Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

La Despedida - por Annamanzana

María Auxiliación Pérez vivió como creyó más conveniente. Fue una niña tranquila y poco alborotadora. Pasó una adolescencia dedicada más a sus estudios que a otra cosa y en su temprana juventud se puso a trabajar en una fábrica de planchado de camisas para ayudar a sus padres. Fue en esta etapa cuando decidió vivir de un modo equilibrado y razonable. Habitó en la misma pequeña casita durante toda su vida, primero bajo el cuidado de sus padres, después cuidándolos a ellos. Más tarde, cuando sus padres faltaron, su hermana insistió en que se fuera a vivir con ella, su marido y sus dos sobrinas. María Auxiliación quería a su hermana, pero lo cierto es que eran muy diferentes, ella prefería vivir sola.
No era dada a los cotilleos ni a las murmuraciones, por eso para evitarlos mantenía una relación de atenta cordialidad con sus vecinos, pero nunca iba más allá.
A María Auxiliación le gustaban los pájaros, pero nunca tuvo ninguno porque no le gustaba verlos encerrados en una jaula, no obstante, disfrutaba viéndolos volar en libertad y podía pasarse horas contemplándolos, especialmente las tardes de domingo. También le gustaban los perros, pero nunca tuvo ninguno porque se dio cuenta de que lo hubiera tratado como a un hijo y no le parecía apropiado. En cambio odiaba a los gatos, y como eso le parecía mezquino se dedicó durante toda su vida a alimentar a los gatos callejeros de su barrio, intentando superar la repugnancia que le causaban.
Pese a lo que puedan estar pensando ahora de ella, María Auxiliación se enamoró dos veces. La primera de Eustaquio Quintales, éste era un hombre alto y apuesto, aunque no guapo, serio y sosegado. Tenía un buen trabajo, era muy formal y sus maneras siempre eran amables. Después de tres años de relación, en la que salían a pasear todos los domingos, el último año tomando la licencia de cogerse de la mano y de despedirse con un beso en la mejilla, él le pidió matrimonio. Lo hizo con total formalidad, hincando la rodilla en tierra y quitándose el sombrero.
María Auxiliación imaginó la vida a su lado como un pasaje agradable y tranquilo, carente de sobresaltos. Ella dejaría de trabajar para dedicarse al cuidado de sus dos hijos y de su marido y su única ambición sería ver feliz a su familia. Eso le recordó a su hermana y sintió una punzada en el pecho que le hablaba de falta de libertad, así que le rechazó con delicadeza.
Alfredo Pintao, su segundo amor sí era guapo, de hecho suspiraban por él todas las mujeres del barrio, pero como buen golfo que era se fue a fijar en la única que parecía no prestarle atención, María Auxiliación. Ella intentó seguir ignorándolo, pero era imposible no dejarse llevar por su seductora sonrisa cuando iba a buscarla a la salida de la fábrica. Alfredo le prometió cambiar por ella y realmente lo hizo, dejó la bebida y las mujeres de mala vida, el juego e incluso se buscó un trabajo durante los meses que duró su noviazgo. María Auxiliación se dejó querer, Alfredo la besaba largamente en la boca y le hacía promesas locas y ella, durante esos meses olvidó su ecuanimidad e incluso a los pobres gatos. Hasta que él le pidió matrimonio, con su irresistible sonrisa y una sortija con un diamante pequeño pero muy brillante.
María Auxiliación imaginó la vida con Alfredo, henchidos ambos de felicidad los primeros meses. Pero cuando se pasara la magia, Alfredo volvería a ser quien era y ella se pasaría la vida cuidando de la recua de hijos que tendrían y pendiente del teléfono todas las noches, para ver a dónde tendría que ir a buscar a su marido, con suerte sólo borracho y no malherido. Así que les rechazó a él y a la sortija.
María Auxiliación se prometió a sí misma no enamorarse más y lo cumplió. Sólo tenía una pequeña vanidad, que casi rallaba el orgullo y era su pequeño jardín que cuidaba todo el año con esmero. Así serenamente fue pasando los años.
Un día se descubrió así misma acariciando a los gatos que salían a su encuentro, ya no le producían repugnancia, se dio cuenta de que se había reconciliado consigo misma y que Dios la reclamaba. Fue a casa se puso su mejor vestido y escribió esta que es su despedida para que la leyéramos tal cual.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

1 comentario

  1. 1. Brenda dice:

    Bueno, creo que el relato está bien pero me parece que repites demasiado el nombre de Maria Auxiliadora. No pude evitar sentir pena por ella, no me parecía una mujer feliz; quizás se deba a que ella y yo somos demasiado diferentes y no logro comprender como alguien pueda ser feliz con tanto orden y calma 😛 #YOLO. Repito: El relato esta bien, me ha gusto 🙂

    Escrito el 4 febrero 2015 a las 01:24

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.