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El setecientos cincuenta - por James

¿Este es un tigre de bengala blanco legitimo?…sí señor, lo es, originario de las selvas indias…siendo así, se lo compro… De esta manera Frankzisco Bangladesh, adquiría otro ejemplar para su colección de tigres, de los cuales estaba sumamente orgulloso.
Este hombre obsesionado con la especie, no le importaba si tendría que pagar miles y miles de euros por conseguir uno. Los mantenía en su inmensa mansión, cada uno dentro de una jaula metálica, se podría decir que cada jaula media de seis por cinco metros. Este último felino era el más salvaje, el más hermoso y por supuesto el más caro de todos. Consecuentemente llevaron al tigre a su nuevo hogar. Una habitación grande con paredes de cemento y nada verde que le recuerde su hábitat natural.
¡Cuidado! ¡La jaula rasga las paredes imbécil!…lo siento señor….toma el dinero y vete. El acaudalado hombre llamo de inmediato a su sirviente…Hey, tráeme el teléfono que llamare al veterinario –recibiendo el teléfono, añadió– limpias toda esta porquería…refiriéndose a las heces del animal…ah, y sin guantes, apúrate burro…y se retiró con el teléfono en la mano, dejando al humilde sirviente. El joven mientras recogía el excremento, trataba de comprender como es que a los quince años, su padre lo envió a Sierralta con el fin de trabajar en la hacienda del señor Bangladesh. Vivió nueve años allí cumpliendo sus órdenes, soportando insultos y su irritante carácter. En cuanto podía, el cruel hombre lograba que su trabajador se sintiera como el más miserable de todos los humanos. “Burro” como lo apodo, lloraba cada noche y por su mente transitaba la idea de acabar con su vida…total nadie me extrañara porque no valgo nada…se decía el abatido muchacho.
Bangladesh siempre vestía un elegante traje blanco, el cual hacia juego con su sombrero favorito, un Montecristi Fedora que trajo de Panamá. El sombrero era significativo para él, puesto que fue obsequio de su querido difunto hermano, si alguien por casualidad o curiosidad lo tocaba, era castigado salvajemente. Esto lo sabía de antemano Alexander, que era su verdadero nombre, por este motivo ni siquiera se atrevía a mirarlo.
Cierto día, el hacendado le dio una orden inusual al joven, tendría que pintar su cuarto pero sin mover absolutamente nada. Como era posible esto…se preguntaba el sirviente y sin decir absolutamente nada fue directo al lujoso dormitorio. Con una pequeña brocha, tamaño pincel, comenzó a barnizar. Lo hacía con cautela y con temor de que una sola gota de esmalte se estampe sobre algún fastuoso objeto. Para su mala suerte, el conocido sombrero blanco yacía por encima del tocador, como si estuviera esperando para ser manchado. Se acercó al tocador sutilmente y en cuclillas pinto delicadamente al margen, felizmente salió todo bien…pensó. No se percató que al pararse, la lata de pintura obstaculizaba su camino. Un estruendo se escuchó, el joven tropezó fortuitamente con el envase. Acostado en medio de un lodo de pintura miro alrededor, todos los muebles, cama y demás objetos valiosos estaban salpicados de color rojo, especialmente el apreciado sombrero, el cual lo acompañaba en el lodazal carmesí. Después de minutos, el muchacho gritaba de dolor, atado de manos en el tronco de un árbol, se le castigaba a latigazos por tan atroz crimen: estropear el sombrero favorito del patrón.
Alexander no estaba dispuesto a continuar aguantando la maldad del hombre. Empezó a trazarse un plan para escapar. Sera en la noche, luego de alimentar a los tigres, no me vera nadie, es el plan perfecto…se dijo así mismo…el 750 estará en la habitación del fondo, allí hay una ventana, solo tendré que subir a la jaula para alcanzarla y cuando se den cuenta será demasiado tarde. Y así lo hizo, era de noche y como lo había presagiado le mandaron a alimentar al 750, último bengala de la colección.
A punto de subirse a la jaula para escapar, de modo imprevisto entro el hacendado, que dándose cuenta de la situación llamo en voz alta a la seguridad, el muchacho desesperado intento salir por la puerta pero el hombre la cerró. En esta situación comenzó el forcejeo, el millonario abrió la jaula con la intención de encerrar a su trabajador…serás su alimento…le decía. Hasta que en un arranque de ira, Alexander lo tumbo dentro de la jaula, quedando perplejo al ver al causante de su tormento, siendo devorado ferozmente por uno de sus queridos animales. Cuando llego la seguridad, Alexander ya se hallaba muy lejos y libre de todo vínculo con la infeliz vida que llevaba.

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4 comentarios

  1. 1. Paola dice:

    Hola, soy una de tus comentaristas, si tienes tiempo el mio es el 106

    Escrito el 29 enero 2015 a las 12:12
  2. 2. Jose M Quintero dice:

    Hola.
    Me gustó mucho tu relato, todo lo que logras plasmar en 750 palabras es increible.
    Creo que una de las cosas que debes tomar en cuenta es empezar a usar guión en los dialogos.
    Me gusto mucho el desenlace, comido por una de sus queridas criaturas, muy merecido.
    No me queda mas que felicitarte por un gran relato. 🙂
    Mi relato es el 31, la soledad del mago.

    Escrito el 1 febrero 2015 a las 02:10
  3. 3. Adella Brac dice:

    Aunque el texto no me pareció del todo pulido, me ha gustado esa moraleja final 🙂
    ¡Un saludo!

    Escrito el 1 febrero 2015 a las 20:27
  4. 4. Luis dice:

    La lección, el mensaje interesante, pero deberías volver a reescribirlo. Hay algunos elementos que se podrían mejorar. El narrador tiene exceso de trabajo, podrías trabajar más con los diálogos.
    Te estaré leyendo.

    Escrito el 13 febrero 2015 a las 00:30

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