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El espejo, la jaula y el teléfono. - por Raksha

EL ESPEJO, LA JAULA Y EL TELEFONO

Tomás se despertó temprano esa mañana. La tarde anterior había llegado a casa agotado y se había quedado dormido con la ropa con la que había salido todavía puesta. Cuando sus abuelos fueron a llamarle para cenar, decidieron echarle una manta por encima y dejarle descansar.

Ese verano, Tomás pasaba con ellos las vacaciones mientras sus padres trabajaban. Aunque a priori a todos les había parecido mejor opción que pasar tres meses internado en un colegio en Inglaterra, llegado el momento, sus abuelos habían estado preocupados por si se aburría o no encajaba con los chicos del pueblo.

Durante el resto del año, Tomás vivía en una gran ciudad en la que cada día podía elegir entre varias actividades que realizar, en cambio, el pueblo en el que vivían sus abuelos era bastante pequeño y ellos ni siquiera tenían teléfono ni conexión a internet. Tomás había refunfuñado un poco durante los primeros días al darse cuenta de que su móvil no tenía cobertura. Había buscado en vano algún punto del pueblo en el que apareciera en la pantalla una rallita indicando que tenía señal y que podía comunicarse con el resto del mundo, pero en cuanto hizo amigos dejó de echarlo de menos y se olvidó de ello.

Esa mañana Tomás tenía hambre. Se levantó y bajó por las escaleras hasta la cocina, donde se sirvió un gran vaso de leche en el que remojó distraídamente unas magdalenas que su abuela había horneado la tarde anterior. Después volvió arriba y se tumbó en la cama dispuesto a leer un rato mientras su abuelos seguían durmiendo, pero el libro que tenía entre manos no conseguía engancharle, así que se levantó y empezó a deambular por la casa buscando algo con lo que entretenerse.

Sin casi darse cuenta, llegó hasta la zona final del pasillo y se fijó en la trampilla del techo que llevaba al desván. ¡Seguro que ahí arriba habrá un montón de cosas interesantes! – pensó mientras cogía una silla para tirar de la anilla y abrirla.

El desván era enorme. Cuando se acostumbró a la penumbra encontró el interruptor de cuerda que encendía una bombilla que colgaba del techo y que iluminaba más bien poco. Aquello estaba lleno de cajas, baúles, muebles tapados con sábanas… y polvo. Tomás estornudó. Por el tragaluz, vio que fuera aún era de noche, pero pronto amanecería.

Tomás miró a su alrededor. Descartó rebuscar en unas cajas que parecían haber dejado allí más recientemente y fue hacia el fondo, donde había un gran baúl que parecía muy viejo con varios objetos encima. Mientras los apartaba para poder abrirlo, algo se movió a unos metros detrás de él. Tomás se sobresaltó y dio un pequeño grito. Al girarse se dio cuenta de que se había caído una sábana que recubría un espejo de pie bastante antiguo. Se río aún nervioso por el susto que se había dado.

Curioso, se acercó para verlo bien. El marco era de una madera oscura y bastante resistente, tal vez vez ébano, y tenía tallados algunos símbolos que no supo descifrar. De repente se dio cuenta de que un pequeño hombrecillo le observaba sonriendo desde el interior del espejo. Con un respingo dio un salto hacia atrás y el hombrecillo pareció reírse, pero no se oyó nada.

Miró el espejo de nuevo. El desván parecía mucho más luminoso en el cristal. Tomás se fijó en que detrás del hombrecillo se reflejaba el baúl que había querido abrir y sobre éste la jaula dorada que aún no había retirado. En ella había tres pájaros de colores que no existían en su lado del espejo.

-¿Quién eres? – murmuró Tomas. El hombrecillo llevaba un jubón, una especie de levita y un sombrero de copa. Parecía intentar decir algo, pero no se oía nada. Tomás se acercó. Vio como el hombrecillo movía los labios y gesticulaba sin lograr entender lo que intentaba decirle. El hombrecillo dejó car su cabeza entre sus manos desesperado y poco después empezó a hacer aspavientos con lo brazos de nuevo. Entonces sonó un teléfono.

-Riiing – Se trataba de un teléfono antiguo, de esos que tienen el auricular y el altavoz unidos mediante un cable para coger cada una de las partes con una mano. Aunque a esa casa no llegaba la conexión del teléfono, Tomás no se sorprendió. Descolgó el auricular y escuchó:

-Hola Tomás.

Vio la expresión de terror en la cara del hombrecillo.

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2 comentarios

  1. 1. Adella Brac dice:

    Creo que la limitación de espacio te ha jugado una mala pasada. ¡Falta el final de la historia! 😀
    Un saludo 😉

    Escrito el 3 febrero 2015 a las 12:09
  2. 2. Raksha dice:

    ¡Hola Adella Brac!

    Sí, es verdad. Falta el final de la historia. No eres la primera que me lo señala. Ha sido intencionado. Tal vez debería haber puesto un “continuará”.

    Escrito el 5 febrero 2015 a las 21:23

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