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LIBERTAD - por Brillo De Luna

El timbre del teléfono me trajo a la realidad; y me di cuenta que aquel sonido no era parte de mi sueño cuando volvió a timbrar.
—¿Aló? ¿Quién habla? —dije con la voz adormecida.
—Sí, aló. Srta. Gómez, le hablamos del Hospital Geriátrico, se trata de doña Betty, su madre.

El corazón me dio un vuelco; intuí que algo malo acababa de ocurrir.
A diferencia de llamadas anteriores, esta vez no traté de evadir mi responsabilidad; no pregunté si realmente era necesario que fuera y ni siquiera sugerí si ellos podrían hacerse cargo de la situación. Presentí que esa llamada era distinta, mi madre no estaba causando lío por no querer tomar su medicación, ni tampoco se estaba rehusando a recibir un baño; esto era serio.
—Voy enseguida —fue lo único que pude decir y colgué el auricular.

No recuerdo si alcancé a cambiarme de ropa o si me fui con la pijama que traía puesta, la verdad es que subí a mi auto y conduje durante cuarenta largos minutos, minutos que me parecieron infinitos. Creo que esa era la razón por la que no la visitaba con frecuencia. Solía llegar a casa muy cansada luego de agotar mis energías en quince niños de preescolar. Mi profesión siempre ha requerido una dosis extra de vitalidad, pero los años no han pasado en vano y cada vez me ha resultado más difícil intentar “recargar las pilas”.

La última vez que la visité, la encontré en una banca tomando sol. Desde lejos, me detuve a observarla por un momento; lucía tan hermosa con su sombrero veraniego, sus ojos fijos en la jaula de gorriones transmitían paz y enajenamiento. Me acerqué y no me reconoció; me confundió con Amalia, su hermana menor.
—¡Amalita, la falta que me has hecho!
—Hola madrecita, soy yo, Catalina.
—¿Hijita de quien sois?
—Mamita, vengo a visitarla —le dije intentando contener las lágrimas.
—¡Qué raro, que yo sepa ni marido tengo!

El resto de la tarde se la pasó evocando recuerdos de travesuras que hacían junto a mi tía Amalia y hablándome acerca de sus cuatro gorriones. Los había nombrado a cada uno. Me contó de lo infelices que se sentían aquellas aves, que había días en los que ya no cantaban con la misma fuerza de antes y que de pura de tristeza ya ni siquiera querían comer.
—Yo soy la única que los entiende —me confesó—, al igual que yo, ellos también anhelan su libertad.

Llegué al geriátrico y tuve que dejar el auto a media cuadra, una ambulancia y un patrullero dificultaban la entrada. Me bajé inmediatamente y corrí. En recepción una enfermera me detuvo e intentó tranquilizarme.
—Srta. Gómez, cálmese para poder explicarle la situación.

Yo no quería que me explicara nada, necesitaba ver a mi mamá; quizás con una pierna rota producto de una caída o en alguna de sus crisis de histeria, pero mi corazón presagiaba una tragedia.
Fui a su habitación y no la encontré, di media vuelta para ir a buscarla en la enfermería o en el comedor o en la sala de estar, pero la enfermera de la recepción me alcanzó.
—Srta. Gómez, a su madre la acaban de subir a la ambulancia.
—¿Qué pasó? ¡Tengo que verla!
—Por favor, debe ser fuerte y necesitamos que se tranquilice. La policía querrá conversar con usted.

Entonces enmudecí, una sensación de frío recorrió mi cuerpo. Súbitamente vino a mi mente el recuerdo de los gorriones. Luego de escuchar las dos primeras frases del parte policial, el resto me sonó a balbuceos. Mi madre había cumplido su deseo y el de sus pájaros. En la terraza, encontraron la jaula abierta; y diez metros más abajo, el cuerpo destrozado de ella.

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3 comentarios

  1. 1. Roger/NHICAP dice:

    Hola Brillo De Luna,
    Soy uno de tus comentaristas —el que cree que abusas de los puntos y comas—, y quiero dejarte una impresión que omitì, por descuido, en mi comentario. El mensaje que encierra el texto: la madre en su situación, todavía con suficiente lucidez, no soporta la pérdida de libertad que le ha robado la enfermedad.
    Como te dije, te seguiré leyendo
    Un abrazo.

    Escrito el 29 enero 2015 a las 09:15
  2. 2. Wolfdux dice:

    Hola,

    como Roger, yo también comenté tu relato. La historia es buena, pero creo que la limitación de palabras ha sido su talón de Aquiles, jejeje.

    ¡Nos leemos!

    Escrito el 29 enero 2015 a las 09:53
  3. 3. Aurora Losa dice:

    Qué relato tan brutal y estremecedor, Brillo. A mi me ha parecido hasta tierno, de esas imágenes que, de puro reales, se nos hacen familiares y por eso nos coge un pellizquito en lo más profundo cuando vemos el desenlace. Pero yo me quedo con lo poético de ese final, con que la buena mujer ha conseguido lo que ansiaba, aunque a ojos de otros sea algo tan terrible.
    Muy lindo.

    Escrito el 9 febrero 2015 a las 09:11

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