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Alas cautivas - por ky diaz

– ¿Dónde está?
–Abajo, señor –dijo una pelirroja guiando al hombre y a su pequeña hija a la zona bajo la enorme casa.
Amplio y oscuro, el salón contenía una enorme jaula y una mesa llena de artefactos puntiagudos.
–Te dije que lo quería vivo –reclamó el viejo con el rostro rojo.
–Y lo está –la pelirroja mostró indicios de llevar la mano diestra al bolsillo trasero que era donde guardaba su arma.
– ¿Por cuánto tiempo? –dijo inclinándose un poco, y dándole una mirada fulminante–. Trae otro pajarraco para mañana, vendrán a hacerle las pruebas.
–Sí, señor –dijo saliendo.
–No puedes encerrar a alguien que debe ser libre.
– ¡Claro que puedo y lo estoy haciendo! –y luego siguió a la pelirroja fuera de la habitación.
La niña quedó sola. La luz que pasaba por la rendija le ayudó a la a ver la criaturita. De inmediato su corazón se encogió de ternura y de tristeza por verlo encerrado. Fue hasta la mesa y de ella tomó un trozo de pan para darle.
–Come pajarito, come –con sus manitas tuvo el cuidado de no lastimarle parte del cuello que tenía dañada y el verde golpe sobre su pecho.
La niña esperó la media noche para escabullirse a la misma habitación–. Volveré por ti, pequeño gorrión –y lo ayudo a escapar por la ventana.
Y esa fue la primera vez rescatando, cosa que continuó. A los diez y seis años, luego de seis años liberando a las criaturas de su inmerecido final, Adara se volvió fugitiva de la justicia. Lo que no la detuvo.

–Es que soy un genio, ya te digo, este aparato solucionará todos nuestros problemas –dijo un viejo cojo guiando a la muchacha dentro de su casa y le mostró una caja de metal grande–. Lo nombré ¨teléfono¨ y sirve para comunicarnos con otras personas, después pondré líneas al más allá y podré hablar con los muertos –dijo luciendo una sonrisa de lunático.
–Me alegra profesor, pero no vine por eso –dijo aprovechando que por primera vez la dejaba hablar–. Sé que el rey le pidió que construyera el castillo. Vengo por un mapa.
– ¿Sigues liberándolos?
–Por favor.
–Son los originales –dijo luego de buscar en una mesa desordenada–. Estúdialos bien antes de cometer una locura –y en un acto de despedida, puso su sombrero a la altura del pecho. A la morocha le pareció más un acto de duelo.
Y tomó la palabra del viejo loco al pie de la letra, se preparó toda el día. A la noche siguiente entró por un pasadizo secreto y se internalizó en los calabozos.
–No hagan ruido y escóndanse bien antes de salir –les advirtió mientras abría reja tras reja. En las últimas encontró dos criaturas con grandes heridas. Los curó a prisa para luego ayudarlos a salir por una de las ventanas que botó.
Un grupo de guardias entraron y le impidieron la salida. Por dos semanas la torturaron para que les dijera el sitio al que iban las criaturas y cómo llegar, pero no les dijo nada. Al final que no lo sabía.

Una multitud de personas se abarrotaba en la plaza frente al castillo, pedían con gritos y antorchas la muerte de la traidora.
–Este es un día de gloria –el rey entraba a uno de los ventanales enormes–. Después de casi una década, podremos tener nuestra añorada paz –los gritos lo alabaron–. ¡Regocíjense, y que traigan a la traidora!
La chica caminó con el rostro en alto, su espalda erguida, los hombros hacia atrás y el reflejo de una pálida luna llena en sus ojos.
Cuando la guillotina cayó, en el cielo se escuchó un solo canto ¨Salve Adara, liberadora de ángeles¨. Antes de llegar a la luz, un ángel la aguardaba.
–Ya es nuestro tiempo pequeño gorrión.

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