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El secuestro - por Andrea

El autor/a de este texto es menor de edad

Me encontraba cautiva bajo las garras de un temible lobo desde hace ya tanto tiempo, y mi triste existencia afín estaba a punto de desvanecerse a manos de mis captores.
Perdí la cuenta del tiempo que llevaba en la jaula, mi cabello rubio estaba enmarañado, el brillo que una vez irradio se sustituyó por mugre y suciedad, todo mi cuerpo apestaba. Mi frágil mente colapsaba en ocasiones, como si un demonio dentro de mí intentara poseerme, pero al final nunca lo conseguía. Estaba temerosa de no poder controlar aquel delirio de locura que me atormentaba.
Enloquecía cada vez más, siendo tratada peor que un preso con el crimen más atroz. Siquiera ellos tenían su propia celda, yo yacía encerrada como perro en una jaula de metal, tan pequeña que el espacio solo alcanzaba para sentarme en un piso más frío que la nieve.
Me desconsolaba que mi padre, José Miller, se negaba a pagar la cantidad de dinero por mi rescate. Desde que mi madre murió mi padre fue frío conmigo, me ignoraba casi por completo, como si no existiera en el hogar. Aunque yo lo odiara él seguía siendo mi padre y yo su hija.
Como era de costumbre, cerca del medio día mi captor entró a la lúgubre habitación, dejo un plato lleno de comida junto a mi celda y se tumbó en el sofá rojo como sangre. Su expresión era lánguida con ojos mórbidos y cansados que me observaban fijamente, el puntiagudo sombrero le oscurecía el rostro. Estire mi mano y arranque de puñados la blanquecina avena del plato, apestaba y estaba fría pero era mi única comida del día, su sabor era desagradable.
Alex sacó un teléfono de su chaqueta negra y marco.
-Hola Darío, hermano- exclamo sonriente e hizo una pausa –no, ya te lo he dicho, ella está bien.
Termine el último bocado muy estremecida dejando mi mano toda pegajosa y mire a Alex.
-¿Ya has conseguido que los Miller te pagaran? – hizo otra pausa, la sonrisa se desvaneció de sus gruesos labios y esbozo una horrible mueca – ¡nada!, ¡y después de todo no conseguís nada! -grito con el ceño fruncido, rojo como un tomate- baja la suma a cincuenta mil, este es el último acuerdo o mataré a la chica, esperaré la respuesta en una hora- tiro el celular al suelo con un ademán de furia, luego lo recogió.
Me quede mirando a Alex mientras un mortal silencio nos rodeaba, mire como su piel paso de un color rojizo a un pálido natural de él. Alex calmo su ira, camino hasta mi celda y se arrodilló. Sus frívolos ojos, oscuros como la noche me miraron fijamente.
-¿Qué… que ha pasado? – me atreví a preguntar tímida y vacilante, tenía curiosidad.
Axel sonrió arrugando la piel de sus sienes
-Tu padre sé rehúsa a pagar por ti, he bajado el precio, pero si se rehúsa una vez más… –guardo silencio mientras su mirada penetraba en mí.
No era necesario que lo dijera, sabía que era lo que me esperaba, trague saliva y baje la mirada.
Alex salió de la habitación y regreso con un hacha, lo dejo apoyado a la pared junto a la puerta y sé hecho en su sofá muy cómodo.
-Pobre pequeña, me compadezco de ti- dijo Alex esbozando una cruel sonrisa- solo esperaré la llamada de Darío, será una lástima si tu padre no quiere pagar.
Mi corazón palpitaba muy fuerte como un caballo desbocado, en mi interior algo me decía que papa no pagaría por mí, su frialdad llegaba a los límites. Mi vida era un desastre mucho antes del secuestro, pero aun así, quería vivir, deseaba vivir. Si me quedaba en la jaula mis ojos nunca más volvería a ver la hermosa luz del alba, mi piel no volvería a acariciar el viento, nunca más sentiría odio ni alegría. Haría cualquier cosa por continuar con vida, aunque no se llamara vida al futuro que me cargaría.
-Disculpad, ¿me dejaríais ir al baño?
Alex bufo, abrió el candado de la celda y salí de mi prisión
-Muévete que no tengo todo el día- se volvió a su sillón y tanteo en su teléfono.
Camine despacio a la puerta del baño para acercarme lo más posible al hacha y por un momento cerré los ojos de mí consciencia. Libere las cadenas del demonio que me atormentaba. Cuando me di cuenta, Alex yacía muerto frente a mí, con un hacha incrustada en su corazón.

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