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Nuestra intención real - por Mayomi

NUESTRA INTENCIÓN REAL.

Llegamos a Tlahuica, un conjunto habitacional a las afueras de Cuautla, Morelos en México; el sol resplandecía con sus mejores rayos, la luz irradiaba cada espacio del auto donde viajábamos. Al entrar a la casa de la familia Juárez Nieto, se sentía la frescura de la sombra de los árboles que formados, en hileras laterales, lograban hacer un hermoso pasillo, el frente de la casa, donde nos íbamos a hospedar, tenía como recibidor una jaula enorme con diferentes tipos de aves, los colores de estas eran tan radiantes que el espectáculo de su aleteo era sensacional.
Los señores Juárez Nieto salieron a recibirnos con gran algarabía, saludamos calurosamente mientras nos iban guiando a nuestras habitaciones. Cada una de mis hijas quedó instalada en recámaras por separado, a mí me dieron la más hermosa, estaba a unos cuantos pasos de la alberca y de las sillas de sol con sus sombrillas. La tibieza del aire provocó que nos invitaran algo de beber, por lo que, después de habernos vestido con ropa de baño para zambullirnos en la alberca, nos dirigimos a la cava de la familia, a cada una nos habían preparado unas bebidas tropicales, muy refrescantes.
Platicamos mientras tomábamos el sol recostadas sobre las sillas y una más al pie de la alberca, la tranquilidad que rodeaba el lugar era tan suave que se escuchaba el silencio del campo. Después de unas dos horas, aproximadamente, la cocinera, llamada Eleonor, nos llamó para degustar sus alimentos. Comimos en deliciosa armonía, sin dejar de hacer halagos a la cocinera por tan apetitosos manjares; para la sobre mesa, nos dirigimos a una terraza donde degustamos un vino dulce mientras seguíamos platicando de los acontecimientos en cada familia durante tanto tiempo.
Un poco después de las cinco de la tarde, habiéndose hecho la digestión, comenzamos a disfrutar de la alberca, estaba en desnivel, por lo que cada uno podía nadar donde mejor se sintiera, los rayos del sol eran tenues para ese momento, así que no quemaban la piel. Ya al obscurecerse, me percaté que mi hija menor había entablado plática con el único hijo de los Juárez Nieto, prácticamente se la habían pasado juntos durante el día, sin embargo, ella no me había comentado nada.
El señor Juárez con su esposa, me invitaron a caminar por el parque al anochecer, así que alrededor de las 20:30 de la noche nos estábamos encaminando al parque, en eso, algo llamó mi atención, la parejita de platicones, no estaba en la camioneta de la familia. Observé con curiosidad cómo, del garaje, salía un convertible último modelo con Alejandro y Elisa al volante, ella portaba en su cabeza un enorme sombrero con el que tenía la intención de que su blonda cabellera no le impidiera manejar.
Los señores, mi hija mayor y yo, instalados en la camioneta, nos dirigimos al parque según lo planeado. Caminamos alrededor, viendo y adquiriendo las diversas artesanías que ofrecían los lugareños; encontramos muchas cosas de nuestro agrado; nos detuvimos en el área de jardineras, nos sentamos y degustamos unos deliciosos helados, sin embargo Elisa y Alejandro no terminaban de llegar, un poco asustada, pregunté a la señora Nieto -¿de casualidad sabes dónde andan nuestros hijos?-, ella negó saber algo.
Regresamos a la espléndida casa de campo, buscando a los muchachos, subimos a la habitación de cada uno, nada encontramos en ellas, reunidos en la terraza, todos, nos preguntábamos que habría pasado, de regreso a la casa no vimos ningún accidente o algo que nos pudiera decir algo sobre los chicos. El señor Juárez empezó a llamar a algunos conocidos para ayudarnos a encontrarlos.
El teléfono de la casa no paraba de timbrar, ninguna buena noticia llegaba a nuestros oídos, así que seguíamos rogando a Dios encontrarlos lo más pronto posible. De repente Edna, mi hija mayor, saltó de su asiento, moviéndose para tener señal y escuchar lo que le decían por el teléfono celular, su rostro expresaba una admiración peculiar, con gran sorpresa, sólo dijo –ok-, colgó, encaminó sus pasos hacia nosotras, las señoras, pidió que nos sentáramos, con gran inquietud por saber, prácticamente caímos en los asientos de la terraza, llamó al señor Juárez, teniéndonos frente a ella, musitó – ¡se casaron!-, -¿qué?- gritamos los tres, Edna se apoyó en su respaldo, con tranquilidad comentó –los muchachos se han casado, en este momento se encuentran en Acapulco, disfrutando su luna de miel, piden les diga que son felices-, nos reímos con nerviosismo, exclamando -¡eso es lo que deseábamos, que se casaran!-.

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