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MIRÓ EL TELEFONO... - por ONIRICO

MIRÓ EL TELÉFONO…
El sol se despedía dejando el resplandor reflejado en la ventana. Pensó cuantas veces odió ese momento; hoy, sin embargo, quería seguir sintiendo esa tibia sensación en su cuerpo y no le molestó enceguecerse una vez más.
Su tiempo se acababa y quería llenarlo de todas las cosas. Era su corazón, o su alma si fuese mas creyente, la mochila que llevaría, a vaya saber donde, todo lo bello, todo aquello que alguna vez le produjo un sentimiento o al menos una sensación.
Había vivido muchos años trabajando y siempre en lo que quiso, un bendecido por Dios, sin duda. Cuando su cuerpo y sus años requirieron el “merecido descanso” tembló. ¿Acaso se podía vivir de otra manera?
En ese momento se recluyó en sus recuerdos y en las gratificaciones recibidas paso a paso por las calles de su ciudad.
Empezó a usar sombrero y ya no le dieron vergüenza sus tiradores, necesarios para no pisar más sus pantalones, insostenibles para los cinturones, Fue a partir de su casamiento cuando comenzó la lucha entre los cinturones y su panza.
Y no se reprochaba para nada haber disfrutado de todos los placeres de la mesa y la familia .Claro que había comidas que no le gustaban y recuerdos familiares que le dolían .Pero seguía siendo un agradecido por ello.
En realidad el sombrero no le resultaba cómodo, en poco tiempo le daba una sensación de picazón en la cabeza que hacía que se lo saque. Por haber llegado a esa edad sin perder el pelo, no terminaba de comprender esa necesidad que tenían sus congéneres pelados de cubrirse del frío. Uno de sus razonamientos poco razonables.
El pájaro se posó, como todas las tardes, en el vano de su ventana. Como con el sol, su reacción fue diferente, ya no le intrigaba cual era, para ese pájaro, el atractivo de ese vano, ni trataba de adivinar si su canto era diferente o diferente el significado. Pensó en la libertad, pensó que, a pesar de su independencia natural, repetía una y otra vez ese hábito de visitarlo cada atardecer. Pensó si su vida de libertad, ya sin trabajo, le iba a hacer adquirir movimientos reiterados como aquellos de los que se desprendió al retirarse y cuáles serían. Porque él, a diferencia del pájaro, si había estado en una jaula, llamada oficina por mas de 40 años.
Instintivamente miró su bragueta, comprobó que nuevamente el cierre había quedado bajo desde vaya a saber cuando, como le ocurría últimamente. Sonrió recordando ese encuentro hace años con un amigo mucho mayor que él al que le hizo notar que llevaba la bragueta desabrochada y este le respondió.-“Llega un momento que el pájaro aunque le dejes la jaula abierta ya no sabe que hacer y no se escapa “. Brillante como siempre.
Ya era tarde, lo esperaban en el café, era indudable que hoy no lo iban a llamar, otro esperanza perdida .Resignado tomo el sombrero, caminó lentamente hasta la puerta como dándole otra oportunidad al aparato y a él mismo. Abrió la puerta, le dedicó una última mirada al teléfono, y la cerró con fuerza, o bronca o impotencia, o todo junto.
Lo despertó de su somnolencia medicamentosa el ruido de la puerta. Los miró y sin decir palabra se levantó, tomó el birrete y comenzó a caminar lentamente. Pensaba en ese viejo que se le parecía con 40 años más. Pensaba en la diferencia de vida, lo conformó encontrar que, a pesar de una vida plena y extensa, siempre hay momentos de zozobra, de angustia, de tristeza que parecen terminales. Y ese pájaro y esa jaula, que locura tener en la mente, y en ese momento la libertad.
Se acomodó, miró a ese personaje que con cara de circunstancia, y con una seriedad hipócrita escenificaba su función ante un público morboso y lleno de rencores .Sino no se justificaba que estuviesen ahí y que permanecieran con los ojos abiertos.
Volvió la vista al hipócrita, siguió su mirada que se posaba en el teléfono, que no sonó, luego en el reloj y finalmente en su subalterno inclinando apenas la cabeza asintiendo, casi una orden.
Alcanzó a pensar que la vida que hubiese querido era la de ese viejo soñado , pidió perdón , casi sin mover los labios , sintió el primer líquido que entraba a borbotones en sus venas y cerró los ojos con fuerza, con bronca o impotencia o todo junto .

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