorporarse, pero al enderezarse un fuerte dolor en la rodilla derecha lo arrojó al suelo.
Y entonces, reptando, agarrándose con sus ensangrentadas manos en los manojos, fue ascendiendo por la empinada cuesta. Apenas podía apoyar los pies. La sangre jalonaba su camino. Iba muy lento, cada pequeño avance le suponía un sobrehumano esfuerzo; y el dolor, cada vez, lo sentía más intenso. Sabía que la única posibilidad de salir de allí era llegar al coche. En sus bolsillos tenía las llaves. Si llegaba a él, pensaba, que de alguna manera llegaría a la ciudad.
La sed le quemada la garganta. Sentía como un sabor acre en su boca. Un silencio de muerte le rodeaba y se sentía cada vez más débil. Pensó que era una forma estúpida de morir, y apretando los dientes, lentamente, coronó el camino. Jadeante, con las ropas desgarradas y dejando atrás un reguero de sangre.
–Ya casi lo tengo.
Se fue tranquilizando. Mirando las estrellas les preguntó dónde había fallado. Aquella mañana terminó de desayunar sin prisas. En la radio estuvo oyendo las últimas noticias. Después cogió el teléfono y a través de los anuncios eróticos del periódico contrató los servicios de un joven. Se citaron en una discreta cafetería. Antes de salir de casa se encasquetó su sombrero, se parecía a Bogard; y también le cambió el agua a Pepo, el canario que desde su jaula, le miraba en silencio. En la cafetería, un joven moreno de una belleza exótica le esperaba. Sus enormes ojazos le conquistaron.
–Hola, me llamo Celestino, pero llámame Tino. Si te parece bien tomamos una copa y nos conocemos un poco.
–Hola. Me parece bien. Yo me llamo Angel.
–¿Qué desean los señores?, preguntó el camarero.
–Un cubata de ron, dijo Tino.
–Lo mismo yo, añadió Angel.
–¿Algún ron especial?
–Brugal, por favor, pidió Tino.
Con un movimiento afirmativo de la cabeza Angel asintió.
–Yo no me dedico a ésto, pero necesito dinero para terminar mis estudios. Empezó diciendo Tino.
Se oía una canción de Shakira, el cubata de ron entraba muy bien. Absorto en la boca de su pareja , Angel apenas oía lo que le decía; además, tampoco le importaba. Seguramente estaría mintiendo. Tenía unos labios carnosos y grandes y se excitó pensando en su boca húmeda y jugosa.
–Si quieres, podríamos compartir un rato de intimidad. Te pagaré bien, dijo Angel.
–Bien. Sé de un lugar romántico que seguro te encantará. Te saldrá un poco caro, pero será inolvidable.
–Por el precio no te preocupes, si me lo haces bien. Soy generoso.
En la calle, subieron ambos en el “mercedes” que Angel había aparcado cerca y salieron de la ciudad. Por el camino le acarició la bragueta. Angel se sentía transportado. Ya a las afueras, llegaron a una pinada donde aparcaron el coche. Las estrellas les miraban. Se adentraron por una senda, rodeados de pinos; sólo se oían sus pasos sobre la tamuja y el canto de los grillos. Se pararon en un alto desde el que se divisaban las parpadeantes luces de la ciudad.
–¡Qué precioso Tino! , dijo Angel, atrayendo por la cintura a su pareja y acercándole los labios.
Pero antes de poder estrecharlos sintió sobre su cuello como un pinchazo. Se sobresaltó, quiso dar un paso atrás, pero no pudo. Tino lo sujetaba por la cintura, en su mano derecha blandía una navaja.
–¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?
–Tu cartera y el reloj, rápido.
Por la mañana temprano, a la amanecida, un senderista encontró un hombre inmóvil, a la orilla del camino; con las ropas ensangrentadas y desgarradas, pegadas a múltiples heridas. Su cara, apenas se adivinaba entre los desgarros de la carne; sólo sus ojos, abiertos de par en par, sorprendidos, como preguntando un no sé qué al infinito.

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1 comentario

  1. 1. Chiripa dice:

    Vaya José, leí tu relato de un tirón.
    La verdad es que con la manera de narrar nos brindas un relato agil, entretenido y redondo.
    ¡Enhorabuena!
    Espero seguir leyéndote y que las musas te visiten este mes.

    Si te alcanza el tiempo, me encantará comentes mi relato
    https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-22/2509

    Escrito el 6 febrero 2015 a las 18:21

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