Jueves por la tarde. - por maude

Ernesto reside en una casa adosada con un pequeño jardín que da a una calle muy céntrica, limpia y poco iluminada. La construcción es reciente y viven personas muy parecidas a él. Mira por la ventan y oye pasar transeúntes y coches de caballos. Alguno de esos de vapor que arruina la tranquilidad de uno, de la tarde, de los ruidos. Da igual, se dice. Y mira por la ventana de reja floreada.
Ernesto reside en una jaula.

Pasan ya de las tres, tiene el sombrero preparado, cepillado y suave. Tiene el bastón reluciente y su pitillera. Esperando su marcha. Apoyados en la cómoda. Sabe que a ella le encanta hacerse la viril y fumar después de verse. A veces, cuando el humor está dispuesto, se pone el sombrero y le sonríe pícaramente.
Suelen pasear al final de la tarde y cruzan de vez en cuando el parque Mayor, donde la puede besar y acariciar. Luego van a la fonda. Cenan, beben y después ya tienen un rato más hasta ya entrada la madrugada.
Pasan ya de las tres, el sombrero reluce con el sol de la tarde.

Ella, a veces Isabel, otras Elisa, acordó con Ernesto verse los jueves por la tarde cada dos semanas. Máxima discreción. Previa llamada el día anterior. A veces si hay suerte, ella misma le llama. ¡Qué voz tan dulce! Y la imagina: su pelo, su olor, sus pechos, sus vestidos, sus nalgas, la respiración y su risa.
Ella, a veces Isabel, otras Elisa, se hace la misteriosa. Hoy es miércoles y no el teléfono aunque toque.

Es la imposibilidad de ponerse el sombrero y salir triunfante. Es la desesperación de no imaginar su silueta tras la línea. Es Ernesto mirando por la ventana, vaciando la pitillera. Casi enfadado, ya despeinado.

Esa tarde de miércoles Isabel o Elisa, no llamó. Tras la reja floreada Ernesto padeció algo parecido a la ausencia. El sombrero pareció más viejo y dejado, el bastón rodó hasta la puerta y la pitillera se vació generando una niebla en la estancia.

Ernesto enjaulado.