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LA SEÑORA - por FERNANDO ARRANZ PLATON

<<Sí, ya sé que entre mis virtudes, no está la de resultar simpática a la gente. Sin embargo, procuro ser atenta con aquellos a los que por mi trabajo tengo que ir en su busca.
Para muchos encontrarse con un ser esquelético y algo pálido no les produce placer alguno, aunque sabían desde su nacimiento, que en algún momento de su vida se tendrían que encontrar conmigo.
Poseo numerosos nombres por los que se me conoce, pero para mí sólo hay uno por el que deseo ser conocida. La Señora.
Tras muchos años de silencioso trabajo, he aprendido a llegar a tiempo para recoger las almas de los moribundos. Reconozco, que este momento resulta muy duro para los supervivientes. Pero yo ya estoy acostumbrada, tras muchos años en esta labor.
Ahora me encamino hacia la casa de Aurelio. Éste es un anciano de ochenta años, que por tres veces en lo que va de año se me ha escapado. No suele ser habitual, pero hay individuos a los que parece proteger una red invisible, que por cierto no he llegado nunca a descubrir.
Su primera victoria fue en el pasado mes de agosto. A media noche Aurelio comenzó a notar un dolor en el pecho, que casi le impedía respirar. El infarto avanzaba cuando el sonido del teléfono le despertó. Inconscientemente había pulsado el botón del equipo de emergencia, que desde hacía años llevaba colgado al cuello.
Al no contestar la llamada telefónica, se puso en marcha el protocolo de urgencias, que cuando llegó al domicilio de Aurelio lo pudo atender. Fue trasladado a la clínica y tras diez días de control recibió el alta. Mi viaje en su búsqueda resultó infructuoso. Pero como el trabajo abunda, acudí en busca de otro mortal.
La segunda vez que lo intenté fue en noviembre, hasta me jugué el cuello por llevármelo. Sin embargo, volvió a salir victorioso y todavía no me explico cómo.
Aurelio se encontraba limpiando la jaula de su canario flauta, cuando éste se escurrió entre sus manos y salió volando. Por desgracia para Aurelio, la ventana del comedor estaba abierta y el pajarito no tardó en volar camino de su libertad.
Atolondrado por su poca habilidad, se asomó a la ventana. El canario sobre uno de los hilos del tendedero, cantaba gozando de su libertad. Aurelio cogió la jaula y la apoyó en los hilos, para ver si lo podía atraer a ésta.
Tanto alargó su cuerpo sobre el exterior, que perdió pie, y quedó colgado sin manera de que por sí mismo, pudiera regresar a la posición anterior. Yo en mi ansia por poseer su alma, tropecé con él y casi caigo al exterior.
Pero la rápida intervención de la guardia urbana llamada por los vecinos, hizo que Aurelio regresase al interior de la casa en buen estado. Eso sí “Cuchi” como él llamaba a su canario, nunca regresó.
Pero como dicen los humanos no hay dos sin tres, y así se enfrentó a la última de las oportunidades de las que se me había escapado.
Aurora, que era su asistenta, acudió como cada día a las nueve de la mañana. Mientras Aurelio se arreglaba, ella hizo la cama, preparó el desayuno y de paso le dejó la comida y la cena ya preparadas. Anotó en el block que tenían en la cocina lo que había dispuesto, y se dispuso para salir a pasear con Aurelio.
El recorrido solía ser corto, ya que enseguida se encontraba cansado. Iban a cruzar al paseo central cuando una ráfaga de viento, hizo saltar su sombrero hacia la mitad de la calzada. Pese a ir cogido del brazo de Aurora, se soltó como lo suelen hacer los críos y se giró para irlo a recoger.
Un vehículo, que circulaba hacia donde estaba el sombrero, tuvo que frenar en seco cuando estaba a dos pasos de éste. Aurelio se agachó lo recogió y esbozando una profunda sonrisa al conductor, regresó al lado de Aurora.
Me sentí ofendida. Un humano por tres veces había logrado escapar de mis huesudas manos. Sin embargo, esta vez sería diferente. Lo había estado vigilando cada vez que tenía tiempo y sabía que pronto tendría su alma en mi poder.
Le llorarían sus hijos; Aurora perdería su trabajo, pero ella poseería un alma más, fruto de su trabajo. El firmamento estaba lleno de ellas. Algunas emitían profusamente su luz y otras iban apagando la luminosidad que poseían. A ciencia cierta el trabajo compensaba. Por eso, muerte la llamaban>>

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1 comentario

  1. 1. Luis Ponce dice:

    Me gusta, el tema es interesante aunque me parece que está tratado de una manera demasiado ligera. No sé si se justifica ponerle un nombre al canario.El último párrafo podría mejorarse para conseguir un final más redondo.No siempre los clientes son moribundos, porque muchas veces gozan de magnífica salud.
    Te seguiré leyendo, me gusta tu estilo.
    Saludos

    Escrito el 31 enero 2015 a las 23:07

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