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El sombrero - por VGaol

Tenía el teléfono dentro de una jaula de esas grandes, como de loros, coronada con un sombrero de copa rosa. Más tarde me contó que lo había robado en casa de C. una madrugada después de una sesión de intercambio de parejas. Me quedé absorto pensando en el sombrero masajeando su pezón izquierdo. Un consejo que os hará la vida mejor: ¡no os durmaís después de follar!. Hablad con ella; no, ni siquiera tenéis que hablar. Simplemente prestad la suficiente atención a lo que dice para que podaís intercalar expresiones de aliento, sorpresa o interés en los momentos oportunos.

Me dijo que el sombrero lo había llevado la tercera esposa del Sha de Persia cuando vivía en París. Y ésta se lo había regalado a C. cuando coincidieron en la embajada española de Londres en un cumpleaños del Rey. Su pezón se puso duro, algún recuerdo la animó, su mano se movió buscando mi culo. Me moví un poco para que se pudiera adentrar en mi linea divisoria. Dos dedos encontraron el camino de entrada, era una experta. Poco a poco fueron ampliando el canal, le apreté el pezón débilmente y tiré de él. Me volví a mover dejándole espacio para que maniobrara en mi culo. Su cabeza resbaló desde mi pecho hasta el pubis, mi polla erecta la esperaba brillando. Abrió la boca y se la introdujo raspando la sensible piel con los dientes. Los dedos se movían rápidamente, el doloroso placer me subía por la espina dorsal hasta el cerebro, eché la cabeza para atrás arqueandome todo lo posible. Eyaculé sin avisar. Con la otra mano me apretó los huevos, me tensé en un paroxismo electrificado. Sacó los dedos de mi culo y me los metió en la boca: “Chupa, maricón, chupa”, me dijo con el esperma goteandole de los labios. Los dedos sabían a mierda y a sangre, mi sangre. Me miraba con cara de animal gozoso, estaba en éxtasis, se la veía disfrutar mientras apretaba más mis cojones. Sus dedos llegaron muy profundos, me provocó el vómito. No se apartó, la muy guarra se corrió en ese momento. ¡Cuando mi vómito le cayó por el pecho!. Entonces sí soltó mis huevos. Me desplomé sobre ella, al intentar apartrme se agarró a mí con todas sus fuerzas. Noté como los espasmos recorrían su cuerpo. Sus brazos y piernas se apretaron a mi alrededor. “Gracias, gracias” susurró mientras me mordía la oreja “Ha sido maravilloso”.

Dejó de hablar, sólo me mordisqueaba la oreja. Y yo no soy de piedra. Se me puso dura otra vez. La notaba pulsando contra su estómago, molestándome la piedra que tenía el pendiente que llevaba en el ombligo. Pero no se movío y no pude separarme de ella. Estuvimos en la cama pringada de mierda y vómito más de dos horas. No me soltó ni se relajó en todo ese tiempo.

De pronto se levantó y se fue a la ducha. Sorprendido fui tras ella. Al entrar me chocó el agua fría. Estaba de espaldas a mí, ignorándome, preocupada únicamente por su higiene. Me duché mirándola, pero estaba ida. Yo no era nada, transparente. Cuando terminé de secarme ella ya había metido toda la ropa de cama en una bolsa grande de basura y estaba rehaciendo la cama. “Tira esto al contenedor cuando salgas”, fue lo único que me dijo. Se acostó ignorándome, me quedé de pie un momento sin saber que hacer. Cuando reaccioné me vestí y salí del apartamento. No me satisfizo el portazo que dí.

Si lo hizo el abrir la jaula para que el teléfono volase libre y robarle el sombrero de copa rosa.

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