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Viaje fin de curso - por Tania

Web: http://comentalecturas.blogspot.com

Viaje fin de curso

Hacía más de treinta años que había visitado por primera vez Amsterdam. Actualmente ejercía de ejecutivo importante en una empresa mundial, había viajado en la clase VIP de una línea aérea de prestigio y permanecía alojado en el confortable hotel Krasnapolssky, además disfrutaba de una asignación generosa para cuantos gastos necesitase. Sin embargo, el recuerdo volvía nostálgico y recurrente mientras duró mi visita.

Allá por los años noventa yo pertenecía a un grupo de adolescentes españoles gritones y con las testosterona a flor de piel. Acabábamos de iniciar el viaje final de bachillerato con tres de nuestros profesores. Aterrizamos en el aeropuerto de Schiptool un día de primavera deseosos de emprender la primera aventura internacional fuera del control de nuestros padres. Sabíamos que el motivo del viaje era esencialmente cultural, pero se rumoreaba que la ciudad constituía un paraíso de libertad y nuestras expectativas crecían a la par que la fecha se acercaba.

Nos alojaron en el barrio de los museos. El Rijkmuseum me sobrepasó de pintura holandesa. En el de Vicent Van Gogh, definitivamente caí rendido de por vida al Impresionismo. La casa natal del gran Rembrandt me decepcionó pues apenas se mostraba sino réplicas y objetos supuestamente personales del maestro. Durante la estancia, recorrimos las calles adyacentes a los canales buscando los barrios más significativos. Me emocioné con el barrio judío y la casa de Anna Frank, cuyo diario habíamos estudiado como documento histórico y literario. Alquilamos bicicletas para ir desde los muelles hasta el hotel, pasando entre los bellos canales, las iglesias luteranas y las singulares casas del Siglo de Oro. Nos llamó poderosamente la atención que las ventanas no tuviesen persianas, ni cortinas y que la vida cotidiana de los holandeses estuviese tan expuesta, cuando en España se guardaba tanto las apariencias.

Nos agolpábamos en los alrededores de los coffeshops intentando otear el ambiente, hasta que un profesor nos disuadía con otro reclamo. Así fuimos hasta “Macrander”, un paraíso para golosos donde se vendían toda clase de dulces y las célebres pastillas de chocolate Droste. Pero el comercio que más llamó la atención entre los varones y las risas sofocadas de las chicas, fue la “Condonerie” la única tienda de venta exclusiva de condones de todo tipo, de tamaño, textura y color que habíamos visto en nuestra corta vida sexual. Más de uno compró con la excusa de ser un encargo del hermano mayor

La última tarde y noche de estancia las tengo grabadas en mi memoria. Durante días los profesores habían evitado la visita al Barrio Rojo. Supongo que al final accedieron porque pensaron que ya casi todos habíamos alcanzado la mayoría de edad. Recuerdo el asombro, las miradas bobaliconas, los codazos y los comentarios jocosos de mis compañeros y el mío propio ante los escaparates donde mujeres de cualquier edad se mostraban con ropa muy provocativa y liviana, mientras ajenas a los mirones, se concentraban en sus labores de punto o crochet hasta que un cliente se interesaba por alguna y entonces ella bajaba la cortinilla y nos dejaban con el morbo y la libido a reventar. En particular, me llamó la atención una mujer que parecía mucho más joven que las demás. Vestía un ceñido corsé rojo desgastado y un liguero deslucido. Las delgadas piernas envueltas en medias negras terminaban sobre unos zapatos que se me antojaron de tacón excesivo para un cuerpo tan delgado. Un sombrero negro de tipo tiroles coronaba la joven cabeza que se inclinaba concentrada sobre una especie de puzzle extendido sobre una pequeña mesa. De modo sistemático, mostraba una de las piezas a una cacatúa encerrada en una jaula con pie y aquella repetía el color correcto y el lugar que le correspondía dejándonos perplejos de su habilidad.

De pronto sonó el teléfono negro y dorado que había sobre la mesa. La chica respondió enseguida, se levantó y con la mirada vacua cerró la persianilla.

Aquella noche bajamos con el profesor más joven a la discoteca del hotel. Yo estaba obsesionado con la joven. Solo quiero verla una vez más, le le dije a mi amigo Blas. Aprovechando el barullo de la música y la distracción del maestro, nos escapamos.

Cuando llegamos en el escaparate había otra prostituta que en un momento determinado nos miró y nos hizo señas invitándonos a pasar. A Blas la urgencia le supuso apenas media hora, yo mientras deambulé por el resto de vitrinas buscando a la chica, pero no la encontré. Desde entonces no he olvidado su mirada desvalida.

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2 comentarios

  1. 1. Adella Brac dice:

    A la primera parte en presente le vería más sentido si volviese a buscar a la chica. Si no, me parece que resulta innecesaria.
    Por lo demás, me ha gustado. Buenas descripciones. Igual influye que me encante esa ciudad 🙂
    ¡Buen trabajo! 😉

    Escrito el 30 enero 2015 a las 12:56
  2. 2. beba dice:

    Hola:
    Me gustó tu cuento; está bien estructurado y narrado. Creo, sin embargo, que la 1° parte está poco vinculada al resto del relato, para ser tan larga y rica en detalles.
    Adelante.

    Escrito el 11 febrero 2015 a las 02:31

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